El misterioso individuo

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  En torno a una mesa rectangular de madera, protegida por un mantel color vino, con acabados en las patas, tallados que representaban las heroicas luchas del reino, se encontraba un grupo de siete individuos, recatados y de rostros ajenos a las emociones al observar al hombre con el título sobresaliente, el del anillo dorado en su anular con el magnífico grabado del victorioso.

Los rayos de la mañana, que entraban semiobstruidos por el balcón era la única fuente de luz de la que disponía la habitación. El blanco de las losas le permitía distribuirse por zonas que de otro modo sería inalcanzable.

  —Nada —Mató el silencio—, ni un maldito pelo, ni un trozo de su armadura. Nada han podido conseguir. —Apretó el puño y golpeó con fuerza la madera, que distribuyó el poder del ataque a sus patas.

El continuo silencio solo forzó a la incomodidad. Cada uno de los presentes se mantenían solemnes, impávidos a la personalidad del hombre, que parecía querer encontrar una excusa para devastar el mundo.

  —Su Majestad —intervino el hombre sentado en el segundo asiento a su flanco izquierdo. Un elegante y alto individuo de cabello negro como la noche, corto y ondulado. De ojos sonrientes, orejas pequeñas, mentón partido y labios rotos por la cicatriz que empezaba en su mejilla izquierda—, me dolió tanto cuando escuché la noticia, como a todos los presentes, y, aunque respeto y guardó el luto, no creo que perseguir al aventurero que "causó" su muerte sea lo ideal.

Katran inspiró y reforzó el ceño, su mirada gélida penetró en los sonrientes ojos del hombre, que, sin inmutarse, le mantuvo la mirada.

  —¿Perseguir al asesino de mi hermano no te parece correcto, distinguido Alan Marhs?

  —Simplifica mis palabras, Su Majestad —afirmó, sin verse influenciado por la cólera naciente de su monarca.

  —Habla claro —ordenó.

El Distinguido asintió, calmó su respiración, carraspeando al sentir la saliva en su garganta.

  —Gracias, Su Majestad. —Prosiguió luego del ademán de cabeza—. Lo que deseaba comunicarle, era que, la ciudad no se ha recuperado de la última incursión de las bestias mágicas...

  —¿Osas declarar que no me importa lo que sucede en la ciudad? —interrumpió.

  —No —Negó con la cabeza—, Su Majestad. —Prefirió guardarse sus siguientes palabras, manteniendo una mansa sonrisa en su rostro.

  —Nadie de aquí es su enemigo, Su Majestad —intervino la mujer a su derecha, sentada en la segunda silla. Hembra de rostro alargado y fino, de ojos afilados y cejas delgadas, cabello negro, nariz pequeña y grandes orejas—. Los aquí presentes valoramos la seguridad del reino como lo primordial, Su Majestad, empero, no por ello creemos que usted lo hace menos.

Katran se volvió a la nueva voz, a la de la mujer con el anillo antiguo en su dedo anular.

  —Estupideces —gritó el viejo sentado al flanco derecho del monarca, en la primera silla—, el rey ha hecho lo que los dioses mandan, y ustedes solo saben ladrar cuando sus intereses se ven perjudicados —Observó a los presentes con autoridad, salvo al rey, a quién le dirigió una cálida mirada—. El segundo príncipe fue asesinado en nuestro territorio, y sabrán que otras cosas hizo ese monstruo. Darle caza y muerte es lo que con urgencia se debe hacer, lo que dictan nuestras leyes.

  —Ese "monstruo" salvó al reino —dijo la mujer con tono serio—, y nadie de los presentes puede asegurar que él haya sido el culpable de la muerte del segundo príncipe —Se levantó y quitó de su túnica el símbolo circular—. Si es así como Atguila paga sus deudas, yo opto por retirarme —Lo arrojó a la mesa, creando un sonido pesado—. No seré partícipe en esta cacería.

El hijo de Dios Vol. IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora