Capítulo XV

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Carlos

Emilia se recuesta y deja escapar un profundo suspiro de alivio, estira sus pies, se acomoda en su cama después de que la tensión por momentos la envolviera, entre el vodka y nosotros en una misma cama por primera vez después de más de dos años. 

La miro, estoy feliz de estar aquí, de haber hablado con ella algo que no le había dicho a nadie y de alguna forma haber encontrado risas en algo que parecía me estaba comiendo vivo, al punto en que a ratos sentía la oscuridad de eso comer mi corazón. Emilia me hizo reír, me hizo reír de pensar que tenía disfunción eréctil cuando sólo era que me faltaba ella. Comienzo a desabotonar la camisa y ella se estira a tomar otra vez su libro, me mira de reojo, pero no deja de leer.

—¿Qué estás haciendo? —pregunta sin dejar de mirar el libro cuando llego a la mitad de la camisa, se ve mi pecho, pero aun así no puede diferenciarnos si pierde su norte. 

—Estoy bordando.

—Cuidado con tus dedos —responde tan ácida como siempre, no le importa mi humor, no le importa seguir mi juego mientras eso la mantenga al límite de nuestras interacciones.

—Me estoy quitando la camisa, no quiero que te vuelvas a confundir —pasa una página y me mira un par de segundos cuando lanzo la camisa a una esquina de la habitación, me levanto y quito el pantalón de Arturo. 

A Emilia no le importa verme desnudo, es más, no le interesa verme desnudo, quizás es porque ve el mismo cuerpo todos los días, pero sin tatuajes, aunque quizás es sólo que no le intereso. Camino en mi ropa interior a poner más leña dentro de la chimenea, afuera sigue lloviendo igual de fuerte, como si no fuera a acabar nunca la tormenta. Vuelvo a la cama y levanto las tapas para recostarme.

—No —murmura sin dejar de ver su libro.

—¿Qué cosa? 

—No vas a dormir ahí, es el lado de Arturo —pasa una página de su libro mientras me acomodo, las sábanas son tan suaves.

—Sí sé que es su lado, ¿Prefieres que duerma de tu lado? 

—Anda a dormir a la otra cama.

—No, me da miedo la tormenta, aparte no te voy a tocar. —me acomodo cubriendo mi hombro con la sábana blanca que huele al perfume de Emilia, tomo algunos de los cojines y los acomodo en el medio de la cama— ¡Para que no se te ocurra abrazarme, Emilia!, lo que menos quiero son tus brazos en mí, ni tus piernas diminutas entre las mías, por favor, contrólate y duerme sólo de tu lado. 

Emilia me mira con la boca abierta, de a poco se dibuja una sonrisa en su cara, no puede creer que le diga algo así; son casi las once de la noche y me quedo observando sus detalles, como sus ojos se mueven con cada línea que avanza en su libro, cómo muerde sus labios y como comienza a pestañear muy largo cuando ya tiene sueño, se duerme con el libro sobre su pecho. 

Estiro mi mano para sacar el libro y ella no se mueve, lo leo, siempre me ha gustado leer lo que ella lee, es como entrar en su cabeza un par de minutos; de fondo suena su respiración suave, el crujir de la leña y el viento junto a la lluvia que golpean el techo con fuerza. Me gusta estar con ella, puedo fantasear y sentir que quizás así sería mi vida, sin las almohadas en medio, con ella dormida a mi lado y yo leyendo su libro. 

Algo cruje afuera y suena un golpe fuerte en el jardín, me levanto a ver, Emilia ni siquiera se sacudió, por momentos me molesta que Arturo la deje sola cuando queda totalmente indefensa, su instinto de supervivencia es mínimo, acaba de sonar como si cayera un árbol completo en su jardín y ella no movió ni un dedo. 

Lo Que Quede De Verano © [Disponible En Amazon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora