Capítulo VII - 3

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Emilia

Me encuentro temprano con Tamara en el desayuno, me mira en silencio unos minutos, mientras León se llena la boca con huevo y tocino, como ya casi termina el verano sólo quedamos nosotros, Dante, Franco y los abuelos.

Tamara sigue mirándome, a ratos entrecierra sus ojos como si así pudiera ver más de lo que se ve, yo intento ni mirarla.

—Me debes una —murmura cuando León se levanta de la mesa a buscar más pan.

—¿Disculpa? No te debo nada —tomo de mi taza de té.

—¿Cómo que no? Ayer casi te encuentra León.

—Tienes mala memoria, mocosa, ¿Te la refresco?

—Te la refresco —me imita balbuceando.

—Cuidado, si quieres quedamos a mano, pero de ninguna forma yo te debo una. A nadie le importaría que Carlos esté en mi pieza, pero qué dirían si tú te tienes que andar comprando píldoras de emergencia...

—Eres lo peor —responde poniendo mantequilla en una tostada caliente que saca del plato de León.

—Claro —recuerdo el papel y lo saco de mi bolsillo— Toma, te lo mandó Benjamín, así que técnicamente es tu culpa que Carlos viniera anoche.

Quita el papel de mi mano y lo abre, León quita el trozo de papel de su mano mientras Tamara le grita mil insultos y los abuelos se sacan el audífono una vez más, como siempre cuando empiezan las peleas.

...

Cuando vuelvo a la ciudad no lo veo, estoy segura de que él me ha visto muchas veces, de hecho, veo a Arturo muchas veces, me ilusiona verlo, mi corazón da un giro completo cada vez que lo veo, pensando que puede ser Carlos, siento que es como si el destino no quisiera que lo olvide. Siempre me invita a tomar un café con algún dulce y caminamos un par de cuadras hablando de cualquier cosa, cualquier cosa excepto algo sobre Carlos, se siente tan natural hablar con Arturo. Después de que terminamos con Carlos, nuestra relación cambió, aún creo que quizás cambió por lástima.

—Me tienes que prometer que, si le pasa algo grave algún día, me vas a avisar —le pido mirando sus ojos, color avellano igual que los de Carlos, más que avellana son de un café con muy poco verde, primera vez que hablo algo respecto a él.

—¿Qué le va a pasar a Carlos? —suelta una carcajada en medio del parque que hace volar a las palomas, termina de lamer el caramelo de sus dedos después de devorar un dulce caliente— Es prácticamente inmortal, ha tenido más accidentes que todos juntos y ahí está.

—No importa, Arturo, sólo prométeme que me vas a avisar —lo sigo, pasando sobre las hojas de los árboles que crujen bajo mis tacones.

—Bueno —responde sin detenerse— ¿Te importa?

—Claro que sí, si en esas carreras, o cualquier cosa... Por favor, avísame —insisto trotando a su lado hasta que por fin se detiene y me vuelve a mirar.

—Está bien —ríe tocando mi cabeza— Te lo prometo.

...

El día de mi titulación llega un enorme arreglo de flores a mi apartamento junto con una caja de chocolates, Arturo bromea que quizás tengo un admirador secreto haciéndome soltar una carcajada, dice que las flores son hermosas y mientras las pongo en un jarrón le digo que sí, que son mis favoritas. No trae ninguna nota. Automáticamente pienso que es de Carlos, pero creo que él no lo haría, o por lo menos vendría el mismo a dejarla. Está demasiado loco para hacer algo así a medias.

Lo Que Quede De Verano © [Disponible En Amazon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora