Capítulo III - 3

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Emilia

Pasamos la tarde en la playa, construyendo un castillo con el set de palas y baldes que llevó Carlos diciendo "son de mis primos menores", cuando vamos de vuelta al auto después de la puesta de sol, decido subir adelante, después de todo, ¿Qué diferencia hay? cargo mi bolso en la parte de atrás y limpio mis pies en la puerta.

—No es necesario que te limpies los pies —Carlos sube al auto descalzo con sus pies llenos de arena.

—Me molesta, me irrita un poco —respondo terminando de sacudir mis pies, noto como no dice nada de que estoy sentada de copiloto para no espantarme, y lo agradezco, si dijera algo mi ansiedad subiría sin freno; cierro la puerta mientras enciende el motor.

—¿Me quieres dar la mano? —pregunta estirando su mano hacia mí.

—No —rio abrochando el cinturón de seguridad, Carlos comienza a mover el auto lentamente en las últimas horas de luz.

Conduce tranquilamente mientras suena el viento en las ventanas, toma las curvas lento y no acelera demás, ayudándome a estar tranquila con su manejo. De pronto me encuentro mirándolo fijamente, su pelo se mueve con el viento, su piel tostada se ve casi aterciopelada, mis muslos tensos mientras lo recorro con la mirada, algo hace tan bien que mis hormonas tienen una idea muy distinta de Carlos, diametralmente opuesta a la idea de mi cerebro.

Mientras yo apenas lo soporto, mis hormonas quieren que detenga el auto, rodee la puerta y me empuje contra el asiento como si no pudiera bajar el respaldo, quieren que sus besos muerdan cada centímetro de mi piel y me deje inservible durante unas horas sólo para después repetirlo, una y otra vez.

—Pajarito, —murmura despertando mi sueño con los ojos abiertos, miro rápidamente al camino frente a nosotros— y yo debería ver un doctor... debes dejarme conducir, si estás mordiendo tus labios y apretando tus muslos me cuesta concentrarme en la idea de que no quieres nada conmigo.

—¿Qué? —pregunto lamiendo mis labios secos, él sonríe estirando una mano para pellizcar mi pierna— Ay Carlos, ¿Por qué?

—¿Por qué?, Dime tú qué hacías —ríe mirándome rápidamente.

—Estaba pensando —respondo mirando por la ventana.

—¿En qué? Dime...

—No, en nada, algo tonto.

—Dime —detiene el auto al lado del camino.

—No, Carlos... nada, algo tonto, incluso ya lo olvidé, vamos, —digo apuntando al camino con mi mano, suelta su cinturón de seguridad y gira para verme de frente, intento calmar mi corazón que late furioso— Carlos, ¿Qué haces animal?

—Quiero que me digas qué pensabas y no pienso seguir si no me lo dices —murmura con una sonrisa enorme, ya sabe lo que estaba pensando, sólo quiere oírlo de mis labios.

—Carlos, estamos en medio del camino, alguien puede pasar y tu auto es muy reconocible —intento persuadirlo, pero no me presta atención.

—Dime —repite ignorando mi risa nerviosa.

—Estaba pensando... —levanto la mirada para verlo, pero es peor, su cabeza está apoyada en el asiento, observándome con una extraña mezcla entre ternura y deseo.

—Dime, si no me dices lo que quieres no te lo puedo dar, aparte, está bien, no tengas vergüenza, si yo te dijera las cosas que pienso probablemente no estaríamos aquí, ni así, —se acerca hasta mi oreja para susurrar— concéntrate, pajarito.

—Estaba pensando en ti —respondo vomitando mi fantasía, nuestras mejillas rozándose.

—Pero no en mí como estamos ahora, ¿Cierto? —se acerca aún más y subo mi mano a su hombro— ¿Eso quieres?

Lo Que Quede De Verano © [Disponible En Amazon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora