Capítulo XX - 2

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Emilia

Diez años atrás...

El sonido de una motocicleta que pasa por el camino me despierta, siento la suave brisa de verano, el sonido de las olas del mar rompiendo, el calor del sol que se filtra por las ramas del árbol bajo el que nos recostamos cada vez, la respiración de Arturo en mi cabeza, nos dormimos otra vez en la playa y Arturo abraza mi cintura. El olor de la sandía en el canasto, la motocicleta de Arturo apoyada en el árbol un par de metros atrás de nuestras cabezas.

Los últimos días de verano antes de encontrarnos en Rosario, al fin, todo salió como esperábamos y como planeamos para avanzar a estar juntos. Debo volver un poco antes de lo habitual para terminar de llevar mis cosas y conocer la ciudad; Los últimos papeleos en la universidad; comprar materiales.

—Hemos dormido tanto este verano —murmura en mi oído apenas despierta.

—Lo sé, quizás estamos muy nerviosos por este último tiempo lejos...

—Cada vez falta menos para que estemos más juntos, y cada vez más juntos, hasta que sólo seamos tú y yo —se apoya sobre su codo y besa la punta de mi nariz.

—No más secretos —respondo sintiendo la mano de Arturo subir por mi abdomen— Aparte, ya estamos casados técnicamente.

—Sólo falta que te pueda dar el anillo que yo quiero.

—No quiero un anillo, amor. Sólo te quiero a ti, nada más. —sonrío tomando su cara para dejar un beso en sus labios— Es sólo que, si alguien sabe que estamos juntos y nos va mal... Quizás van a culpar esto, quizás verán como un problema y nos hostiguen más por estar juntos. 

—Lo sé, lo entiendo... No te preocupes —mira mis ojos, siempre los mira fijamente, como si cada vez que los ve, fueran distintos.

—No me pidas que no me preocupe, Arturo. Me preocupa mucho, quiero hacerte feliz. 

—Me haces feliz hace mucho tiempo, estoy seguro que va a llegar el día en que esto no sea un secreto y seré incluso más feliz. 

Cuando vuelvo a Cayén, noto que mi período no llega, de hecho, no había llegado hace más de un mes, pero como olvidé mi agenda, nunca lo noté, así que, aunque dudo que sea posible hago un test de embarazo, un test casero, de estos palitos que sumerges en orina y después de unos minutos tienes un resultado.

Pero no tarda minutos, tarda apenas segundos, mucho menos de lo que hubiese querido cuando veo las dos líneas sobre el inodoro del baño de mi habitación. 

Odié el momento en que decidimos que todo quedaría en la playa para evitar la ansiedad y no tener nuestros números de teléfono. Necesito verlo pronto, necesito que me abrace y me diga que todo estará bien y no puedo esperar a que sus clases comiencen. Parece demasiado tiempo. 

—Emilia. —suenan unos golpecitos en la puerta del baño, por la impresión paso a llevar el vaso con orina— Mamá necesita que bajes.

—Está bien, Tami. —respondo afirmando el vaso antes de que se voltee— Dile... Dile que ya voy. 

Consigo lo antes posible una hora con una obstetra y voy con toda la vergüenza del mundo usando mi mesada que apenas me alcanza para los mínimos lujos de una joven. Aquí estoy, sentada sola, tres días después del examen de orina, pensé que quizás era falso, sólo quería confirmarlo antes de esforzarme por buscar a Arturo en la ciudad. Me vuelvo a odiar por no tener nuestros teléfonos.

Lo Que Quede De Verano © [Disponible En Amazon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora