📌 : ❝ Jung Hoseok ama la poesía, a los animales y las sustancias que cambian el estado de ánimo. Acostumbrado a despertar entre los brazos de la dinamita, se ve arrinconado a buscar una solución a sus problemas para no perder la beca de estudios qu...
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Por lo que queda atrás
Su vida no fue planeada en absoluto. Cada hecho que ha transcurrido a lo largo de sus treinta y un años, y todos los problemas que ha transitado, son fruto de malas decisiones propias, sí, pero no ha terminado así porque lo hubiese querido.
Todas sus mañanas son iguales. Despedirse de Sunhi y Dahae. Llegar a la biblioteca y fingir que hace algo interesante además de ordenar libros y pedir a los estudiantes que cierren la boca. En ocasiones, suele prestar la engrapadora. A mediodía va en búsqueda de su almuerzo a la cafetería de la universidad y luego regresa para terminar el día bebiendo al menos dos vasos de café sumados a los de la mañana.
Cuando Jung Hoseok apareció por aquella puerta el viernes anterior, pensó que las cosas comenzarían a cambiar de a poco en su vida. Al menos tendría alguien a quién regañar y saciar su sed de mejora en la vida de otras personas, ya que con la suya no tiene más alternativa. Dahae es una adolescente y mucho caso ya no hace a estas alturas.
Quizá comienza a padecer el «Síndrome del nido vacío» a los treinta y un años..., o quizás es el vacío de su existencia y el fantasma de su pasado que no le permiten avanzar.
Quizás está frustrado.
Quizás odia la juventud y su felicidad.
Al regresar de la cafetería encuentra el archivador de su ayudante sobre el mostrador, firmado en su horario de salida. Ni siquiera lo ha esperado para despedirse. Mira su firma con desgano y deja el archivador a un costado con molestia contenida, porque hay tantas personas a su alrededor que no puede hacer otra cosa más que continuar reprimiéndose.
La llegada a casa es como cada lunes. Aprendido por todos. Dahae está en su habitación estudiando y Sunhi se va al trabajo, porque esta semana tiene turno nocturno. Por eso, Yoongi come solo. Se levanta el martes, se despide de su esposa, quien apenas llega del trabajo, y de Dahae, luego llega a la biblioteca.
Sólo que hoy no está vacío. Hay un chico sentado en el inicio de las escaleras que van hacia la entrada. Debería sentirse feliz, pero su cabeza no permite siquiera entregar una sonrisa falsa.
—Buenos días, señor... digo, Yoongi.
Por un momento se siente culpable, pues evidentemente Hoseok le teme. Ha llegado media hora antes o incluso más. Pero ese «buenos días» no denota entusiasmo por verlo.
Ninguno de los dos está de humor hoy.
—Buenos días —contesta entonces.
Pasa por su costado y sube las escaleras para quitar el candado de la enorme puerta. Hoseok le sigue los pasos a una distancia considerable más que prudente.
—¿Qué tal se encuentra hoy? —pregunta detrás de él.
Mal, gracias, quiere responder.
—Ayer te marchaste sin avisar —dice en su lugar.
Siente los pasos torpes de Hoseok y quiere pedirle que se detenga. Ya está lo suficientemente cansando y molesto para ello.
—Creí que sabía mi horario... —se disculpa Hoseok, tomando el archivador para anotar su asistencia—. Tengo clase todos los días a las...
—Debes avisarme —aclara con aspereza—. No soy adivino.
—Lo siento, yo pensé que...
—No —lo corta—. Escúchame, niño, no tienes que asumir nada acerca de mí, porque no soy ni adivino, ni leo mentes, ni pienso cosas que no se me informan, ¿está bien? Todo lo que hagas desde ahora en adelante, o algo que pretendas hacer, me lo tienes que informar. —Escucha como Hoseok balbucea algo, pero como no logra entenderlo siente más molestia aún—. Si no vas a tomar esto en serio, será mejor que desistas. —Toma el archivador de las manos de Hoseok y lo acomoda en su sitio—. No tengo tiempo para estas cosas.
Hoseok lo mira por un instante, pero apenas le sostiene la mirada, éste la lleva hasta sus manos vacías.
—Lo siento —murmura y esconde las manos en los bolsillos de la chaqueta que al parecer jamás se quita—. No quise ser irrespetuoso, ni pasarlo a llevar.
—Bien. —Se muerde el interior de las mejillas un momento y toma un profundo respiro antes de añadir—. Ya sabes lo que debes hacer. Si necesitas ayuda, estoy aquí.
—Está bien.
El chico asiente de manera efusiva sin dirigirle la mirada y toma un carrito de libros para después perderse en los pasillos con el gato siguiéndole los pasos.
Observa su espalda por un momento, y apenas ya no lo ve, siente la presión en el estómago y el ridículo sentimiento de culpa carcomiéndole la cabeza.
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