Cada paso importa

28 5 0
                                    

  Había tomado la resolución de prepararse para la caza, precisamente cuando el sol, en su majestuosa soberanía, se erigía en el cenit del cielo, bañando con luz dorada cada rincón de la tierra. Sin embargo, un inesperado malestar se apoderó de él: una pesadez ominosa y una sensación de inquietud que le paralizaban el cuerpo y empañaban su resolución.

Rodeado por un silencio que reafirmaba su soledad, su pulso resonaba como un eco en la inmensidad blanca, sintonizando con la vibrante ausencia a su alrededor. Lo que sus ojos captaban no era más que el vasto lienzo de la nada, un horizonte desprovisto de compañía.

La sensación de opresión en su pecho se intensificaba con cada latido, transformándose en un clamor ensordecedor que parecía absorber todo rastro de calma. La alarma en su mente retumbaba, una advertencia de peligro tan tangible que su piel se erizaba en anticipación. Con movimientos tensos y alertas, giraba la cabeza de lado a lado, su mirada recorría frenéticamente el entorno, perforando las sombras en busca de la fuente invisible de su tormento.

Inhaló profundamente, consciente de que era crucial calmar la tormenta interna que lo asediaba. No eran sus propias emociones las que lo turbaban, ni tampoco sus pensamientos. Eran susurros invasores sembrados por el villano, hilos invisibles que buscaban manipularlo y conducirlo hacia la oscuridad. Pero estaba decidido, con un coraje silencioso, a no permitir que esta insidiosa influencia se apoderara de él nuevamente.

Con la inquebrantable voluntad que lo definía, dio un decidido paso al frente, obligándose a dejar atrás cualquier sombra de duda que pudiera acechar en su corazón. Su aliento se detuvo en un suspensivo vacío, mientras sus ojos, amplios y desafiantes, se alzaban para contemplar el claro cielo. Por un fugaz instante, este pareció desplomarse sobre él en un abrazo celeste que amenazaba con engullirlo. Sin embargo, esta visión, lejos de detenerlo, solo avivó el fuego de su determinación. Pero incluso los espíritus más indomables encuentran sus límites, y su corazón no fue la excepción. Empezó a latir con una ferocidad alarmante, clamando por misericordia ante el titánico esfuerzo, cada vez más palpable conforme avanzaba en su camino.

Entrecerró los ojos al notar la anormalidad del panorama, en la lejanía, algo se acercaba, furioso e indomable, no podía apreciarlo como tal, pero si sentirlo. El sonido llegó un poco antes, un estruendo que golpeó sus oídos como una maza. Era una gran ventisca, muros de nieve y fuertes ráfagas de aire que se aproximaban a él, y a todo el páramo. No supo que hacer, se quedó quieto como una estatua, la boca helada lo engulliría, con la indecisa cuestión de su supervivencia.

En un momento de iluminación tomó la decisión de cubrir su cuerpo con un manto de furiosas llamas. Esperó por la fría embestida, su corazón galopaba como corcel en un prado, y su aliento lo había contenido tanto que apenas era visible el alzar de su pecho.

Engullido por la salvaje ventisca, su mundo se tornó blanco e incomprensible, una vorágine ciega de frío y furia. Aunque la fuerza implacable del viento lo arrebató del suelo, lanzándolo como hoja al viento a lo largo del sendero que habían marcado sus pasos, las llamas que envolvían su ser se mantuvieron indómitas, desafiando la tempestad con una resolución que reflejó la terquedad de la maga y su propia disciplina en la práctica del control energético. Continuaba lejos de la cúspide, eso sí, ni siquiera cerca de lo que un mago promedio podía demostrar, pero ya estaba encaminado, y al menos eso era ganancia.

Cuando el caos finalmente se apaciguó, se halló inmerso bajo un vasto manto blanco que lo envolvía completamente, una montaña de nieve que, incluso tras ponerse en pie, le superaba por un metro o dos en altura. Inhaló profundo, y con la ayuda de sus llamas convirtió todo a diez metros a la redonda en líquido y vapor, descubriendo el cielo nublado, y el regreso de la densa neblina.

La presión ejercida sobre su pecho no le había abandonado, tal vez no era de la misma manera que en un principio, pero seguía ahí, como una espina que no puede extraerse.

No era únicamente su voluntad, o las promesas hechas el motor que lo conducían, también era el enojo y el hartazgo, ya estaba cansado de las tretas del villano, de sus manos titiriteras manejando todo, destruyendo todo, sumergiendo a este antiguo maravilloso mundo en uno de tinieblas y muerte. No sabía si sus pasos posteriores lo llevarían ante el enemigo, pero estaba dispuesto a avanzar, a plantarle cara por todos los Ber'har y Ber'tor que lo habían hecho; por los que habían perdido la esperanza, por su fiel amigo y compañero Wityer, que donde fuera que se encontrara, pudiera estar a salvo, fuera del dominio del oscuro.

Dejó de caminar para comenzar a correr, deshaciéndose de la nieve que se interponía a su paso con su propio calor corporal que, gracias a las llamas ligeras que le rodeaban, se había convertido en un proyectil ígneo.

El trayecto se fue elevando, tanto que su rostro nuevamente cubierto era golpeado por el salvaje viento. Sus pies tocaban de vuelta la superficie, de alguna manera distinta al pasto, era como tierra compacta, o roca, no podía descifrarlo, y tampoco le importó, ya que sus ojos se encontraron inmersos en las altas construcciones naturales, golpeadas por el tiempo. Le atribuyó la creación a la naturaleza, pues no creía posible que las manos del hombre fueran capaces de crear tal colosal figura humana, la cual alzaba un único brazo al cielo, en desafío. Se encontraba apenas cincelada, destruida de muchas partes de su cuerpo que apenas dejaba la impresión que alguna vez fue una silueta humanoide. Tan solo unos metros detrás, por ambos lados se encontraban dos más, solo que no podía discernir de que eran la figuras en su tiempo dorado. Por los dos flancos se levantaba como un titán un muro sólido de roca blanca, dejando un único trayecto: un camino que atravesaba el arco que dejaban las piernas del gigante.

Podía sentir que la sensación ominosa provenía del otro extremo del sendero. Observó una vez más los muros, en un intento por descubrir un camino alternativo, sin embargo, no se sentía capaz de subir, pero si de enfrentarse a cualquier cosa que se interpusiera en su trayecto.

Antes había considerado que estar protegiéndose del frío con su energía pura en días no necesarios era un derroche imprudente, por lo que había optado de no hacer uso de su armadura, pero, ahora todo era distinto, no sobre el clima, pues seguía manteniéndose inclemente, sino en su decisión. No sabía a qué se estaba enfrentando y si su cuerpo desnudo podría soportarlo, la batalla con el ber'har corrompido ya había mostrado que no, por lo que era mejor perder un poco de energía para ganar defensa.

La defensa de color ébano pronto cubrió sus brazos, los guanteletes de piel fueron sustituidos por los propios del equipo. Se ajustó la armadura y sus hombreras, así como el cinto de su sable. Y con una túnica que llegaba hasta sus rodillas, y una capa de piel de oso a su espalda se protegió del mordisco del frío, pero no lo suficiente para impedirle hacer uso de su energía pura para mantenerse cálido.

Desenvainó con la velocidad de un rayo, y con su primer paso al frente supo que se encontraba listo para lo que estaba por venir.







El hijo de Dios Vol. IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora