Capítulo VIII - 3

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Emilia

Para mi suerte, horrible suerte quizás, Arturo tiene asientos adelante, no se demora en comenzar a golpear mi rodilla con la suya cuando empiezo el ritual de hacer crujir mis dedos. Un ritual nervioso que no sabía fuera tan común en mí como para que Arturo lo tuviese identificado. Pero lo ignoro, hasta que toma mi mano a la fuerza y la deja sobre su muslo, bajo su gran mano. 

Pensé que podría quedarme hasta el final, pero cuando comenzaron a bailar el vals me alejé. No soporto ver a Carlos que no deja de mirarme mientras baila afirmando la cintura de Luisa, apenas tocándola con la mano sobre la tela del vestido blanco. Quizás pase desapercibida cuando salga entre todos, entre la gente bailando, entre la música y el ruido. 

—¿Dónde arrancas? —Arturo viene caminando detrás de mí.

—No me hagas volver, por favor... Está muy aburrido.

—No es necesario que me mientas —ríe sacando una botella de vodka de su chaqueta—. La saqué de la barra, ¿Quieres ir a emborracharte?

—¿Contigo? —arqueo una de mis cejas. 

—¿Tienes un mejor plan? —baja la botella y vuelve a su tono de voz insoportable, mandón.

—Vamos —sigo caminando, Arturo deja caer su chaqueta sobre mis hombros, subimos a su auto y conduce hasta un mirador desde donde se ven todas las luces de la ciudad, la noche cálida con una brisa de principios de verano. 

Mientras estamos sentados en la barandilla de concreto se quita la corbata, la hace un bulto y la guarda en el bolsillo de su pantalón, desabotona las mangas de su camisa blanca y las dobla hasta el antebrazo, de un jalón saca la camisa de su pantalón mientras me habla de la comida de la fiesta, como si no hubiese estado toda la fiesta quejándose de la comida y los tragos con Benjamín y Tamara sentados con nosotros, del otro lado de la mesa los padres de ellos, la mamá de Carlos miró todo con cara de disgusto, la ceremonia, el baile, a Luisa, mientras el padre de ellos intentó con todas sus fuerzas hacer que Sara disfrutara de la fiesta, después de todo, si no hubiese sido por estar con ellos, la fiesta hubiese sido un martirio. Arturo termina su ritual de soltar la camisa liberando los botones superiores con un exagerado suspiro.

—Un poco dramático para trabajar de lunes a viernes vestido igual que ahora, ¿O no? —bromeo tomando de la botella con los tacones colgando de las puntas de mis pies.

—Ese es justo el motivo del placer, estoy de lunes a viernes con esta ropa, corbata, camisas... Lo que menos quiero es estar con camisa y corbata fuera de la oficina, pero, tenía que hacer este esfuerzo —ríe quitando la botella de mi mano.

Arturo bebe al lado mío, pasándome la botella mientras me emborracho más y más, de todas formas, me siento segura con él, estamos lejos de todo, hay silencios que no son incómodos y no hay más ruido que nuestras voces y el murmullo de la ciudad a lo lejos. 

—Ya no sigas triste, me da lástima verte así, te ríes y todo, pero, me doy cuenta que no estás bien, ¿Quieres que hablemos de eso? —dice de pronto haciéndome soltar una risa por la nariz.

—¿Quieres que esté feliz? —le paso la botella— Estoy feliz, Arturo, al fin se acabó esta... espera o lo que fuera, Carlos se casó, debería volver a hacer mi vida, hace años no me acuesto con nadie.

—¿Por qué? —pregunta riendo, demasiado tarde para haber hablado de más por el vodka en mi sangre.

—No lo sé, supongo que no quería estar con otro.

—¿Y ahora?

—Creo que debería, para seguir adelante por último, quitarme la virginidad de tu hermano —encojo mis hombros mirando las luces.

Lo Que Quede De Verano © [Disponible En Amazon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora