Capítulo VI

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Emilia

Pasamos el verano completo juntos, así, caminando al río, con Carlos fingiendo que se iba a su casa sólo para volver a entrar por mi ventana y dormir conmigo, cada día me convencía un poco más de que podría existir una oportunidad para nosotros fuera de este lugar, en una ciudad, un poco más limpios y con algo más de libertad. 

Carlos me ayudó a volver a conducir, aunque no lo hice completamente sola en ningún momento, siempre con él a mi lado, incluso me enseñó a conducir su moto, poniéndose una venda en los ojos mientras me decía.

—Confío en ti, pajarito —murmura en mi oído mientras el viento sacude nuestra ropa un día nublado de verano— Lo harás muy bien.

—¿Es necesaria la venda? —rio nerviosa, las mangas demasiado largas de la sudadera de Carlos se pegan a mi cara cuando la cubro.

—Si, para que veas que confío ciegamente en ti.

—Si lo sé, animal, sólo digo que necesito que veas para que pongas tus pies en el suelo.

—No necesito ver, tú sólo dime y lo haré —responde abrazado a mi cintura, sus pies en el suelo afirmando la motocicleta, la hago andar de una patada para recorrer la recta de tierra frente a la playa mientras el viento quita el gorro de la sudadera y unas lágrimas caen por mi mejilla sintiéndome libre de volver a tener un poco de autonomía, siquiera para conducir sin morir de ansiedad en el intento. 

Cuando doy vuelta la moto al final del camino y me detengo debajo de un árbol riendo de felicidad Carlos quita su venda, asegura la moto para bajar y me ve llorando.

—¡Lo hiciste! ¿Por qué lloras?

—Es sólo que estoy muy feliz —río algo avergonzada contra su pecho, bajo de la moto tomada de su mano cuando afirma mi cara.

—Estoy muy orgulloso de ti, —levanta mi cara— te amo, estoy tan enamorado.

—Carlos, —suspiro besando sus labios— ¿Otra vez?

—Dime que tú no.

—¿Qué cosa?

—Dime que no me amas, que no estás enamorada de mí.

—Carlos, si te amo y si estoy enamorada de ti, —respondo, su cara se ilumina levantándome para su cintura con mis piernas— ¿No lo sabías?

—Sí sabía, pero me encanta que me lo digas, —responde besando mis labios— yo también te amo.

...

Sólo queda la última semana, donde jugarán el partido de fútbol entre mi familia y la familia de Carlos, que de pronto se había vuelto un atractivo en el pueblo e irían incluso más personas aparte de nosotros. 

Estamos en su habitación mientras él se prepara y yo cambio una chaqueta demasiado delgada por una sudadera de Carlos, una de sus manos me acerca sentándome sobre su regazo pegando mi espalda a su abdomen.

—Si ganamos, ¿Me darás un premio, pajarito?

—Carlos... —me acomodo sobre su regazo— sólo si anotas un gol.

—Qué exigente, pajarito, me encanta —susurra en mi oído subiendo su mano por mis muslos.

—Es para mantenerte motivado —sonrío sintiendo una de sus manos subir por mi pecho hasta mi cuello, en ese momento la puerta se abre de golpe.

—Carlos, ¿Has visto mis...? —Arturo se congela cuando nos ve— Te buscan afuera, Carlos.

—¿Quién? —pregunta sin soltar mi cuerpo.

—¿Quién? No tengo idea, no conozco a todo el mundo, pero estaba hablando con mamá —Arturo me mira molesto, si el incidente de abrir su puerta cuando buscaba el baño no fue la guinda del pastel de nuestra nula relación, seguro encontrarme así lo será.

Cuando salimos de la casa notamos que se nubló, un clásico cambio de fines de verano, cuando amanece soleado, de pronto se nubla, las copas de los árboles se mueven con el viento y casi parece que en cualquier momento va a llover.

Después de que empieza el juego me doy cuenta que olvidé mi teléfono en el bolsillo de mi chaqueta y vuelvo a buscarlo, avanzo por los pasillos vacíos de la casa y apenas abro la puerta de la habitación de Carlos veo a una chica dentro, no cualquier chica, la chica de la feria de Bahía Larga.

—Disculpa, —murmuro dejando la puerta abierta detrás de mí— ¿Qué haces aquí sola? 

—Sólo vine a buscar unas cosas que Carlos tiene, tú eres Emilia, ¿Cierto?

—Si —respondo aún de pie en la puerta.

—Bien —una sonrisa vacía cruza su cara cuando se voltea para seguir revisando los cajones del armario de Carlos— ¿Cómo ha estado el verano? ¿Estás lista para terminar con él? 

—¿Disculpa? —mi ceño se frunce ante sus preguntas.

—Verdad que él siempre dice que no van a terminar, que está enamorado y que te buscará en la ciudad... ¿O me equivoco? 

—No tengo por qué explicarte.

—Conmigo tampoco quería romper, pero supongo que es el juego que hace con todas, jura amor eterno, con su clásica intensidad, seguro quiere tener hijos contigo, casarse... es su discurso, pero apenas le devuelves el mínimo de atención, se acaba —me mira encogiendo sus hombros— Aunque me sorprende que con lo de antes quiera estar contigo, ya sabes...

—No, no tengo idea y lo mejor es que dejemos esta conversación hasta acá —respondo tomando mi teléfono.

—¿En serio no sabes? O eres muy buena fingiendo que nunca pasó nada.

—Tatiana —la voz de Carlos aparece en la puerta, justo desde atrás de mi espalda, pero cuando volteo no es Carlos, es Arturo, sudado, con la nariz bañada de sangre y su camiseta colgando de su hombro.

Tatiana sale de la habitación, con una tela entre sus manos y Arturo me mira de los pies a la cabeza, una bolsa con arvejas congeladas en su mano. 

—¿Qué te pasó? —pregunto y sus ojos se ponen en blanco, otra vez con esa expresión de que no me soporta.

—León —creo que esta es la primera vez que responde a algo que yo digo, incluso puede ser la primera vez que hablamos directamente y un punto extra porque estamos hablando y no hay nadie cerca.

—¿Lo golpeaste? 

—Sabes que no —responde alejándose a su habitación.

—¿Quieres que te ayude? —me acerco al marco de su puerta, deja la bolsa sobre el pie de su cama mientras lanza al baño su camiseta.

—No —se sienta al borde de su cama dándome la espalda, toma la bolsa con arvejas y la lleva a su cara, pensé que estábamos avanzando a una relación más civilizada, pero me equivoqué, por un momento quiero enfrentarlo y preguntarle por qué me odia tanto, pero me trago las palabras, no es mi problema, quizás sí, pero con Tatiana tengo suficiente por ahora y me alejo en silencio. 

Caigo en cuenta de sus palabras, resuenan en mi cabeza sin parar, porque calzan a la perfección con Carlos, con lo que siempre pensé que pasaría, lo que siempre temí pasaría, que apenas le devolviera atención todo terminaría, aunque todo el tiempo supe que esto terminaría al finalizar el verano, me duele porque por un momento realmente creí que le importaba lo suficiente para esforzarse durante el año.

Pero no, no lo sé y nunca lo sabré, porque en este momento decido bloquear mi cabeza y apagar todas las velas de amor que encendimos durante meses, durante nuestras salidas, decido borrar todo esto para evitar que mi corazón se rompa más adelante, cuando lo quiera aún más, no sé si realmente sacó algo de ahí, quizás la llevo a propósito, quizás nada, quizás Carlos efectivamente guardaba algo de su ex en un cajón de la habitación donde estuve con él. Quizás fui lo suficientemente inocente para creerle, pero no soy tonta para él, camino de vuelta al juego, a sentarme con mi familia, aún debo ver a León si es que sigue jugando, Carlos me busca entre la gente y le devuelvo una fría sonrisa que lo hace notar de inmediato que nada cuadra. 

Lo Que Quede De Verano © [Disponible En Amazon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora