Emilia
Todos duermen la siesta después de almorzar, yo decido caminar hasta el río, con un bolso con frutas, agua y un libro que estoy leyendo hace unos días, camino por el sendero que se hace entre grandes árboles, a lo lejos se escuchan las motos que andan por el cerro, sigo caminando cuando pasa una moto por mi lado, después otra, la primera se detiene unos metros más adelante, vuelve donde mí, me mira unos segundos y sigue su camino.
Carlos, sus tatuajes, su actitud de mierda, no sé cómo explicar que sin que diga alguna palabra, me parece insoportable, podría reconocerlo desde lejos. Sólo sigue, yo también, llego al río y allá está sólo una moto, la moto de Carlos, pocos metros antes del río, camino unos metros más y me siento en la piedra quitando mi vestido para tomar sol, lo hago un bulto para usarlo como una almohada y con el libro me doy sombra en la cara mientras leo.
—No sabía que venías para acá, —escucho decir a alguien desde otra piedra, miro entre el libro y mi pecho, Carlos está del otro lado del río— te podría haber traído.
No respondo, esperando que mi silencio sea respuesta suficiente para que deje la conversación hasta ahí.
—Te puedo llevar de vuelta si quieres —bien, mi primera idea de qué hacer para evitar a Carlos falla, él insiste.
—No gracias, me gusta caminar.
—A mí también me gusta caminar, —claro, a todos nos gusta caminar, pero tú particularmente no lo prefieres en lugar de andar en tu moto, eso pienso, pero no se lo digo, me dijeron muchas veces que, si no tengo nada bueno que decir, mejor no diga nada— ¿Qué lees?
—La biblia —doy vuelta la hoja del libro, puedo verlo justo por el pequeño espacio entre el libro y mi cara.
—Qué bien, ¿Puedo ir a leer contigo? Traje un libro, pero no sé leer muy bien.
—Yo tampoco. —respondo sin bajar el libro— Es de dibujos para niños.
—¿Me lo prestas? Es más divertido que... —mira el libro que está a su lado sobre la roca— El manual de usuario de mi motocicleta.
—¿Es necesario que me vaya? —me siento en la roca mirándolo, espero que mi molestia se refleje en mi cara.
—No te vayas... Me da miedo estar solo en el bosque, pero si tengo una duda ¿Te puedo preguntar?
No le respondo, sólo vuelvo a recostarme en la piedra aguantando la risa, cada algunos minutos lo observo entre el libro y mi cuerpo cómo dormita en la piedra con su cuerpo al sol, se mete al río y vuelve a la piedra. Tuvo ese ritual toda la tarde, la piedra con su manual, el agua, y la piedra otra vez, hasta que tomo mis cosas para irme, él instantáneamente se levanta a tomar sus cosas cuando ya sólo queda un poco de luz de la tarde.
—¿Te llevo hasta abajo? —avanza a mi lado en la moto con el motor apagado.
—No, gracias —respondo sin dejar de caminar.
—¿Puedo ir contigo?
—No, tú vas en tu moto y yo voy caminando, no vamos juntos —enciende la motocicleta, lo escucho reír entre el sonido del motor y de las ramas crujiendo bajo mis pies, se aleja hasta que lo pierdo de vista.
Le voy a dar lo siguiente, es un idiota muy divertido e ingenioso, ¿Cómo puede decir "es que no sé leer"? sólo para ir a sentarse conmigo, probablemente está enfermo de que no me tenga babeando a sus pies como a todas. O quizás... esto no lo había pensado... quizás sólo quiere tener una amiga y como todas lo quieren como un trozo de carne, sólo quiere tener una amiga que no lo vea así. Pero no, no creo que quiera ser mi amigo. Yo no quiero ser su amiga.
...
Llega el domingo y como siempre, voy a la misa, mi abuela preocupada de mi escote como si los vestidos de verano pudieran ser algo distinto a un pequeño trozo de tela, me siento al fondo, siento la banca moverse al otro extremo y veo a Carlos con una camisa de lino blanca perfectamente planchada, shorts azul oscuro, su pelo aún húmedo y un delicioso perfume que lo envuelve, tengo que mirar dos veces para asegurarme que no es un sueño, Carlos está tan limpio y, aunque me cueste decirlo, guapo, que no lo puedo creer.
—Hola, qué coincidencia, no sabía que también te gusta venir a la misa, —murmura acercándose a mí— me voy a sentar un poco más cerca de ti por si llega alguien y necesita un asiento.
Miro alrededor la cantidad de bancas vacías que hay, él no se inmuta, se sienta a menos de medio metro de mí, jamás ha venido a misa y de pronto aparece aquí como si fuera el más fiel a la iglesia. Me quedo en silencio, observando como siempre y a ratos olvidando a Carlos que sigue a mi lado, mira en la dirección que yo lo hago intentando descifrar lo que yo veo, hasta que llega el momento de la paz.
—La paz —estira una mano hacia mí con una de sus enormes sonrisas, por primera vez en la misa le doy la mano a alguien casi perdiendo de vista mi mano por la diferencia de tamaño con la de Carlos.
—La paz —respondo intentando no mirar sus ojos, fijándose en mi cara como si me estuviera leyendo, como si en cualquier momento pudiera tomar mis mejillas para detener mi rostro y observar fijamente, miro a las otras bancas saludando a las demás personas mientras él sigue mi movimiento saludando a los demás.
—Nunca me has dicho tu nombre —murmura cuando nos sentamos otra vez.
—Emilia.
—Emilia... Me llamo Carlos. —responde acercándose a mi oído, me intento alejar un poco de él, se da cuenta y mucho antes de forzar una cercanía entre nosotros, se aleja— Tu hermana Tami, ¿No viene a misa?
Intenta hablar conmigo, aunque yo no quiero hablar con él, quiero ponerle un calcetín en la boca y que se calle lo antes posible, antes de que sólo con su linda voz y risa me termine de convencer que todas tienen razón. Por otra parte me apoya en mi teoría de que es estresante, habla hasta por los codos, de cualquier cosa, es insistente, pregunta muchas cosas, eso es lo peor de todo, porque por impulso me gustaría responderle, me encantaría preguntarle qué quiere, pero eso sólo haría que habláramos un rato más y lo que menos quiero es seguir hablando con él.
—Nos vemos, Emilia —se despide cuando salgo de la misa dejándolo atrás.
—Nos vemos, Carlos —respondo volteando rápidamente antes de seguir mi camino al mercado, me mira fascinado, como si esa mínima respuesta de mi parte para él hubiese significado un montón.
Allá llega otra vez, a mi lado, siento su mano golpear la mía, cuando alejo mi mano para que no vuelva a hacerlo, vuelve a golpearla con su puño cerrado, un golpe suave, me volteo a verlo, sacude el puño indicando que tiene algo, estiro la mano y deja una uva en mi palma, no un racimo, sólo una uva. Absurdo.
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Lo Que Quede De Verano © [Disponible En Amazon]
Romanceᴅɪꜱᴘᴏɴɪʙʟᴇ ᴇɴ ᴀᴍᴀᴢᴏɴ Emilia pretende tener un verano tranquilo después de tantos meses de terapia por su accidente; acompañado del mar, el sonido de las olas y las hojas de los árboles, está segura que es justo lo que necesita, quizás recordar un po...