65. Diéresis.

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Dividir la realidad, etimológicamente hablando

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Dividir la realidad, etimológicamente hablando

Observa las maletas armadas en la entrada de la casa. Su entrecejo se arruga de camino a la cocina, donde Sunhi prepara la cena y tararea una canción. Dahae está en la sala viendo una película.

—Ya no puedo acumular más días de vacaciones —le comenta Sunhi cuando cuestiona acerca de las maletas—. Así que me tomé el atrevimiento de llevarnos a todos de viaje durante la próxima semana.

Lo acepta. Por un momento tuvo la descabellada idea de que lo estaba echando de casa. La única razón por la cuál no se asusta el resto del fin de semana es porque ambas parecen más felices que de costumbre. Yoongi está bien con ello.

—Iré en mi motocicleta —les dice el lunes por la mañana antes de partir.

Sunhi entorna la mirada de buen humor.

—Sin desvíos, caballero.

—Sin desvíos, señora Min.

Es un trayecto extenso que finaliza en una ciudad turística costera que visitaron en algún momento de sus vidas cuando apenas eran novios y Dahae era cuidada por sus padres para fingir que ellos mantenían una relación sana, inocente y estable.

Con ese pensamiento Yoongi se detiene en la costa un momento, haciendo un desvío ínfimo para tener un respiro. Piensa en lo feliz que sería Hoseok si pudiese estar aquí junto a él, sentado con los pies enterrados en la arena y la cabeza apoyada en su hombro.

¿Por qué es tan difícil decir que lo quiere? Que lo quiere tanto que dejaría todo atrás por él, aunque se muere de miedo. Que cada lágrima derramada por las consecuencias será insuficiente a un lado de la felicidad que implica tenerlo cerca.

Sin embargo, Hoseok ha decidido marcharse para siempre. Lo sabe por su silencio. Se cansó de gritarle a alguien que se niega a escuchar.

Se limpia las mejillas para levantarse y retomar el trayecto al apartamento que Sunhi mencionó. Está afuera esperando por él cuando llega. Le besa la mejilla y comenta que Dahae está arriba ordenando. Logra sonreír con la amena conversación de sus planes mientras suben las escaleras. Pero el mundo se le cae encima cuando entra al apartamento y la primera imagen que encuentra es a su padre riendo junto a su hija. Se detiene de golpe. Sunhi lo mira apenada.

—¿Qué es esto? —cuestiona—. ¿Una encerrona?

—No ves a tus padres desde hace casi dos años, Yoongi. Sé amable.

—¿Quién te crees para...?

—¡Pero si es Min Yoongi! —lo corta la voz densa y grave de su padre, cargada de aquel sarcasmo—. ¡Cariño, tu hijo está aquí!

Su madre entra en escena con una sonrisa enorme. No importa cuánto odie a su padre, sabe que su madre es una víctima más del egoísmo.

—¿Cómo estás, hijo? —pregunta la mujer en voz baja, rodeándolo con sus brazos.

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