Apenas termina el juego me levanto y camino hacia el auto de mi padre, olvidando que hay cosas mías en la habitación de Carlos, me devuelvo rápidamente antes de que él pueda volver a su habitación, donde me encuentra saliendo con mis cosas.
—¿A dónde vas? ¿No te quedarás conmigo?, Es la última noche, pajarito, bueno... la última noche antes de Rosario.
—¿Rosario? No hay Rosario, Carlos, esto se terminó, ¿Sabes quién estaba acá?, Tatiana.
—¿Dónde?
—En tu habitación, pero no importa, es mi culpa por haberte creído, aparentemente le dices a todas lo mismo.
—Detente un segundo, ¿Qué dices? ¿Estás terminando conmigo? ¿Un día antes de volver a casa?
—Si.
—¿Es broma? —cruza sus brazos sobre su pecho y toda la expresión de felicidad que traía desaparece.
—¿Te parece broma? —mi tono se endurece mientras intento pasar por su lado.
—Me parece que estás arrancando, como siempre, usando la excusa más básica para poder huir de que estás enamorada de mí, Emilia, sea lo que sea que Tatiana te haya dicho, no tiene importancia porque yo te amo y no he hecho nada más que amarte y pensar formas de hacerte incluso más feliz durante estos meses.
—Piensa lo que quieras, Carlos, no me interesa.
—¿Escuchaste algo de lo que te acabo de decir?
—Si —respondo sin mirarlo, la puerta de la habitación de Arturo se abre, está aún sin la camiseta, pero con la nariz limpia, cierra de inmediato la puerta dándonos un poco de espacio.
—Dame un beso —murmura estirando su mano para tomar la mía, me estiro a besar su mejilla y para mi sorpresa no hace nada estúpido como de costumbre, mantiene su cara quieta y no me detiene, incluso cuando me quita unos segundos— Emilia...
—Carlos —respondo en un suspiro.
—No lo veas como una despedida, ve esto como una pausa. Te voy a buscar y te voy a encontrar otra vez, no hay lugar donde te puedas esconder de mí, ni siquiera dentro de tus muros enormes que ya pasé una vez, pajarito.
—No lo creo.
—Pajarito, te amo —murmura mientras salgo por la puerta de su habitación mirándolo con el corazón roto, pero arrancando antes de que sea peor, me duele aún más que no me detenga, que no me haga razonar un minuto antes de romper todo, aunque no tiene sentido, ya hice mi parte destruyendo todo para mí, Carlos sólo me observa, triste, sabe que no puede hacer nada más para mantenerme con él, menos un día antes de volver a casa, ve en mis ojos que durante casi noventa minutos planee cada respuesta a sus razonamientos.
Decido terminar a pesar de amar con locura a ese hombre enorme que me mira mientras me alejo, que me sigue por los pasillos de su casa en silencio mientras arranco, pero no es hasta que llego a casa que noto que aún tengo la sudadera de Carlos puesta, y quizás, irónicamente, su olor me dio la calma necesaria para romper con él.
...
Llegamos a Cayén sin decir ni una sola vez su nombre, evitando la necesidad de voltear cada vez que escuché una motocicleta en el camino, deshice mi maleta y me recosté en silencio mirando mi ventana, esperando que apareciera por arte de magia en ella con su sonrisa, entrando por la ventana a dormir conmigo, esperando que se esfuerce en demostrarme que cada palabra fue real, traicionando mi propia voluntad después de que yo terminé con él.
Pienso en cómo debí decirle que yo también lo amo, aunque estuviera terminando con él de la peor manera después de casi tres meses juntos, completamente juntos, casi cada día, casi cada hora, leyendo libros en voz alta entre los bosques, tomando su mano, recorriendo sus tatuajes con mis dedos, enredando mis dedos en su pelo, rascando su barba con mis uñas mientras está recostado sobre mi abdomen, sus dedos recorriendo mi brazo, pinchando de vez en cuando en el lugar donde descansa el implante, como una amenaza que se vuelve una promesa.
Recuerdo sus manos sobre las mías mientras vuelvo a conducir sentada sobre su regazo, recuerdo su olor a tierra y suciedad cuando está reparando algo de su moto, recuerdo su navaja y miro la cicatriz en mi mano, Carlos me mira desde mi memoria lanzando una uva en el aire y atrapándola con su boca para guiñarme un ojo, recuerdo el aire golpeando mi cara mientras conduzco su moto y el atrás abre sus brazos mientras ríe.
—Carlos, eres un animal —suena en mis recuerdos— no me toques, estamos en misa, contrólate sólo media hora, por favor...
—Emilia, vienes con vestidos diminutos que sabes que me desesperan, ¿Qué esperas? —susurra en mi oído, instintivamente estiro mi mano esperando tocar su mandíbula cerca de mi oído, pero no está.
...
Vuelvo a Rosario con León, vuelvo a clases y no sé nada de Carlos desde la última vez que lo vi, camino por las calles a la universidad frenando mi impulso de buscarlo, de encontrarlo entre todos para no perder más tiempo y poder volver a verlo antes del verano, pero no lo veo, no está, sólo está en mi memoria, mis miles de recuerdos absurdos, sus dedos cubiertos de helado derretido, todos los corazones de sandía, nuestra sangre revuelta en nuestras palmas, sus besos, me encuentro apretando los muslos en una cafetería cerca de mi universidad, con mi ropa sucia del taller, mientras el barista llama mi atención "¡Emilia!" me parece tan familiar su voz, que despierto de golpe para ver sólo al barista estirando el vaso sobre el mesón.
—Disculpa —me apresuro a tomar el vaso de su mano y salgo del café, algunas hojas comienzan a caer de los árboles, las piso a propósito de vuelta al taller, mordiendo la parte interna de mis labios, me quedo quieta unos segundos para mirar los arreboles en el cielo, un hermoso atardecer de otoño.
Saco mi teléfono para tomar una foto y la miro pensando en la cantidad ridícula de fotos de atardeceres que tengo, la pantalla se bloquea y veo una foto con Carlos en blanco y negro en mi fondo de pantalla, guardo el teléfono, siempre lo siento como si estuviera cerca de mí, pero jamás lo veo.
—¿Tienes señal? —pregunta desde lejos jugando en mi memoria, sonrío recordando esa vez en el río, cuando mi bikini quedó en el suelo después de que Carlos quitara mis audífonos para escuchar mi música, pero mi cerebro insiste— creo que yo no tengo, pajarito.
Me volteo para encontrarlo extrañamente abrigado, y limpio. En la ciudad, avanza lento hasta mí con una sonrisa.
—¿Qué haces aquí? ¿Me estabas siguiendo? —pregunto sin poder descifrar si es una sonrisa de felicidad por verme o sólo de placer por encontrarme, tal como advirtió.
—Te dije que te encontraría.
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Lo Que Quede De Verano © [Disponible En Amazon]
Romanceᴅɪꜱᴘᴏɴɪʙʟᴇ ᴇɴ ᴀᴍᴀᴢᴏɴ Emilia pretende tener un verano tranquilo después de tantos meses de terapia por su accidente; acompañado del mar, el sonido de las olas y las hojas de los árboles, está segura que es justo lo que necesita, quizás recordar un po...