¿Héroe o villano?

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  —¿Qué fue lo de allá atrás? —preguntó Gustavo.

Primius bajó la cabeza, la ira estaba renuente a abandonar su cuerpo, las emociones que sentía eran tan intensas que le resultaba imposible dominarlas, no obstante, cuando observó la decepción en los ojos de su nuevo señor, un extraño dolor apareció en su corazón. Apretó el puño y quiso contestar, pero las palabras no salieron, se volvió a la dama pelirroja que había cerrado hacia su flanco derecho, notando su severa mirada, y al instante quiso gritar, pero le fue imposible.

  —Eh ¡Responde! ¿Qué fue lo que pasó? —repuso, irritado.

Amaris le sujetó el brazo, negando con la cabeza al atraer su atención.

  —Déjalo, Gustavo —dijo con un tono dulce y calmo—, deja que reflexione lo que ha hecho. Permítele entender sus errores, para que así no los vuelva a cometer.

Asintió de mala gana, no soportaba inmiscuirse en problemas violentos que tenían soluciones más razonables.

Un ensordecedor y violento trueno impactó en la lejanía, acompañado por largos e imponentes relámpagos que decoraron el cielo.

  —Te entiendo —dijo Meriel con suavidad y tono quedo—, lo hago aunque no lo creas —Primius se había vuelto a ella, notando su comprensiva expresión—. La ira, la tristeza, la impotencia, todo es increíblemente doloroso, pero, con el vínculo que nuestro señor nos ha concedido, es mil veces peor. Lo experimento cada día desde nuestra incursión al bosque de las Mil Razas, lo siento en todo mi ser, y quiero explotar, descontrolarme, pero me contengo, porque sé que con tan solo una única vez que lo haga, ya no habrá manera de poder parar.

  —Pero ¿Acaso sabes lo que hicieron? —preguntó, endureciendo el entrecejo y apretando más fuerte el puño.

  —No, no lo sé —aceptó.

Primius quiso responder, pero fue interrumpido por la llamada del guardia de la puerta, que por encima de los muros de madera les hacía conocer su presencia.

Gustavo inspeccionó la zona a miradas rápidas, observó la sangre cubriendo algunas estacas puestas en la zanja, pedazos de piel en la tierra, y las negras huellas dejadas por las llamas en los muros.

  —Parece que si se defendieron —dijo Ollin, con la calma en su rostro.

  —Trae el emblema de los Ronsi —dijo Primius con tono severo y la cabeza gacha, y aunque no se notaba, estaba haciendo hasta lo imposible por contener su descontento.

El guardia en lo alto de los muros hizo a un lado los cabellos que por el intenso viento habían impedido su visión, carraspeó y con una mirada firme observó a Gustavo, tratando de discernir sus verdaderas intenciones.

  —¡Dije alto! —repitió.

Gustavo detuvo al equino, ordenando a sus compañeros a imitarlo, para rápidamente encontrarse con la mirada del guardia en jefe.

  —Le pido permita nuestra entrada —dijo con un tono cortés.

Ollin observó con detenimiento al joven de nombre extraño, su identidad como Salvador era una locura, pero su personalidad era lo que en verdad atrapaba su curiosidad, siendo un hombre determinado, dominante e impulsivo en batalla, para cambiar a una actitud serena, recta y misteriosa en su trato con las demás personas, y aunque su interés radicaba en eso, todavía deseaba desentrañar sus secretos y así esclarecer sus dudas.

  —Una moneda plateada por persona —dijo con tono áspero y directo, sin dejar lugar a la negociación.

  —Hijos de...

El hijo de Dios Vol. IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora