Grupo grande

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  Las damas llegaron enseguida, acompañadas por Lucan. Sus rostros de porcelana mostraban heridas leves, que solo resaltaban aún más su impactante belleza sobrenatural. Sus ojos color avellana se posaron brevemente en las demás mujeres que estaban en el improvisado refugio, luego en el caído; en el expríncipe, y finalmente en el causante de sus heridas, quien las recibió con una mirada indiferente.

Primius tragó saliva al verlas, olvidando el dolor del golpe en su boca. Sin embargo, esa belleza que lo hipnotizaba también le recordó a la dama inerte en la nieve, y ese sentimiento lo abrumó profundamente, sumiéndolo de nuevo en la tristeza y el vacío que lo consumían.

  —El árbol anciano conoce las leyes y las estaciones —dijo la de la quemadura en la mejilla izquierda—, sabe cuándo ha de cambiar su atuendo para alimentar a los insectos que se nutren a su sombra. Renueva sus ramas cuando las perlas líquidas caen del cielo, y se marchita cuando su ciclo llega a su fin. El árbol es sabio, aunque en ocasiones no sabrá cómo agradecer al sol que lo calienta, a la lluvia que lo refresca, a las aves que le ofrecen su compañía. Pero el árbol es sabio.

Gustavo se distrajo a media palabrería, pero regresó su atención al notar que la dama se estaba dirigiendo a él. 

  —Claro, lo que tú digas.

  —Arrogante orejas cortas —protestó, el enfadó iniciaba a vislumbrarse en su expresión.

Su compañera imitó su postura, no había nada más honrado que estar del lado de un hermano de raza al enfrentar a un orejas cortas.

  —Es un humano —intervino Lucan, y su mirada recayó en Gustavo, quién también le miraba. Las damas se atragantaron por la nueva información, quedando anonadadas por un largo tiempo—. Tratan de disculparse por atacarte —explicó—, y tienes que aceptarla para que la gracia de Nuestra Señora las siga protegiendo. Y ahora esa protección es más que necesaria... —Suspiró.

  —¿También son humanos? —preguntaron al instante de recuperar el aliento.

Lucan se volvió a Gustavo, y él asintió, hasta este momento no se había percatado que también eran humanos, y su ingenio recibió una bofetada por no haberlo deducido antes.

Mientras sus compañeros de viaje se mostraban más allá de la confusión, sin comprender absolutamente nada de lo expresado.

  —Esa no fue una disculpa —declaró Gustavo, su voz resonando con un tono desafiante. Como un hombre orgulloso, estaba dispuesto a perdonar la ofensa, pero solo si se hacía con sinceridad y respeto.

Las ber'har fruncieron el ceño, la altivez afamada de su raza les cegó por un momento, retornando la cólera en sus ojos y expresión. Pero la pronta intervención de Lucan manifestada en una muestra de poder natural, que les rodeó, les hizo recuperar la razón. Gustavo estuvo momentáneamente sorprendido por la muestra de poder, considerando la cautela para el futuro trato con el habitante de bosque.

  —El árbol somos nosotras —repuso, tragando la irá que deseaba expulsar.

  —Pude suponerlo, pero eso sigue sin ser una disculpa.

  —Les perdonó la vida. —Lucan les susurró a ambas al oído.

  —Las hojas desconocen su caída cuando el viento es agresivo. Me disculpo —dijo con renuencia.

  —Me disculpo —añadió la dama que hasta el momento había estado en silencio.

  —Yo, Gustavo Montes, acepto sus disculpas —dijo, dándole más seriedad a la situación de lo necesario.

Las damas no supieron cómo responder, si bien se habían disculpado con el humano por su acto benevolente, darles sus nombres se trataba de otra cuestión, algo que no estaban muy dispuestas a hacer.

  —No necesito conocer sus nombres —dijo al notar la oposición—. Si deciden acompañarnos, solo les solicito de forma amistosa que no molesten a mis compañeros, ellos no pueden entenderles, y hay una alta probabilidad de que se insulten sin realmente quererlo.

Lucan agradeció con la cabeza su gran gesto, pero al parecer, sus hermanas de raza no pensaban de forma similar.

  —Arrogante, humano, estás equivocado si piensas que tu truco funcionará para darte nuestros nombres.

  —Como deseen —dijo, perdiendo por completo el interés en la conversación.

Meriel desenvainó con rapidez, y Xinia actuó en consecuencia, sin aún percatarse de lo que su compañera había visto.

Gustavo regresó su atención a la ber'har con la quemadura en su mejilla, notando su paso que un guerrero diestro afirmaría de una postura ofensiva.

  —He mostrado mucha misericordia el día de hoy. Si se atreven a levantar sus armas en mi contra, o la de mis compañeros, les cortaré ambos brazos —dijo con severidad, tan convincente que les hizo retroceder por puro instinto, esos ojos profundos, que observaban la esencia de uno aterrorizaba hasta al más valiente.

Lucan intercedió, tocándoles el hombro a ambas, y con su mirada les obligó a desistir.

  —Es demasiado arrogante —dijo la ber'har de la quemadura en su mejilla al ver que Gustavo se retiraba sin prestarles atención.

  —La superioridad otorga orgullo, un arrogante les hubiera matado, o condenado a un destino igualmente cruel. Su acto fue más bien piadoso...

  —No confío en los orejas cortas, ni en los humanos. Y sobre todo en él, me inspira la misma sensación que los villanos. —Su rostro se contorsionó en una mueca de repulsión.

  —Es porque carga con la misma marca —Las habitantes del bosque abrieron los ojos, y por un instante la hostilidad volvió a ella—. No habla de ello, ni de como sucedió. Pero no está corrompido como ese maldito esqueleto o sus aliados. Si fuera así, nadie aquí estaría vivo.

Las ber'har asintieron sin mucho entusiasmo, renuentes a aceptar que su hermano de raza tenía razón.

  —Además, los espíritus del bosque le dejaron vivir —dijo al recordar el dato.

  —¿Los espíritus del bosque aparecieron ante él?

Lucan asintió.

  —Al parecer raptaron a uno de sus amigos, probablemente a uno verdaderamente contaminado. Así que les recomiendo no volver a provocarlo. Su poder real podría estar a la par del mío, Por Nuestra Señora, mi orgullo apenas me permite decirlo, pero, podría superarme.

Las hembras guardaron silencio por un par de minutos, no podían creer lo que estaban escuchando, si bien el joven moreno había mostrado superioridad en su combate anterior, no había sido lo suficientemente fuerte como para considerarlo un igual a Lucan, no tenía sentido ni siquiera considerarlo, pero ahora, el mismo individuo, del que tanto se hablaba en las villas, manifestaba su inferioridad a un humano, algo que nadie de su raza aprobaría ni aunque estuvieran ante las puertas de la muerte.

  —Sí, Orzner.


El hijo de Dios Vol. IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora