Lo que uno es

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  Se detuvo ante el principio de los escalones, recorriendo con sus profundos ojos el sendero oscuro. Bajó el primero, luego el segundo y así continuó. Al llegar al décimo escuchó una voz familiar, proveniente de la entrada. Era Meriel, que lanzaba susurros inquietos, llamándole.

  —Estoy aquí —dijo, pero siguió avanzando, estaba decidido a llegar, a encontrar lo que había estado buscando en estos últimos días, que por momentos se habían tornado eternos.

Llegó al último escalón, seguía oscuro y húmedo, y frío de una horrible manera. No había abrigo para esta clase de temperatura, solo una mente fuerte. Escuchó un ruido, un chapoteo suave, por lo que extrajo su sable, prendiendo la hoja en furiosas llamas comprimidas, con matices negros que se asemejaban a sanguijuelas.

  —Cristo Bendito. —Se santiguó.

Los huesos de los que alguna vez fueron hombres tapizaban todo el pasillo. Sus posturas indicaban que antes de lo fatídico estaban huyendo, de algo o de alguien, no lo sabía, y tal vez, por primera vez no lo quería descubrir. Se giró ligeramente a la derecha, encontrando a los responsables del anterior ruido. Ratas negras, de ojos rojos, roedores que compartían familiares con los vistos en su antigua patria. Suspiró y comenzó a avanzar, tratando de no pisar los huesos de los desgraciados caídos.

  —¡Por los dioses! —Se sobresaltó al ver los huesos, pero encontró la confianza al notar la cercana espalda del joven muchacho—. Esperemos al resto, mi señor —le instó, desfundando con rapidez un cuchillo, pues la estrechez del pasillo no hacia conveniente la probable libertad de su mandoble.

  —Sí —Detuvo el paso—, sería lo mejor.

Pronto se reunieron.

Primius carcajeó al notar un par de esqueletos en posiciones que él interpretaba de vergonzosas. Por un momento su risa, y la causa desvelada provocó que el nerviosismo y miedo aminorara, aunque, solo había sido por un instante.

Amaris convocó un par de flotantes orbes luminosos, que avanzaban y se detenían con base a sus movimientos.

  —¿Qué es lo que estás buscando? —preguntó Amaris, en constante alerta por los extraños ruidos que avanzaban por el pasillo y se desvanecían como si nunca hubieran existido.

  —Una oportunidad —respondió con calma—, o mejor expresado, un milagro.

La maga observó las sombras que las llamas creaban impactar en el rostro "hermoso" de su amado. Había algo en ellas que provocaban que la habitual expresión solemne, seria y a veces indiferente, se transformara en una triste y melancólica, aunque curiosa por la manera retratada, estaba segura de que eso solo era una ilusión.

  —¿De qué habrán querido huir? —se preguntó Primius cuando la sonrisa no pudo más, y el nerviosismo y miedo regresó a su cuerpo.

  —No tengo la menor idea —dijo Meriel—, solo espero que no nos lo encontremos.

  —O eso a nosotros —sonrió, pero la inesperada mano del alto hombre le hizo sobresaltarse.

  —Silencio —aconsejó.

Primius tragó saliva y asintió, perdiendo por un momento el hilo de pensamiento que había tenido.

  —Debemos hablar —dijo al llegar ante Gustavo, dirigiendo una solemne expresión a la maga curiosa.

  —Claro, dígame.

  —Comprendo, en verdad lo hago, y respeto el valor que posees para avanzar por senderos que otros rehusarían caminar. Te pido que esa valentía no transforme en estupidez.

El hijo de Dios Vol. IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora