Parte 11.

1.3K 113 23
                                    

Sentadillas en máquina, sentadillas tipo sumo, patada de glúteos, zancadas combinadas... El entrenador no le daba respiro a Lauren, que sentía los músculos arder.

_Solo diez más y terminamos. -Le dijo el musculoso hombre y Lauren sintió que veía la luz al final del túnel.  

Terminó la rutina y el hombre la felicitó, ella solo tuvo fuerzas para sonreírle y darle las gracias permaneciendo sentada en el piso, recuperando el aire. Tenía una relación de amor odio con el gimnasio, pues solía sufrir mientras duraba sus rutinas, pero la sensación de bienestar después de terminar le gustaba mucho.  

Tomando de su botella de agua, se dirigió al área donde estaba Camila en su clase de aerodance. Se quedó viendo a través del cristal, eran alrededor de veinte personas, que se movían al ritmo de alguna canción árabe, todos coordinados. Los ojos de Lauren se centraron en la figura menuda de la chef, que se movía con soltura y con una gran sonrisa, disfrutándolo al máximo.

Eran tan diferente a las personas que ella había tenido en su vida antes, tan sencilla, tan amable, tan empática. No quería nada más, a nadie más. Su presente hacía que valiera la pena todo por lo que había pasado y se prometió hacer lo necesario para ser feliz y ofrecerle felicidad a ella. 

Ella le inspiraba genuino afecto, sincero, auténtico. Quería inspirarle lo mismo y se esforzaría por eso, no se iba a rendir en su afán de ofrecerle lo mejor, aunque ahora sabía por su terapia que debía medir límites.

_Los sacrificios extremos no son buenos porque dañan la integridad física y emocional. -Le dijo su psiquiatra en una de las sesiones. _Te dedicaste a ofrecer caudales de atenciones y emociones en una relación en la que no te fueron devueltas con la misma carga positiva. -Le explicó el hombre. _De algún modo aceptaste un amor de tercera, que lejos de hacerte feliz te envenenó.

_ Intuyo en ti -Le dijo. _que te rendiste a una relación que no te ofrecía precisamente felicidad, pero la dabas por válida porque no te sentías capaz de aspirar a algo mejor, como si la vida te hubiera situado en una segunda fila para aceptar lo que te llegara.

Que rabia había sentido cuando el psiquiatra se lo dijo, no con él, con ella, por supuesto.  Pero ahora, habiéndose perdonado, estaba muy consciente que era merecedora de un amor que no duela, un amor que la llene y que la haga crecer. No solo iba a ser la dadora, sino receptora también, en equivalencia. Su intuición le decía que todo eso era ella -Camila-.

_¿Qué tal tu entrenamiento? -Le dijo Camila cuando llegó a su lado, limpiándose el sudor de la cara y cuello con una toalla, con las mejillas enrojecidas y sonriente.

_Agotador.

_Sufres porque quieres. -Le dijo dándole una palmadita en el hombro. -Deberías unirte a este grupo, que nos la pasamos genial.

_ Prefiero mirarte. -Le respondió coqueta subiendo y bajando las cejas lo que hizo que Camila se riera.

_¿Nos duchamos aquí o en mi casa? -Le preguntó Camila, empezando a caminar en dirección de los vestidores.

_Eso depende. -Le dijo Lauren nuevamente en ese tono coqueto con el que le solía hablar últimamente. _Si nos duchamos juntas, prefiero tu casa.

_No se diga más. -Le dijo Camila, con una sonrisa nerviosa, de anticipación.


En el trayecto del gimnasio al departamento, de quince minutos o poco más, Lauren que iba de copiloto, movía su pierna derecha constantemente, de manera inconsciente, un poco ansiosa. Ella era quien había sugerido ducharse juntas y ahora estaba comiéndose las uñas, en un reflejo de su personalidad, que cuando decidía hacer algo cediendo al impulso o al instinto, perdía la valentía cuando lo razonaba.

RENACERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora