Noticia impactante

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  Volvió a la oscuridad, fría y desierta, y la ira combinada con el abandono floreció en un desgarrador grito.

  —¿Por qué? —Se lamentó, observando el oscuro techo—. ¿Por qué? ¡¡¿Por qué?!!

  —¿Gustavo?

  —¿Mi señor?

  —Humano Gus.

Las voces fueron como un poderoso hechizo sanador para su cuerpo moribundo.

  —¿Monserrat? —dijo al ver una extraña silueta acercarse.

Un par de orbes blancos iluminaron las cercanías.

La brumosa silueta pronto se transformó en una hermosa mujer de cabello negro, suelto. Su mirada de excesiva preocupación se posó sobre los ojos del enloquecido joven.

  —Te extrañé tanto —dijo, y le abrazó, dejando muda a la maga, que no se había esperado semejante muestra de afecto—. No sé a dónde me mandaron, estaba muy oscuro, y tú sabes que odio la oscuridad... —Su expresión mostró confusión—. Monserrat, ¿qué haces aquí? La guerra está lejos de acabar, no deberías haber venido ¡Héctor! ¡Héctor! —gritó con furia, aterrado por algo que solo él sabía—. Maldición, ¿dónde se habrá metido?

  —¿Qué le sucede? —preguntó Meriel con suma preocupación, no había entendido ninguna de sus palabras, percatándose al mirar sus ojos que, aunque abiertos, no podían apreciar la realidad.

  —No lo sé —respondió Ollin con honestidad—. Es la mente humana más fuerte que he conocido...

  —Gustavo —dijo la maga con el dolor en su tono—, soy yo, Amaris. La dama Cuyu.

  —Maldición —Hizo a un lado a su enamorada con cariño—, el capitán volverá pronto, no puedo dejar que te vea aquí ¡Héctor! ¡Héctor! —Golpeó con el pie un objeto que rodó unos centímetros antes de detenerse, quedándose de piedra al observar el cráneo. Él no miraba huesos, sino piel y un rostro conocido, alguien que ya había aparecido en más de una ocasión en sus pesadillas—. No... —Perdió la fuerza en sus piernas, incrédulo—. No, tú no... —Se dejó caer sobre sus rodillas, sosteniendo el cráneo entre sus dedos, reteniendo el dolor en sus ojos.

  —Gustavo... —Apretó los labios, incapaz de moverse por el nerviosismo, el dolor en su corazón al escuchar los gemidos del hombre al que amaba eran similares a sentir su cuerpo lacerado, y creía preferir este último a seguir viéndolo sufrir.

  —¿Por qué? —Alzó el rostro con los ojos enrojecidos—. ¿Por qué?

No hubo respuesta, nadie tuvo el valor de acercarse, los presentes habían presenciando lo imposible en compañía del joven, lo habían visto hacerse con la victoria en batallas que otros considerarían perdidas, en palabras simples le admiraban, tanto por su fuerza, como por su voluntad, por lo que verlo destruido, balbuceando palabras inentendibles no hizo sino provocar terror en sus corazones, por si lo que le había afectado andaba cerca.

  —Escúchame —dijo la maga al caer sobre sus rodillas con tranquilidad, mientras cubría con sus palmas las rasposas mejillas de su amado—, Gustavo, no hay nada en este lugar que pueda hacerte daño. Solo estamos los aquí presentes, aquellos escogidos por ti para recorrer los senderos inexplorados. —Su pecho experimentó un terrorífico golpe al ver aquellos ojos cambiantes, pudo ver sus emociones, aquello que había guardado durante años, lo vió todo y sintió que no podría mantenerse cuerda con tal dolor, por lo que se lanzó a sus brazos, impidiendo que se liberara, y él, que tanto lo necesitaba dejó que el calor corporal lo invadiera.

  —Amigo, por favor perdóname...

Las lágrimas desembocaron de sus ojos, fluyendo hasta humedecer los hombros de la maga. El abrigo que conferían los brazos repletos de amor de Amaris habían hecho lo que ninguna pócima jamás podría hacer, sanar un corazón y una mente herida.

El hijo de Dios Vol. IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora