Una herida abierta (3)

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  Ante ella, de pie y firme como asta de bandera se encontraba su padre, esperando fuera de una gran casa de piedra y madera, alumbrada por dos porta antorchas largas de hierro negro, colocadas a cada flaco de la entrada. El cuerpo de Corb estaba cubierto en sangre, con heridas difíciles de observar, en especial la rajada en su mejilla que no había hecho por cerrar.

En los alrededores se encontraba reunida una multitud de gente, algunos con heridas parecidas a las de su padre, aunque en menor medida, más bien superficiales.

  —¿Y nuestro niño, Corb? —Fue lo único que salió de su boca, temblorosa por la respuesta que no quería escuchar.

El hombre observó a su mujer, le miró con la fortaleza que en una situación semejante era necesaria, pero en lo profundo de sus ojos no había más que culpa y arrepentimiento.

  —Luchando —dijo, su voz se quebró casi al final—. Luchando por su vida —prosiguió al ver la confundida expresión de su amada.

Carla tragó saliva, sus ojos brillaron con resolución al dirigirse a la entrada de la casa del Exaltado, pero su hombre fue más rápido al interponerse en su camino.

  —Hazte a un lado —dijo ella, amenazando con su mirada, y Corb no dudó que pudiera cumplir con lo que estaba pensando, pues podía notar la locura ya invadiendo su ser.

  —El Exaltado ordenó que nos mantuviéramos fuera.

  —Quiero ver a mi hijo.

  —Verás solo su cadáver si entras.

Carla tembló ante la afirmación, recuperando la compostura también gracias a ella.

  —Corb, por favor dime qué estará bien. —Envolvió sus brazos en su hombre. Él gimió, aguantando el dolor de las heridas abiertas.

  —Lo estará —dijo, inhalando el aire fresco—, es un niño fuerte.

Xin no podía saber lo que pasaba, era solo una niña, sin embargo, tenía una fea premonición en su corazón.

  —¿Qué fue lo que sucedió?

Corb bajó la cabeza para observar a su mujer, ya no podía ocultar su expresión de culpa, aunque la rudeza persistía.

  —No lo sé, todo fue tan rápido... Habíamos llegado al puerto —comenzó a relatar al ver su insatisfecha mirada—, Roria, la mujer del flanco Torhbien le invitó un pedazo de serpiente de mar a Joro, casi siempre lo hacía. Es una buena mujer. —Carraspeó al ver qué la preocupación se tornaba enfado—. Era lo mismo de siempre, limpiar el casco de la embarcación, nada anormal. Él lo hizo, rápido y bien, me alegré al verlo... Llevamos el bote del nuevo al agua al culminar, pues teníamos un contrato con un par de aventureros para llevarlos a la isla Joya Brumosa. Joro me pidió permiso para acompañarnos, no estaba muy seguro de eso, pero ya tenía tiempo que trabajaba con nosotros, era uno más de la compañía, y los hombres así lo festejaban —sonrió de forma involuntaria, pero para Carla, aquella declaración sonó horrorosa, y así como había aparecido la sonrisa de su amado, miró de forma despiadada a los demás hombres heridos—. El contrato solo era de ida, y el viaje no fue distinto a los anteriormente realizados, pero al volver... —Hizo una mueca, le resultaba difícil expresar lo que había visto—. No sé lo que fue, de repente nos invadió una frialdad extrema, acompañada de voces indescriptiblemente horripilantes. Me sentí mareado, y la luz guía del bote desapareció. Hasta que escuché su grito. —Guardó silencio, sintiendo como su corazón se apretujaba. Carla le instó a continuar—. Algo lo estaba levantado —Sus ojos observaban la nada como si reviviera lo ocurrido—, podía ver su cuerpo flotar, pero no el de la criatura. Grité que soltara a mi hijo. Carla, estaba aterrado, en mi vida había experimentado tan terrible miedo. Mis piernas temblaban, pero fueron los gritos de Joro los que me permitieron moverme. Golpeé a la nada con el remo, y lo seguí balanceando como loco, hasta que sentí como mi piel era lacerada por cuchillas delgadas... Cuando desperté nos encontrábamos cerca del puerto, con nuestros cuerpos cubiertos de heridas. Joro apenas si respiraba, pero me susurró algo: "protege a Xin". —Fue incapaz de contener las lágrimas, aunque su expresión era recia—. Estoy orgulloso, Carla.

El hijo de Dios Vol. IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora