Capítulo III

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Emilia

Caminamos de vuelta, Carlos detrás de mí llevando mi bolso dentro de su mochila y tirando hojas sobre mi pelo, ramas, piedrecillas, tocando mis hombros, hasta que llegamos de vuelta donde estaba su moto.

—Listo, no discutimos así que podemos vernos mañana —suspira cortando el silencio que reinó todo el camino.

—¿Viniste todo el camino en silencio para asegurarte de que no me enoje contigo?

—Si, —encoge sus hombros— si eso significa salir contigo mañana, entonces lo haré.

—Eres imposible —digo alejándome.

—No tan rápido, pajarito... mi beso —toma su casco.

—No te besaré acá —sonrío acercándome lentamente.

—Entiendo, pero puede ser uno en la mejilla —apoya sus manos en sus muslos inclinándose hacia mí, cuando estoy cerca besa mis labios unos segundos apoyando su mano en mi cintura— Ahora sí, puedo dormir feliz, sueña conmigo, pajarito, un sueño acalorado, como tú libro.

—¡Ay Carlos! Tan degenerado.

—Mañana paso por ti —me avisa antes de encender la moto y alejarse por el camino con la última luz de sol de la tarde.

Entro a la casa, todos están esparcidos dentro, Franco y Dante juegan en una mesa de pingpong, otros comen viendo televisión, pero nadie parecía notar mi ausencia, excepto nadie más ni nadie menos que Tami y León.

—¿Dónde andabas que vienes con esa sonrisa? —Tami se sienta frente a mí en la mesa.

—Por ahí —respondo sirviendo té en un tazón, esta mocosa, cree que le debo explicaciones.

—¿Con quién? —León me mira con los ojos entrecerrados.

—Con nadie.

—Con Carlos —Tami sonríe golpeando un mazo de cartas sobre la mesa.

—¿Qué Carlos? —pregunta León confundido— ¿De ese montón de animales del cerro?

—Si, ese mismo —ríe Tami entregando unas cartas a León y otras a mí.

—¿Y qué se supone que andas haciendo con ese animal? —León toma un durazno de la mesa, León como siempre se quemó en la playa y está cubierto por una capa gruesa de gel de Aloe Vera, mientras Tami ya está con un bronceado perfecto— Y tú, ¿qué tanto sabes de ese Carlos, mocosa?

—¡León! No te pases de listo conmigo, que hoy no tengo mucha paciencia y menos para ti, sé lo suficiente, —Tami golpea la mesa para seguir en un tono mucho más suave— hablé con Carlos y Benjamín, Benjamín es tan lindo.

—Creo que Carlos es más como tú —respondo terminando un plato de arroz.

—Si, por eso te va a encantar, Carlos está muy loco por ti, —sonríe Tami con ojos casi desorbitados de hiperactividad— a mí me encanta Benja, yo me casaría con él.

—¿Casarte? ¡Estás loca! —León suelta una carcajada afirmando su abdomen que se sacude de la risa— casarse con Benjamín, primero me tienes que matar antes de casarte con uno de esos.

—De a poco te puedo ir matando, León, no me subestimes, un poco de veneno en tu café todos los días y de repente... ¡Caput! —Tami saca la lengua y cierra un ojo mientras tuerce su cuerpo— como una rata.

—Sólo si es que no te mueres tú antes, porque yo lo estoy haciendo hace tiempo... en vez de azúcar, veneno para víboras, ¡Mocosa insolente!

—¡León y Tamara! Hace quince minutos los escucho pelear, —exclama mi tía Rena desde la cocina, levanta el cuchillo apuntando donde estamos con una mirada seria— necesito un insulto más, sólo eso.

—Y tú, pobre de ti que sigas viendo a Carlos, te va a hacer tanto sufrir, que si no dejas de verlo voy a disfrutar, pero... con ganas verte sufrir.

—No molestes a Emilia, si tú te metes con ella, me meto contigo y va a ser una batalla campal, León, te aviso ahora... deja a la Emi hacer lo que se le plazca con Carlos —murmura Tami que se acerca tirando de la oreja a León.

—Tampoco es que me guste Carlos, me invita a salir, es súper insistente, me cae pésimo y me desespera, pero a ratos me divierte, —encojo mis hombros mirando las cartas que me entrego Tami, puros tríos, revuelve pésimo— y tú, imbécil, eres bien audaz... nadie te dijo nada cuando andabas con la chica del pueblo, ¿Cómo se llamaba?

—Amelia, —responde Tami apuntando su sien— la tengo aquí por lo valiente de andar con semejante animal como León, es mi ídolo, la paciencia... el estómago.

—Ya, mocosa, —León mira a Tami— espera que no esté la tía Rena y te juro que te voy a matar, mocosa diabólica.

—Por favor, ¿A qué hora? —suspira Tami, tan aliviada la mocosa ridícula.

—Emilia, ¿Y te besaste con Carlos? —pregunta León inclinándose sobre la mesa.

—Si, un poco, —León tapa la cara con su mano enorme mientras Tami se levanta y trota una vuelta alrededor de la mesa— ¡Ay, que exageración! Fue un beso no más, uno tonto... me insistía y le di uno corto, nada más.

—Emilia y, ¿Te pasaron cosas? —Tami se sienta frente a mí otra vez.

—Quizás, ya basta, no quiero hablar de eso, mañana me dijo que me iba a pasar a buscar así que no quiero pensar en él.

—¿Mañana? —pregunta León.

—Si... no hagas el ridículo León, por favor, me muero de vergüenza.

—Olvídate de León, yo lo veo, —dice Tami golpeando la mesa con sus dedos— ¡Qué emoción!

Suspiro golpeando mis dedos en la mesa, en un ciclo al parecer eterno entre mi índice y meñique, cada vez más veloz, mientras Tami me observa hasta que grita "¡Ay basta! Me pones nerviosa", pero no me interesa, no me detengo, mis nervios son más grandes.

Después me levanto para estar con el resto de mi familia, hasta que cerca de la media noche voy a mi habitación, al fondo de la casa, la última puerta, me recuesto pensando en el beso y en las tantas cosas que me hace sentir Carlos, en lo mucho que me molesta, me estresa su hiperactividad, su altura ridícula, ¿Para qué necesita ser tan alto?, ¿Para qué necesita tantos tatuajes? La forma en que está perfectamente esculpido, se nota que va al gimnasio, pero tampoco se ve como que usara esteroides, su pelo un poco largo, hasta poco antes de la mandíbula, sus dedos largos, sal de mi cabeza, no puedo creer que esté pensando en los detalles mínimos de Carlos.

Pero mi cuerpo dice que sí, mi cuerpo y mi cabeza lo sienten como un lugar seguro para nosotros, un lugar donde puedo ser yo misma y donde no me asusta nada de él, y mi cuerpo, mis hormonas lo piden a gritos. Me pide que recuerde cada detalle, sus ojos que se achican cuando ríe, sus dientes enormes y blancos, como los de un lobo encantador, porque de príncipe no tiene nada.

Lo Que Quede De Verano © [Disponible En Amazon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora