Transitar por el camino desconocido

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  Sus ojos deambulaban extraviados en el inmenso y virgen horizonte blanco, mientras, con ahínco, desgastaba cada átomo de su ser en un desesperado intento por rescatar de las profundidades de su memoria lo sucedido tras adentrarse en el abismo sin fin. Y así, a pesar de su empeño, solo lograba evocar el recuerdo de despertar frente a sus compañeras.

Tomó una inspiración profunda, se acomodó en la blanca e impoluta nieve, sin preocuparse por empapar su capa y su túnica. Y, cerrando los ojos con determinación, se aferró a las enseñanzas de Amaris con la esperanza de regresar al estado anterior y disipar las inquietudes que le ocasionaban tanto daño.

  —Te dije que no debías concentrar la energía en tu cuerpo.

Abrió los ojos, vislumbrando el rostro de la dama de cabello negro, que desde lo alto se había acercado tanto que podía oler la fragancia de su terso cuello.

  —Debo hacerlo —respondió, deslizando de sus labios la firme resolución.

  —No lo permitiré —repuso ella con el ceño fruncido—. Si hubieras visto lo que pasaba con tu cuerpo mientras te encontrabas inconsciente no serías tan terco.

  —Mi corazón me dice que es importante.

  —Tu vida debería ser lo importante, no tu curiosidad con lo desconocido. No en estos tiempos de incertidumbre —Sus ojos brillaban con un fuerte conflicto, entre el respeto y la preocupación—. Además, debemos concentrarnos en rescatar a Wityer, ¿no?

Aquellas palabras fueron como un balde de agua fría que necesitaba para despertar. Y con un suspiró recuperó la seriedad en sus ojos.

  —Tienes razón, Amaris.

Ella sonrió, la enloquecía de amor cuando los labios de su moreno amante pronunciaban su nombre, con ese tono característico que solo él podía interpretar.

  —Por supuesto que la tengo —dijo, alejando su rostro al verle ponerse en pie.

  —¿Cómo continuaremos con el entrenamiento?

  —No lo haremos, al menos no por el momento. —Bajó los hombros, abatida.

  —Usted es la maestra —dijo, y con la misma se retiró al campamento.

Amaris se quedó ahí, de pie, con la mirada perdida en aquel lugar donde antes su amado había hollado el suelo con su presencia. La indecisión la paralizaba, como si estuviera atrapada entre la necesidad de ayudarlo y el temor de provocarle aún más daño. Los pensamientos se agolpaban en su mente, formando un laberinto sin salida aparente. Sus manos, temblorosas, se aferraban a la gruesa tela de su túnica abierta, buscando algún tipo de ancla en aquel mar de dudas. Pero no la encontraba. La frustración la invadía, corroía su ser como el óxido a un viejo metal, dejándola vulnerable y desorientada.

No entendía cómo, en un tema que se suponía dominaba, como lo era la magia, se encontraba tan perdida. Había hecho de la razón su aliada, razonando cada paso, cada movimiento, cada palabra desde el principio. Pero ahora, todo parecía desvanecerse en un torbellino de incertidumbre.

Ahora únicamente le quedaba retroceder un par de pasos y comenzar desde el principio.

∆∆∆
Solitario, así se sentía en esta tierra de nadie. La impotencia, como un torrente corruptor, lo arrastraba hacia un abismo de desesperación del que no lograba escapar. La imagen de su mejor amigo, atrapado en las garras de un destino cruel, lo acechaba en cada sombra y resonaba en cada suspiro.

Había sido beneficiado por un poder más allá de la imaginación humana, pero que, sin advertencia alguna traía consigo una carga indeseable, un tormento de almas en pena que susurraban intenciones de muerte, empero, había sido fuerte, y en su determinación hizo que desaparecieran con el devastador sello de elemento Luz que grabó en su propio cuerpo. Y aunque eso lo había salvado de la locura, también había traído consigo la pérdida de la conexión que antes poseía con esa fuerza sombría. Ahora se encontraba vulnerable, expuesto a peligros de los que antes estaba a salvo. Pero en el fondo, sabía que necesitaba ese distanciamiento, esa desconexión para mantener plena su cordura y su humanidad.

El hijo de Dios Vol. IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora