El buen presagio

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  Primius se desvanecía por momentos, apenas si podía abrir los ojos luego de cerrarlos. El sueño lo estaba venciendo, pero su preocupación por su compañera podía más. Se había dado la tarea de suministrarle la pócima poco a poco, con la determinación de no dormir hasta verle despertar.

Amaris abrió los ojos, tenía el sueño inquieto, no podía dejar de pensar en la mirada de Gustavo, esa oscuridad insana en lo profundo de sus pupilas la ponía nerviosa, temerosa a que se descontrolara y no pudiera recuperarlo. Observó las tenues llamas de los dos candiles colocados en las cercanías, que apenas si iluminaban una parte del interior de la cabaña. Se quitó la capa de piel que se desempeñaba de sabana, lo había notado al poco tiempo de entrar al recinto, percatándose que el frío que ingresaba no era el mismo de afuera. Se experimentaba una cierta frialdad, pero resultaba soportable incluso sin conjuntos abrigadores. No obstante, el intenso ruido causado por la violenta ventisca no permitía bajar la guardia, temiendo que por aquella gran abertura se adentrara uno de esos enormes lobos.

Meriel parpadeaba en perfecta calma, la completa oscuridad más allá del umbral aceleraba su corazón, con su mente jugando a transformar la nada en monstruos, pero nada de eso le impidió aceptar el cargo de vigilante. No tenía sueño, había bebido la mitad de un tónico energizante, desgastando las primeras horas de energía en limpiar y afilar su espada, como contabilizar sus suministros personales. Muy pocas veces optaba por beber tónicos, estaba acostumbrada a la vigilia, sin embargo, está noche pertenecía a las clasificadas como pesadas, de esas que sientes que tu energía se evapora y el sueño te invade, aun cuando minutos antes te encontrabas en un estado pleno. Estiró el cuerpo, masajeándose la nuca y el cuello por la mala postura que estaba ejerciendo en la silla de respaldo curvo.

  —No puedes dormir —dijo al ver a su compañera deshacerse de la capa de piel.

  —No, no puedo —dijo la maga.

Meriel perdió el interés en proseguir con la charla, volviendo su atención a la entrada, con el dilema en su corazón sobre si estaría preparada para enfrentar a aquello que se aventurase a entrar.

Amaris tampoco poseía el deseo de mantener una conversación con la pelirroja, más al sentir que no tenían nada en común para platicar.

Y así, en el silencio de la noche, la maga confió en su mente para brindarle el descanso, para despertar con sus capacidades renovadas.

La pesada madrugada cedió ante la luz del alba. En un espectáculo glorioso que se pudo observar desde la entrada de la cabaña. La ventisca que unas horas antes había atormentado al pequeño grupo, ahora se encontraba desaparecida, y por primera vez en días se lograban percibir los claros rayos del sol al cruzar por el blanco territorio.

Primius descansaba en el pecho de la durmiente guerrera, que con un respirar calmo denotaba su veloz recuperación.

  —Mi señor —dijo Meriel al verle aparecer, sorprendiéndose por la carga a su hombro de apariencia humanoide.

  —Saldré unos momentos —dijo, consciente de la pregunta que estaba rondando por la mente de su compañera.

  —Usted...

  —Descansa, Meriel, te necesitaré en buenas condiciones.

Lo observó desaparecer tras el umbral. Ella asintió, inspiró profundo, dejándose caer sobre la silla de madera de respaldo curvo que había dejado para aligerar el dolor en sus nalgas.

Gustavo se dirigió colina abajo, su plan lo requería. El individuo que cargaba al hombro trataba de hablar, pero la pesadez de su ser, y el ajetreo no se lo permitían.

  —Confía en mí, así como yo estoy confiando en ti.

Llegaron ante lo que en verano se consideraría una preciosa pradera, que ahora se encontraba cubierta por la nieve, tan alta que llegaba a sus rodillas. Intuyó por dónde habían venido, pero no estaba seguro, en aquella furiosa ventisca habían caminado sin rumbo, y ahora dudaba que pudieran regresar por el mismo sendero si es que lo necesitaban.

El hijo de Dios Vol. IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora