Carlos
A veces he sido ingenuo, inocente, como quieran llamarlo; porque, aunque la mitad del tiempo... Bueno, más de la mitad del tiempo parece que soy una amenaza para todos a mi alrededor, la verdad es que lo único que siempre he querido es hacer lo mejor para todos. Por eso me casé con Luisa, quería lo mejor para ella y para el bebé, quería darle a mi hijo lo mismo que yo tuve, una familia, un papá que esté feliz de ser su papá, que llegue a casa todos los días a jugar. No quería perderme ningún control prenatal, quería verlo crecer, dejarlo en la escuela y cuidarlo como me cuidó mi papá.
No sabía qué me iba a condenar por amar a Emilia. No la puedo olvidar, lo intento todos los días, intento odiarla, intento dejar pasar todo lo que sentí con ella, como parecía que hasta los días nublados eran días soleados y llenos de energía cuando estaba con ella. Pero no puedo, siempre que busco algo para odiarla, no hay nada, incluso cuando recuerdo lo insoportable que es cuando quiere serlo.
Intento pensar en algo que me moleste de ella, lo que sea, pero termino pensando en cómo me gustan pequeños detalles, como me gustan sus dedos torcidos por la fractura del accidente en auto, me gusta la forma en que su pelo desordenado se ondula y como muerde sus labios cuando está concentrada haciendo algo, como puede estar toda la misa quieta con una pierna sobre la otra y sus brazos cruzados mirando los frescos de las murallas. Me gusta como abre sus ojos en emoción cuando me habla de algo que le importa.
Pero no puedo tenerla otra vez y tampoco puedo odiarla, quizás se puede vivir con un trozo menos del corazón.
El divorcio fue de mutuo acuerdo y quizás por eso se demoró muy poco en estar listo, siempre pensé que era un proceso engorroso, hasta que llegó la carta de anulación. Y fue como si nunca hubiese pasado. Nunca usé realmente mi anillo, Luisa sí, hasta que un día no lo vi más.
Mi día a día es ir al hospital, ir a la universidad, luego si tengo algún control con Luisa voy, y de vuelta al apartamento donde quizás esté Benjamín, Tamara e incluso Arturo. A veces paso cerca del puente donde está la cafetería que le gusta a Emilia esperando verla, pero ella no está. La última vez que la vi fue caminando a la casa donde estaba con Arturo. Quizás sigue ahí, no lo sé, Arturo no me habla de Emilia y mucho menos Tamara.
—¿Hace cuánto llegaste de la playa? —pregunto un día tomando desayuno mientras Tami abrocha sus zapatillas.
—Hace unos días, ¿Me extrañaste cuñadito? —ríe levantándose para sacar una de mis tostadas.
—Como a una piedra en el zapato, ¿Y León?
—No lo sé, ayer estaba en el apartamento pero con él nunca se sabe.
—¿Y E...?
—¿Para qué quieres saber? —me interrumpe de golpe mirándome a los ojos, ninguna expresión, sólo espera a saber mi respuesta.
—Es sólo curiosidad, una pregunta inocente.
—No hay nada inocente en tu cabeza respecto a ella, así que no me preguntes más, no quiero que Arturo me odie —responde tomando su bolso en un rápido tirón—. Me voy al gimnasio.
Tami se va tan neurótica como siempre, tan distinta a Emilia, parece que es un huracán cada vez que está en un lugar, ruidosa, rápida, nerviosa, sólo está calmada si está con Benjamín, que es como su perro de terapia.
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Lo Que Quede De Verano © [Disponible En Amazon]
Romansaᴅɪꜱᴘᴏɴɪʙʟᴇ ᴇɴ ᴀᴍᴀᴢᴏɴ Emilia pretende tener un verano tranquilo después de tantos meses de terapia por su accidente; acompañado del mar, el sonido de las olas y las hojas de los árboles, está segura que es justo lo que necesita, quizás recordar un po...