Sentía frío y todo estaba oscuro. El silencio inquietaba. Estaba solo, muy solo. Su cuerpo y mente experimentaba el paso del tiempo, tornando la calma en impaciencia, y está en locura. Gritó y desgarró con su voz la eterna oscuridad. Vociferó maldiciones que en la vida se le habrían ocurrido, pero no consiguió nada. Lloró con tal intensidad y sentimiento que al quedarse vacío recobró la paz perdida ya hace mucho. Ya no se lamentaba, pero tampoco aceptó su destino, debía de hacer algo, tenía que hacerlo. Al pasar el tiempo permitió que la oscuridad lo invadiera, que la muerte se hiciera con él, y con la totalidad de su poder despedazó la realidad donde se encontraba, pero está se regeneró a una velocidad irreal. Lo ocurrido había provocado una sonrisa en su rostro convertido en retazos de piel y hueso, la había percibido por un instante, tan fugaz que podía atribuirse a su locura, pero él confiaba en lo que había visto, la anhelada salida.
No se detuvo, lo intentaba hasta que su cuerpo se consumía en dolor y angustia, hasta que su mente suplicaba por detenerse, solo así se permitía descansar, pero estaba seguro de que podría salir, lo ansiaba, aunque ya había olvidado el porqué de su razón.
La oscuridad disminuía, y los alrededores se congestionaban en gritos horrorizados, lamentos y súplicas.
Fue inimaginablemente difícil, consiguiendo la hazaña luego de una cantidad horrorosa de años, pero allí estaba, a un paso de la luz, de la salida.
Avanzó con determinación, cambiando la oscuridad por un torrente luminoso, cegador, que impactó en todo su cuerpo, desintegrando la poca cordura que había conseguido. La sensación de ardor provocó ahogados gemidos que se pronunciaron en continuos gritos.
—Te he estado esperando —dijo alguien a lo lejos, con un tono bajo y sin sentimientos.
Gustavo abrió los ojos, esos rojos y negros orbes que observaban el mundo desvelaron lo que siempre había estado ahí, una mujer, cubierta en un velo de intensa luz blanca.
—Por fin muestras tu verdadero rostro. —Meneó la mano, formando un sello de dedos. En la nada se creó una larga y gruesa cadena blanca brillante, que salió disparada a la silueta de túnica negra, sujetándole del cuello al suelo, pero no forzándole a caer—. Sabía que eras tú, siempre lo supe. —Una nueva cadena lo sujetó del brazo derecho al suelo—. Pero nadie me creyó, decían que lo inventaba, y al desaparecer por tanto tiempo me empecé a cuestionar si en verdad te había visto. —Una nueva cadena le tomó de su brazo izquierdo, atando así sus extremidades superiores—. Y aquello me tranquilizó —La luz cegadora que protegía su cuerpo se hizo tan tenue que casi había desaparecido—, ya no estabas, ya no venías por mí —Comenzó a acercarse, y Gustavo notó el retazo de tela blanca que cubría sus ojos—, pero, luego entendí —Se detuvo a un solo paso de él. El joven ahogaba los gemidos por el dolor, pero no forzaba el movimiento, estaba atrapado, pero al menos no había silencio, ni gritos horrorosos, solo la suave voz de la mujer—, no venías a matarme, sino que querías liberarme. —Le abrazó, descargando el dolor que por años había sufrido, la tortura de esos magos, el maltrato de la que había llamado madre, y el abandono de los dioses, todo lo derramó en el abrazo. No obstante, para el cadavérico joven la experiencia fue lo opuesto, un ardor intenso, como si le quemaran la piel lentamente le invadió, sentía una miríada de cuchillas cortar profundamente hasta llegar al hueso, sentía como si le arrancarán los ojos y las extremidades, y deseó matar, estaba más que encolerizado, olía la vida de la mujer, y tal vez fue esa la razón de su inexplicable resistencia—. Ahora estoy lista —Se distanció un paso, ignorando la gélida y asesina mirada del hombre convertido en ente—, ya puedes hacerlo. —Cayó sobre sus rodillas, con la cabeza gacha. Hizo un último sello de dedos.
Él sonrió con frialdad al notar la conversión de las cadenas en millones de esporas de luz, el dolor había disminuido, pero la cercanía le afectaba demasiado. Aunque, no la repudiaba por aquella razón, era algo más profundo por lo que la quería ver muerta, con su sangre derramándose por el suelo blanco, verla sufrir le producía alegría, pero quería su vida, y la quería ya.
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El hijo de Dios Vol. IV
AdventureCon la tensión de los reinos vecinos en aumento, y la guerra en pausa, Gustavo debe seguir su corazón a tierras inexploradas para salvar a su buen amigo Wityer, aunque eso conlleve poner en riesgo tanto su vida, como la de sus compañeros. ¿Estará d...