Titubeos

98 9 1
                                    

  La tormenta había durado todo el día y toda la noche, y cuando Gustavo hizo el favor de abrir la puerta para las damas, se hicieron conscientes de que las ráfagas violentas de aire continuaban presentes, acompañadas de una brisa matinal.

  —Se ve como si un gigante hubiera pasado por aquí —dijo Amaris, revisando con sus ojos la destrucción de la flora que había resistido el paso del tiempo, lamentablemente no había repetido la hazaña contra el salvaje ímpetu de la madre naturaleza.

Ollin cubrió con su cuerpo al majestuoso lobo que dormía en su regazo, cobijándole con una semicapa gruesa de piel de oso, del mismo material que ocupaba para protegerse del frío en las noches. Gustavo observó al bulto con una mirada complicada, pero decidida, y de inmediato se volvió nuevamente al camino, sintiendo la determinación burbujear en todo su ser.

  «No puedo seguir comportándome como un niño», pensó.

Primius tocó con su palma la fría piedra de la estatua del dios Sol, su sonrisa fingida desapareció de su rostro al suspirar, tragando saliva para guardar la emoción que lo controlaba. Soltó una plegaria a lo bajo, de incógnito, de modo que nadie se percatara de la indecisión y miedo que sentía por el camino que transitaba. Había sido un príncipe, el segundo en la línea de sucesión, mejor versado en el conocimiento que en la espada, pero ahora prefería haber pasado más tiempo cayendo a los pies de los instructores que sus noches en vela leyendo manuscritos.

  —¿Usted a qué deidad paga tributo? —preguntó Xinia con una sonrisa que subía y bajaba.

  —¿Disculpa? —respondió Gustavo al dirigirle su atención, confundido por la interrogante—. ¿A qué deidad pago tributo?

  —Sí —asintió un par de veces, tocando con nerviosismo su muñeca derecha, que su mano no había tenido el valor de abandonar desde antes que cayera la noche anterior—. ¿Cuál es el dios al que adora?

Inspiró profundo, y buscó en los rostros de sus compañeros un poco de ayuda, pero solo encontró expectación por su respuesta, como si fuera de lo más importante.

  —A Dios Padre —dijo con tono dulce y repleto de devoción, y de forma súbita, como si la respuesta hubiera llegado así sin más.

  —¿Dios Padre? —repitió Xinia, y su rostro de confusión fue imitado por los presentes, salvo por Ollin, quién caminaba unos pasos más adelante—. Nunca había escuchado hablar de ese dios.

  —No es un... —calló de pronto al recordar que no vivía en una cultura monoteísta como había sido la suya, en realidad había conocido a unos de esos dioses que los lugareños adoraban: al dios del Tiempo, por lo que no podía culparla por la clara blasfemia.

  —Lamento si lo he ofendido.

Fue momento para que Gus se mostrara confundido, pero, al sentir su entrecejo endurecido entendió que su expresión no había sido muy grata de ver, pues mostraba una severidad que no pertenecía a su habitual rostro.

  —No, no hay ningún problema —dijo con su casual sonrisa falsa.

Xinia suspiró de alivio, masajeó su muñeca y abrió la boca, preparada para decir lo que su corazón más deseaba, pero la profunda y nada amistosa voz de Ollin le interrumpió.

  —Este no es un lugar para estar charlando —dijo con un tono de enfado, pero sin volver la mirada.

  —El hombre alto tiene razón —dijo Amaris con un tono serio, que se tornó cálido al ver cómo los ojos de su amado se volvían a ella—, pero...

  —Habrá momento para charlar en el futuro —convino Gustavo, sonriendo por última vez a su compañera del escudo—. Ahora lo más importante es concentrarnos en sobrevivir.

El hijo de Dios Vol. IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora