Capítulo XI

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Arturo

Sin saberlo me enamoré de ella apenas la vi, la chica más alegre de la escuela de verano, lo recuerdo como si fuera ayer, ahora está igual, sólo más grande, más hermosa, una mujer hermosa. Las mismas pecas sobre la nariz, el pelo castaño ondulado, sus ojos color chocolate. Recuerdo como jugaba con las demás niñas y como llegaba cada día con su hermano que es un par de años mayor, su hermano siempre fue grande, en algún momento fue robusto hasta que en la adolescencia estiró hasta llegar a mi altura. 

Me gustaba no ser el más alto de todos, me sentía acompañado y las burlas de los niños, que a veces son tan crueles, desaparecieron cuando vieron que no era el más alto. Incluso Carlos es un poco más bajo que yo. En cambio ella, su cabeza me llega al pecho, su mano queda escondida en la mía cada vez que tomo su mano. Tan pequeña, delicada, frágil y aun así fuerte. 

Comencé a acercarme a ella cuando su hermano no lo notaba, porque León me hubiese espantado como a todos los que se atreven a dar siquiera un respiro cerca de Emilia. Y siendo yo mayor que ella y un par de meses mayor que él, estoy seguro que no hubiese sido nada amable conmigo. León la cuidaba como si realmente el quisiera hacerlo por voluntad propia, no por una misión encomendada por sus padres. León la cuidaba y aún lo hace porque ama a su hermana. Si yo tuviera una hermana menor creo que igual la cuidaría de cualquier idiota que se acerque. 

Pasé desapercibido y comenzamos a jugar cada vez más, a veces se sentaba a mi lado y no hablábamos, ella sabía que León llegaría en un suspiro a alejarla de mi lado y supongo que ella no quería estar lejos de mí. La primera vez que pude salir solo con ella después de la escuela de verano fue un día que León se enfermó, ella me contó que dijo a sus padres que de todas formas iría sola y llegó en su bicicleta. 

Recuerdo que la invité a comer un helado y estaba tan sorprendida de que yo tuviera dinero para mi propio uso, le compré un helado, le dije que del sabor que ella quisiera, como si eso fuera mucho. Me río solo de recordarlo, de recordarnos sentados en una esquina de la plaza bajo la sombra comiendo el helado medio derretido por el calor. Hablábamos sin parar, de todo, de la escuela de verano, de la escuela en la ciudad, di unas vueltas en su bicicleta mientras ella me miraba sentada. Hablábamos de nuestras caricaturas favoritas y de cualquier cosa en realidad.

—Mañana nos vamos —dijo una tarde de fines de verano, sentí como si un balde de agua fría cayera sobre mí.

—¿Dame tu número de teléfono? Podemos enviarnos mensajes durante el año. 

—¡No, Arturo! —ella dejó escapar eso como si hubiese dicho lo peor del mundo— Somos amigos acá, en la ciudad tengo que estudiar, aparte si León se entera...

—Bueno —respondo volviendo a mirar el valle frente a nosotros.

—¿Bueno? —pregunta tomando mis hombros para mirarme— No te enojes, no quiero que dejemos de ser amigos, te voy a extrañar mucho, pero el otro año podemos volver a vernos.

El año se me hizo eterno de sólo esperar volver a verla, me costaba poner atención en clases los primeros meses y al terminar el año, sólo por la ansiedad de volver a Bapi y encontrarme con ella. Quizás ella incluso me olvidaría en esos meses. Pero no, ahí estaba Emilia esperándome en la playa. Ansiosa por contarme todo y por escuchar también todo de mí, que había hecho, si había aprobado el año, si había visto tal película. Siempre hay tanto que hablar, se reía fuerte cada vez que le contaba que me habían suspendido.

Después, me di cuenta que sólo era que nos gustaba estar juntos, haciendo lo que fuera; dejamos de ir a la escuela de verano, ella buscaba la forma de escabullirse por la ventana de su habitación y yo buscaba la forma de evitar a Carlos. 

Lo Que Quede De Verano © [Disponible En Amazon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora