Capítulo I - 2

98 16 13
                                    

Emilia

Por lo general me asustaría que un hombre que hace ver diminuta una motocicleta de enduro, se devuelve para mirarme fijamente. Pero no, él no me asusta, porque sé quién es, es Carlos.

Lo recuerdo de la escuelita de verano, por lo que veo sigue siendo el mismo mocoso insoportable; desde ahí que ya le gustaba a todas en el pueblito, misterioso, siempre sucio, ahora con tatuajes, su altura, su sonrisa perfecta, los hoyuelos que se le hacen en las mejillas cuando sonríe, pero a mí, me desespera, me enferma Carlos, es tan... no sé, pero no soportaba verlo en el río saltando como un animal al agua, después salía caminando descalzo sobre las rocas, la tierra, sube a su moto, patea el encendido y se va con su casco si es que ese día se sentía lo suficientemente responsable para usarlo, porque nunca lo usa y anda con el pelo lleno de tierra, parece que tiene hiperactividad porque nunca está quieto, su gemelo, Arturo cedió toda la energía en el proceso de hacer a Carlos, no recuerdo mucho de él, sólo que era mucho más tranquilo y agradable que estar con Carlos; lo veo, lo observo a la distancia, intentando encontrar qué es lo tan maravilloso de Carlos que todas se derriten cuando lo ven pasar, pero jamás le he dado el gusto de mirarlo como todas. Dudo que alguna de las actitudes que me enferman de Carlos se hayan esfumado.

A Tami le encantaría, mayor que ella, diabólico, mi mamá seguro lo odiaría así que Tami con mayor razón lo amaría como loca. Estoy segura que a Carlos también le encantaría Tami, quizás en unos años más se den cuenta que, a mí parecer, son el uno para el otro. O quizás Benjamín, el hermano menor de Carlos, es más apropiado para Tami, menos salvaje, más suave, sin los tatuajes de Carlos.

Me entretiene estar ahí sentada, al final de la iglesia, todos los domingos, después me gusta ir sola al río, encontrar una buena piedra plana, con un poco de sombra y recostarme con los pies en el agua a pasar la tarde dormitando mientras el agua suena y suena a mis pies.

No manejo, me muero de miedo de hacerlo desde el accidente, y aunque papá me ha dicho que compremos otro auto y que debería volver a manejar, yo no quiero, no quiero manejar ni mucho menos ir adelante. Porque en el momento en que me subo siento que el auto toma una velocidad que no puedo controlar, mi respiración se acelera, mis manos sudan, mis muslos se aprietan mientras mi corazón golpea con furia contra mis costillas.

Fui mucho a terapia, porque aparte de todo el daño físico, dos costillas rotas, hemorragias internas, mi tobillo dislocado y muchos golpes, perdí parte de mi memoria, no pudimos encontrar algo relevante en las infinitas sesiones que tuve con neurólogos, psicólogos, terapeutas donde todos preguntaban lo mismo "Emilia, ¿Qué es lo último que recuerdas?" O también "¿Que hacías en ese camino después del verano?" No lo recuerdo, si lo recordara lo diría.

No tenía secretos, nunca he sido alguien de secretos, a menos que fuera algo, no lo sé... algo que sé que mis padres me prohibirán, ahí si lo ocultaría, pero no creo que sea ocultar estar en una ciudad distinta, quizás sólo olvidé algo y vine a buscarlo. O quizás podría ser algo que realmente quiero hacer y que si lo digo, estoy segura me dirán algo y no quiero que nadie me diga qué puedo o no hacer, especialmente si yo ya lo decidí, pero no es el caso, después de más de un año de terapia no lo encontramos porque probablemente no existe un motivo para que yo estuviera lejos.

En el accidente mi teléfono se rompió, mi computador también, así que sólo soy yo, mis recuerdos de la infancia y mi familia. Pensé que nunca volveríamos a este lugar.

Pero ya estamos acá y por suerte, lo más tedioso, que a mí parecer es el camino, quedo atrás para pasar los siguientes tres meses en este pueblo, tres meses de nadar, estar al sol, cuidar los jardines con mi abuela, cocinar, comer cosas deliciosas, jugar con mis primos y primas, incluso ir todos a la misa de los domingos aunque mi aporte es sólo sentarme atrás a mirar las pinturas del techo y los muros de la capilla, las estatuas de ángeles, pensando, siempre pensando, intentando forzar mi memoria, pero nada, vacío.

—Dejemos el escote afuera de la iglesia —murmura mi abuela envolviendo su pañuelo blanco en mis hombros, antes de entrar me da unos suaves golpecitos en la espalda y aprieta mi mejilla.

Cómo llegamos siempre un viernes, el domingo vamos a la misa, me siento al fondo. Entran los padres de Carlos, los conozco, supongo, ya que apenas me ven me sonríen, incluso en mis recuerdos de niña, y como no voy por la vida explicando que perdí la memoria, sólo les devuelvo la sonrisa. Se sientan en el asiento atrás de mis padres, se dan el abrazo de paz entre todos, excepto yo, sólo saludo con mi cabeza y mi mano.

Después de la misa pasamos al mercado a comprar frutas y verduras para la semana, ahí están ellos, Carlos camina al lado de su madre llevando la bolsa con frutas y atrás caminan sus hermanos con su padre. Carlos me ve justo en el par de segundos en que lo miré, nuestras miradas se encontraron, que vergüenza, ahora el estúpido va a pensar que lo observo todo el tiempo, bueno, tampoco está tan equivocado, pero no quiero que sepa, quizás va a pensar que me gusta, cuando en verdad lo observo para encontrar más cosas que me mantengan lejos de babear por él como todas.

Después de un rato de buscar a Tami por la feria, la encuentro hablando con Benjamín y Carlos, ella ríe y coquetea olvidando por completo que Carlos es tan mayor que ella como yo o creo que un poco más, quizás llegó el momento en que se reconozcan sus energías caóticas y se enamoren, aunque no sé si estoy preparada para tolerar a Carlos más de cerca. Para no dar motivo a hablar con él, sólo espero lejos a que Tami me vea y camine hacia mí, toma un poco de tiempo, pero finalmente llega a mi lado.

—¿Por qué no me fuiste a buscar? —pregunta molesta.

—No tenía ganas de hablar con ellos, mocosa.

—¿Y los conoces?

—No —respondo fríamente caminando entre los pequeños toldos con frutas y verduras.

—Son simpáticos, me preguntaron por... —la interrumpe un silbido de mi padre para apurarnos, camino por la feria dejando atrás a Tami, que se distrae con todo.

Lo Que Quede De Verano © [Disponible En Amazon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora