ARCHIVO 053

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Narrador omnisciente

Thaile no sabía cuánto tiempo había pasado desde que la colgaron del árbol. El dolor se había vuelto un compañero constante, como una sombra adherida a su piel. Sus brazos, insensibles por la presión, colgaban sin piedad, mientras su corazón latía desbocado en su pecho, como un tambor resonante que parecía marcar cada segundo de su condena. La capucha sobre su cabeza le robaba el aliento, atrapando su respiración en un ciclo desesperado. Su cuerpo, ya helado por la brisa nocturna, temblaba sin control, como una hoja al viento.

La oscuridad de la madrugada había comenzado a disolverse, y el primer aliento de la mañana acarició la piel de Thaile con la frialdad de una daga. Fue entonces cuando una carcajada, aquella carcajada familiar que siempre había asociado con el desprecio y la crueldad, se filtró a través del viento, congelando su alma. La reconoció de inmediato. Nathan. La única persona capaz de provocar que su piel se erizara y su corazón se helara con solo un sonido.

Escuchó cómo las otras mujeres caían al suelo, sus cuerpos golpeando la tierra con un eco que reverberó en el espacio, como si todo el campo hubiera temblado ante el impacto. Un sonido sordo y devastador. Thaile intentó inhalar, desesperada, pero su respiración quedó atrapada en la oscuridad, cada intento de llenar sus pulmones siendo una lucha inútil. No fue hasta que alguien le arrancó la capucha que pudo finalmente respirar, aunque lo hizo de manera agitada y quebrada.

El sol, que comenzaba a asomarse tímidamente en el horizonte, bañó el paisaje en una luz dorada, una luz que parecía tan distante, tan ajena, como si Thaile ya no perteneciera a ese mundo. Sus ojos, adaptándose lentamente al resplandor, divisaron un vasto campo verde que se extendía hasta donde la vista alcanzaba. A lo lejos, Barbie, con el rostro marcado por la vergüenza y la humillación, se apresuraba a cubrir su desnudez, mientras las demás mujeres, aún aturdidas, se frotaban los brazos entumecidos por el frío y la tensión. Todo alrededor parecía un sueño roto, un escenario distorsionado donde el tiempo ya no tenía sentido.

Nathan se acercó a ella con paso lento pero seguro, como un depredador acechando a su presa, su figura imponente proyectando una sombra aún más aterradora bajo la luz matutina. Empuñaba un arma, cuyo cañón brillaba a la luz de los primeros rayos del sol, reflejando su poder, su control absoluto sobre la situación. Su presencia, dominadora y amenazante, aumentó el pánico que ya se cernía sobre Thaile.

—Mi bella flor de loto, ¿cuándo pensabas contarnos que aquí...? —su voz, cargada de veneno y perversión, llegó a sus oídos con la suavidad de una amenaza velada. Nathan deslizó el cañón del arma por su vientre, un contacto frío que la hizo temblar, pero no solo por el frío de la mañana. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, un presagio de lo que estaba por venir—... se estaba gestando una nueva vida.

Thaile intentó mantener la calma, intentar mentir, pero el temblor en su voz y el horror reflejado en los ojos de las otras mujeres delataban lo inevitable. Sabía que su secreto estaba a punto de salir a la luz, y con ello, toda su vida, la misión, todo lo que había protegido con tanto esfuerzo, se desmoronaba ante ella.

—No sé de qué hablas —respondió, pero las palabras le sonaron vacías, inauténticas, como un susurro en medio de una tormenta. Nathan la miró con una sonrisa cruel, una que le heló la sangre, mientras sacaba la tablet que le había robado la noche anterior. El corazón de Thaile se detuvo por un momento al reconocer el dispositivo. No... no podría ser. La ira hacia sí misma la invadió como una marea salvaje.

—¿Ah, no sabes? —ironizó Nathan, deslizando la pantalla de la tablet hasta detenerse en una imagen que hizo que el mundo de Thaile se detuviera. Su rostro palideció, y la rabia se mezcló con la desesperación—. Déjame refrescarte la memoria.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora