Prólogo 1

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Tin se sentó al lado de su abuelo, Khalan Medthanan, en el porche delantero de la cabaña en la que éste vivía. Sólo tenía diez años, pero sabía con exactitud por qué el anciano no vivía con su familia. Porque el padre de Tin, Suchart, se avergonzaba de él.

-No es más que un jodido irlandés-gritaba enfurecido Suchart horas después de visitar a su padre-. Presume de ese acento irlandés como si fuera algo de lo que estar orgulloso.

Dios librara a Tin de hablar con aquel acento, aunque lo practicaba cada vez que su padre no estaba presente.

A Suchart no le gustaba su origen irlandés. No le gustaba que la gente lo supiera. Si pudiera enviar a sus abuelos lejos, Tin estaba seguro de que lo haría. Pero Suchart Medthanan no podía obligar a Khalan Medthanan a que hiciera nada. Aquel anciano era tan sabio como las montañas y los acantilados, y tan terco como ellos.

-Tin, muchacho, mira esa puesta de sol.- Khalan le señaló los majestuosos colores que cubrían las montañas-. Es casi tan bonita como las que tenemos en Irlanda. Casi.

-¿Por qué no vuelves allí?-le preguntó Tin, consciente de la nostalgia impresa en la voz del anciano-. Papá dice que tienes suficiente dinero para vivir donde quieras.

Observó el rostro surcado de arrugas de su abuelo. La brillante mirada azul era muy parecida a la de su nieto y más brillante que la de su hijo, sin las motas verdes que tenía la de éste.

El anciano sonrió; una extraña, triste y pequeña sonrisa.

-Porque mi Malee está aquí.- Señaló el pequeño cementerio, el lugar donde estaba enterrada la abuela de Tin, Malee Medthanan, junto a los dos hijos que habían perdido en Vietnam y la hija que había muerto de fiebres.

-¿La abuela no quiere que te vayas?-Tin frunció el ceño. Su abuela estaba muerta, ¿cómo le iba a importar?

-Oh, mi Malee me sonreiría igual allá donde fuera.-El anciano esbozó de nuevo aquella pequeña sonrisa-. Pero si me separara de ella sentiría esa distancia en mi alma, ¿entiendes?

Tin negó con la cabeza.

El abuelo suspiró.

-Tienes ojos irlandeses, muchacho. Un día de estos, esos ojos verán por ti y sentirás como si el corazón se te fuera a salir del pecho. Es la feroz mirada irlandesa, Tin. Cuando ames, cuando ames de verdad, ten cuidado, muchacho, porque esos ojos irlandeses que tienes no son sólo el espejo de tu alma, sino del alma de la persona que ames.- El abuelo miró la tumba de Malee-. Y cuando se pierde el corazón de esa manera, es imposible abandonar los lugares donde están tus mejores recuerdos. Si tuviera que irme, no podrían enterrarme junto a tu abuela.

El anciano dirigió la mirada a Tin y éste sintió una opresión en el pecho al pensar que algún día tendría que enterrar a su abuelo en aquella tierra dura y desolada.

-La feroz mirada irlandesa-murmuró el anciano unos instantes más tarde-. Mi padre me advirtió igual que ahora te estoy advirtiendo yo a ti, muchacho. No pierdas a la persona que ames, pues perderás una parte de tu alma si lo haces. Es el legado de esos ojos.

Tin frunció el ceño. Lo que decía el abuelo no tenía mucho sentido y decidió que le preguntaría a su tío Mew sobre ello cuando volviera. Su tío todavía recordaba a su abuela. Tenía cinco años cuando ella murió, un poco antes de que naciera Tin. Y en ese momento, estaba pasando el verano en Houston con el mayor de los tíos de Tin, Arthit, y su familia.

-Entonces, ¿mis ojos son malos?-preguntó Tin finalmente.

-No, no son malos-suspiró su abuelo-. No son malos en absoluto, muchacho. Te darás cuenta un día de estos. Uno de estos días, ya verás. Esos ojos irlandeses ven lo que nadie más ha visto.-Clavó la mirada en su nieto-. Quien tenga tu alma, tendrá tu corazón.-Dio una palmada en el pecho de Tin-. Y podrá incluso ver a través de ti.

-Entonces, ¿papá no tiene ojos irlandeses?-Los ojos de Suchart estaban matizados con motas verdes. Nunca le había visto con el gesto relajado y gruñía sin parar.

La preocupación se reflejó en la cara de su abuelo.

-Tu padre es un buen hombre-afirmó repitiendo lo que siempre decía.

-¿De veras, abuelo?-Tin pensó en el bebé que había en casa. El diminuto bebé que su abuelo decía que era su hermano. El recién nacido del que Suchart Medthanan renegaba-. El pequeño Kasem debería tener también un padre.

El abuelo puso la mano sobre la cabeza del niño y le dijo suavemente:

-Nada es cómo pensamos, muchacho. No todo es blanco o negro, sino que existen infinidad de matices grises. Tienes que averiguar el porqué de las cosas, no sólo fiarte de lo que ves.

-Porque él no nos quiere-susurró Tin, aceptándolo como sólo los niños podía aceptar esas cosas.

El abuelo asintió con la cabeza.

-Los tonos grises, muchacho. Recuérdalo. siempre hay algo que no sabes y que no puedes ver. A veces el amor no es como pensamos que debería ser. Sólo recuerda eso y todo irá bien.

Tin creció buscando los matices grises. Luego maduró y se convirtió en un SEAL y los matices grises se perdieron en su mente, aunque sabía que seguían estando allí. Siempre en un lugar diferente, siempre moviéndose. Hasta el día que vio el infierno. Y las cenizas del infierno. Y aprendió que había matices que jamás hubiera podido imaginar que existieran.

La cara oculta del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora