Parte 45.

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Un estado general de tristeza se adueñó de ella y la acompañó durante el viaje- Intentó dormir después de que le fue imposible concentrarse en el trabajo que quiso hacer en la tablet, pero no lo logró. Se sentía ansiosa y realmente deseaba un fumar. Le preguntó a un asistente a bordo si era posible que le vendieran cigarros, pero este le informó que no. Decepcionada, le pidió la carta de la cafetería y después de estudiar el menú y de algunas dudas, ordenó tres blueberry muffin y pese a que había aprendido de su madre que los cupcakes y los muffins cítricos hacen buen maridaje con los sauvignon blanc, pidió una copa de Pinot Grigio, que era el que había en la carta.

Comió y bebió compulsivamente, inmersa en sus pensamientos. Recordó el día en que salió de New York. Se sentía lejano y diferente porque en esa época creyó que iba a morirse o a volverse loca, no creía tener la fuerza para seguir viviendo y le resultaba imposible encontrar al menos una pequeña razón para continuar respirando. No tenía esperanza en nada y no veía futuro, se sentía en un túnel en el que ambos extremos estaban bloqueados. No era feliz y no pudo importarle menos, lo único que buscó entonces, era dejar de sentir dolor, por eso pensó muchas veces en dejar de vivir y si seguía estando viva era porque el miedo a la muerte coexistió con el dolor y fue más fuerte.

¡Dios!

¡No quería volver atrás!

Sonrió con amargura mientras giraba el vino en su copa, recordando esos primeros días en Boston y cómo las cosas cambiaron cuando llegó Camila. Mientras tuvo a sus padres se sentía como si viviera en una concha marina, luego ese caparazón ya no estuvo más hasta que se conectó con ella.

¿Si había confiado en Camila en esa época en la que tenía el cerebro en llamas y el alma desollada, por qué no había podido hacerlo ahora?  Tenía tanto miedo de parecerle estúpida al exhibir sus miedos otra vez, no quería que se decepcionara de ella por retroceder y de paso darle una razón más para que se fuera.

Se terminó la copa de vino y llamó al asistente a bordo.

_¿Puedes traerme otra, por favor?

Vio al hombre asentir con la cabeza y lo siguió con la mirada mientras se giraba para ir a cumplir con el cometido.

Quizá los monstruos no se fueron nunca, solo estuvieron dormidos y bastó un comentario de Penny para despertarlos y que salieran del lodo donde habían permanecido ese tiempo y ahora no le estaban dando un instante de tregua.

Recibió la segunda copa y de inmediato se la llevó a los labios.

¡Cómo deseaba un momento de paz, un segundo sin sentirse aterrada!


Salió de la estación Grand Central ligeramente mareada y caminó parsimoniosa. No tenía idea dónde se iba a hospedar. Le había dicho a Camila que ya tenía reservación, pero fue una mentira más.  Tomó la calle 42 y caminó sin rumbo, sintiéndose una turista más en la ciudad que la vio nacer, en la que fue feliz y también en la que perdió a quienes más amaba.  Pensando justamente en esas pérdidas, decidió meterse al subway en Times Square y visitar el panteón donde se encontraban. 

En el trayecto, le puso un mensaje de texto a Camila, en el que le avisaba que ya estaba en la ciudad, que el viaje había estado tranquilo, que se iba a cumplir la cita con Carl y que una vez estuviera libre, la llamaría. 

Mentirle a Camila se me ha convertido en su deporte, pensó.

Frente a la tumba de sus padres quiso decirles muchas cosas, pero no encontró las palabras para ellos tampoco. La última vez que los había visitado, había estado acompañada por Camila, se las había presentado como su novia y ahora se avergonzaba de contarles que ya no estaba segura de merecerla. Pasó la tarde ahí, en silencio, apesadumbrada y sintiendo cómo el hueco en el pecho empezaba a sangrar copiosamente. A Vicca prefirió no visitarla. Ella le había pedido en la carta que viviera y en ese preciso momento era algo que no estaba haciendo porque el miedo de perder a Camila la había descarrilado. Nuevamente le estaba fallando.

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