A medida que el último eco del sonido se desvanecía en el crepúsculo, dos luces, una de un blanco puro y otra de un azul profundo, emergieron del corazón oscuro del bosque, cortando el cielo con la velocidad de un rayo. Su trayectoria las llevó directamente hacia el lejano y majestuoso castillo de piedra, que se alzaba como un centinela silencioso en el horizonte. Al impactar, estos haces de energía liberaron una explosión de tal magnitud que la destrucción se apoderó de las cercanías de forma inmediata.
La sensación opresiva desapareció al momento de la explosión.
Gustavo inhaló el bendito oxígeno que tanta falta le hacía a sus pulmones. Se sintió libre, aquellas gruesas cadenas que lo habían mantenido inmovilizado se disolvieron en la nada, una fortuna que compartió con sus enemigos, quienes al percatarse de ello convergieron sus miradas hacia su persona.
En un súbito instante, el cielo se fracturó, asemejándose a un cristal golpeado con fuerza contra una implacable roca. Un lamento, oscuro y profundo, surgió de la nada, acompañando la transformación del firmamento que comenzó a impregnarse con un intenso color carmesí.
Su sable resurgió en su noble ambición de repartir muerte, no estaba seguro porque, pero estaba ansioso por terminar con todo. Quería correr y esconderse, pero sus enemigos fueron más rápidos. Se quedó de pie sin poder creer lo que estaba sucediendo, sus brazos temblaban de miedo, era puro terror lo que su corazón sentía, y ahora no estaba completamente seguro si la emoción era una influencia externa.
Frente a él se perfiló una silueta ominosa, un ser envuelto en los pliegues de una túnica negra, erosionada por el poder del tiempo. Su cabeza, cubierta por una capucha, ocultaba cualquier indicio de su rostro, pero aun así, la certeza de ser observado pesaba sobre él como una losa. Sin necesidad de ver sus ojos, podía sentir cómo le traspasaban, una mirada impregnada de una frialdad y un deseo de muerte que desbordaban lo natural.
Se escuchó otro lamento, más lúgubre que el anterior.
—No sé quién eres, pero tu destino ya está sellado; debes morir —dijo la figura, su voz era una macabra sinfonía, semejante al sonido de una garganta rasgada esforzándose por articular palabras. Emitía un eco que parecía arrastrarse desde el más profundo de los abismos, impregnado los alrededores de una oscuridad maligna.
Al elevar su extremidad derecha, el oscuro velo que ocultaba su esencia se disipó, revelando su verdadera naturaleza: una mano desprovista de carne, en la que solo los huesos, marcados por intrincadas líneas negras que serpenteaban a través de ellos, se mostraban a la vista. Con una destreza que desafiaba el ojo humano, el encapuchado trazó un sello en el aire, sus movimientos eran tan rápidos que Gustavo apenas tuvo tiempo de procesar lo que sucedía antes de verse impactado por una oscura masa de sustancia antinatural. Esta entidad sombría se adhirió a su cuerpo con una tenacidad sobrenatural, comenzando a expandirse a una velocidad que helaba la sangre.
Con cada fibra de su ser manifestándose ante el avance insidioso de la corrupción, sintió cómo la barrera que encerraba el legado de Carnatk se resquebrajaba sutilmente. Una grieta ínfima, apenas perceptible, pero suficiente para desencadenar el futuro caos al que había decidido abandonar. Desde las profundidades más lúgubres del abismo, los lamentos y súplicas de innumerables almas condenadas ascendían, ensartándose en su consciente con una claridad desgarradora.
Con una inhalación cargada de determinación, su cuerpo se convirtió en un crisol de fuego intenso. Las llamas, danzando con una furia controlada, consumieron la oscuridad que se arrastraba por su piel, devorando la corrupción con una voracidad inusitada. En cuestión de segundos, la masa negra se desintegró, un espectáculo que incluso dejó sorprendido al ente encapuchado.
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El hijo de Dios Vol. IV
AdventureCon la tensión de los reinos vecinos en aumento, y la guerra en pausa, Gustavo debe seguir su corazón a tierras inexploradas para salvar a su buen amigo Wityer, aunque eso conlleve poner en riesgo tanto su vida, como la de sus compañeros. ¿Estará d...