ARCHIVO 058

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Thaile

El almuerzo termina, y, por un momento, me siento aliviada por el silencio que se impone. La brisa acaricia mi cabello, un toque fugaz de frescura que parece despertar algo dentro de mí, algo que había estado adormecido. El cálido resplandor del sol toca mi piel, como un recordatorio de lo que ya no puedo recordar, de lo que una vez fui. Me sorprendo a mí misma deseando esas pequeñas sensaciones, como si el aire y la luz fueran extraños, como si no los hubiera sentido en mucho tiempo. Es una vulnerabilidad que no reconozco, y eso me asusta.

El senador se levanta de la mesa, su presencia imponente, como siempre. Su voz es baja, autoritaria, pero hay algo en él que hace que mi estómago se retuerza, algo inquietante que no puedo identificar.

—Acompáñame, por favor.

Lo sigo sin hablar, el peso de mi desconcierto y mi creciente incomodidad cubriéndome como una capa pesada. La mansión, con sus pasillos interminables y su arquitectura enigmática, parece un laberinto hecho a medida para perderse en él, y no solo físicamente. Cada rincón tiene algo que no quiero ver, algo que podría desatar recuerdos que mi mente aún no se atreve a recuperar. Sombras que susurran secretos que ni siquiera estoy segura de desear conocer.

Cuando llegamos a una puerta doble, él la abre con una calma perturbadora. El despacho que encuentro detrás de ella es todo lo que uno esperaría de un hombre con poder: muebles de cuero negro, paredes revestidas de madera oscura, una atmósfera densa con el olor a autoridad. Cada objeto en la habitación parece diseñado para reforzar su dominio, para recordarme que soy una invitada en su territorio, y eso solo aumenta mi sensación de claustrofobia.

—Toma asiento, por favor —me dice, su voz una orden disfrazada de cortesía. Se coloca detrás del gran escritorio de caoba, como un monarca tomando posesión de su reino.

Mis manos, inexplicablemente sudorosas, se aferran a mis muslos mientras miro la silla. La invitación parece una trampa, pero no tengo otra opción más que seguir el juego.

—Así estoy bien —le respondo, mi tono más seco de lo que me gustaría, pero intento mantener el control, aunque sé que me está resultando cada vez más difícil.

Sus ojos se clavan en mí con una intensidad que me quema la piel. Se acerca con una calma que solo aumenta mi ansiedad, sus palabras ahora envueltas en una sombra de amenaza.

—Créeme, querrás estar sentada cuando te diga lo que tengo que decirte.

Mi pulso se acelera, y el calor en mi cuerpo se vuelve insoportable. Quiero salir de aquí, quiero huir, pero la imagen de su rostro sigue persiguiéndome, y no puedo evitar sentir que, de alguna manera, esta conversación marcará el inicio de algo que no estoy preparada para enfrentar.

Es como si algo oscuro estuviera a punto de desatarse, y yo estuviera a punto de ser absorbida por él, aunque aún no sepa si deseo resistirme o dejarme arrastrar.

Mis dedos se clavan en el borde de la silla, como si eso pudiera darme algún tipo de control. Pero dentro de mí, algo grita que estoy al borde de perderlo todo.

Sus palabras me resuenan en la cabeza, pero es como si no pudieran llegar del todo. El espacio entre nosotros parece ampliarse con cada palabra que pronuncia. Finalmente, suspiro y me dejo caer en la silla, el cuero frío rozando mi piel, un contraste punzante con el caos que siento en mi interior.

—Lo que te voy a contar seguramente te parecerá descabellado —dice con una calma que me irrita, su voz casi monótona, como si estuviera acostumbrado a lo imposible. Mi mano juega de forma mecánica con el anillo en mi dedo, una pieza que ni siquiera recuerdo habérmela puesto, pero que ahora parece el único ancla entre esta realidad rota y mi creciente desesperación.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora