Capítulo 30

32 9 53
                                    




¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


"El hombre absurdo es el que no cambia nunca." Georges Clemenceau.


Jessamy.

Siempre había considerado que el aire mañanero era el más puro del día, por lo que debía aprovecharlo a toda costa. Practicar ciclismo todos los fines de semana eran parte ya de una rutina trazada desde hace un par de años desde que tenía en claro que era algo que le fascinaba hacer.

Ver como poco a poco la ciudad se despertaba eran momentos en la vida que muy pocos eran espectadores de ellos. Así cuando el amanecer teñía el firmamento y el canto de las aves avisaban que la mañana estaba por dar inicio, eran detalles que no quería perderse por nada del mundo, aunque el levantarse tan temprano le era un verdadero reto.

Pero si no llevaba a cabo ese sacrificio, se estaría perdiendo la belleza que desprendía San Francisco a las ocho de la mañana. La bahía estaba en su máximo esplendor, el sol estaba dándolo todo de sí para prometer una mañana encantadora. Hace dos horas había visto el amanecer desde otra colina y su ruta finalizaba en esa, por lo que se estaba tomando unos minutos para recobrar el aliento.

Su madre, o sea, Jasmin, ella no entendía su amor por el ciclismo. Sería mentirosa que dicha actividad había surgido desde que era niña, apenas empezaba el instituto cuando la pasión vino sobre ella. Al principio no entendía el propósito del ciclismo, había leído que ayudaba muchísimo para su cuerpo y salud, pero no era algo que fuese demasiado fuerte como para impulsarla a tomar aquella decisión. No, no era mucho. Hasta que después de muchos años pudo comprenderlo.

Era la libertad. La libertad que chocaba en su rostro cada que tomaba su bicicleta y recorría las calles de San Francisco era inexplicable, nunca podría describirla. Porque sentía que era un alma libre, no había gritos, no había regaños, no había altas expectativas por cumplir y mucho menos estaba su madre hostigándola para ser la señorita perfección que había criado. Encima de su bicicleta mientras que la brisa le desordenaba el cabello solo era ella... Jess... nadie más.

Y quería seguir sintiéndolo, no quería renunciar a ello y si seguía las ordenes de Jasmin podría empezar a decirle adiós a eso. Su papá la apoyaba, estaba haciendo lo mejor que podía para que ella pudiese cumplir su sueño e ir a esa carrera era un buen comienzo. Quería participar en las grandes carreras, triunfar y demostrar que era verdaderamente buena. Quería mostrarle a Jasmin que valía la pena, pero algo dentro de sí misma le advertía que iba a ser inútil. Esa mujer no sabría valorarla.

Su móvil emitió un sonido avisándole de un mensaje, por lo que levantó su muñeca y lo leyó por su reloj. Era Atlas avisándole que ya había llegado a su casa. Emprendió su viaje a casa lo más rápido que sus piernas le permitían, por un momento olvidó que ese día el castaño iría a pintar la oficina de su padre y luego se quedaría a almorzar para una parrillada. Estaba a menos de media hora de su casa, pero con su experiencia llegaría en diez minutos o un poco más.

Del cosmos se desvaneció una estrella © (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora