Gustavo se rascó debajo del mentón con incomodidad, sintiendo los pequeños bellos que le comenzaban a salir, todos desperdigados. Volvió la mirada un par de veces para observar su flanco izquierdo, tentado a ir a revisar una de las construcciones que tanta atención le robaba. Parecía un templo, o al menos la estatua sin cabeza que Primius reconoció como el dios Sol lo declaraba, pero no fue por su identidad religiosa por lo que quería acercarse. Era algo más.
—Esperen aquí —ordenó sin tono de mandato. Rompió camino y se dirigió a la estructura de culto, ignorando las palabras de sus demás compañeros—. Solo quiero echar un breve vistazo.
Nadie creyó sus palabras, pero las señas de Primius sobre las necesidades masculinas calló la intención de réplica.
Gustavo cruzó por la puerta de hierro destruida y los muros caídos, observando los arbustos de flores blancas, que decoraban gran parte del terreno. Observó el cielo y exhaló, notando en la sombra el denso vaho provocado. Sujetó sin quererlo realmente la empuñadura del sable, con la atención fija a lo que las dos grandes puertas custodiaban con recelo. Bajó la mirada al percatarse de la flor violeta.
«¿Una orquídea?», pensó al levantarla. Dudando de lo que observaban sus ojos, no por la presencia de un espécimen que al igual que otros también habitaban en su tierra natal, no, no era eso, era algo más simple y profundo, aquel pequeño tallo con cinco flores violetas era la planta favorita de su madre, y no pudo evitar pensar en ella al recogerla.
Tragó saliva y tuvo un mal sabor de boca, besó los pétalos y volvió colocarla en el pasto, santiguándose con lentitud. Regresó la mirada a la puerta, esquivando la estatua decapitada que se había interpuesto en su camino. El aire arreció, provocando que su túnica abierta color rojo sangre bailara con brusquedad.
Encima de la gran entrada y debajo del techo se encontraba una claraboya circular, con los remanentes de hierro que en su tiempo habían formado una figura, posiblemente humanoide.
Gustavo posó sus manos sobre los tallados de la madera, y empujó con fuerza. Las puertas se deslizaron hacia dentro con suavidad. Debió forzar su mirada al encontrarse con una profunda oscuridad, no acorde de un sitio con un tragaluz. Se sobresaltó al escuchar el portazo, teniendo que volver la mirada a la entrada cerrada. La temperatura dentro del recinto congelaba hasta los huesos, y, aunque era una molestia, no fue un impedimento para regresar la mirada al centro del lugar, ahora iluminado por una fogata que hace un segundo no había estado presente. Apreció el lugar con la tenue luz de las llamas, los muebles rotos; las paredes pintadas con historia, pero las manchas de sangre desparramadas por armas filosas le robaron toda su atención. Al pie de los tres escalones comenzó a dibujarse una sombra, Gustavo se detuvo de inmediato, extrayendo el sable de la vaina, y tomando una postura ofensiva.
—Guarda el arma, Gustavo —dijo con tono calmo el alto hombre que apareció desde las sombras.
Las llamas pintaron su rostro aperlado, de expresión solemne y profunda, mentón definido y ojos dorados. Era bello, inigualablemente hermoso, con un cabello ondulado color rojizo, que brillaba al recibir el calor del fuego. Portaba una hermosa capa bermellón, del mismo color que su camisa ceñida, guantes blancos y un pantalón negro de tela exquisita, bordado de tal manera que parecía extraño nada más verlo, con semejanza a como el padre de Amaris había apreciado su indumentaria militar. Sus zapatos negros, pulcros y brillantes detuvieron el sonido al llegar ante la fogata, donde el individuo tomó asiento en una silla de madera, similar a un trono.
—¿Quién es usted? —preguntó con un ligero temblor en sus manos, aunque intuía conocer ya la respuesta.
—El mismo que crees —dijo, arrebatando una gran pierna del jabalí al fuego, mismo que Gustavo observaba con duda por su repentina aparición.
ESTÁS LEYENDO
El hijo de Dios Vol. IV
AdventureCon la tensión de los reinos vecinos en aumento, y la guerra en pausa, Gustavo debe seguir su corazón a tierras inexploradas para salvar a su buen amigo Wityer, aunque eso conlleve poner en riesgo tanto su vida, como la de sus compañeros. ¿Estará d...