Capítulo IV - 3

61 12 4
                                    

Después de dejar que nuestros besos tomen rumbos que quizás no deberían tomar en medio de una plantación, vamos a la playa, sentada a su lado, uno de sus codos apoyado en la ventana mientras me habla.

—¿Qué te gusta hacer cuando estás en la ciudad? —pregunta con una sonrisa juguetona levantando una ceja, su pelo está incluso más desordenado que lo normal y me doy cuenta que se puso la camiseta blanca al revés. 

—¿En serio quieres que hablemos de la ciudad? 

—A mí me encantaría hablar de lo que sea que me ayude a conocerte más, no entiendo porque para ti es tan importante separar la playa de la ciudad. 

—Porque jamás vamos a estar juntos en la ciudad, estamos aquí, este es nuestro lugar si es que existe alguno.

—¿Cómo sabes?, Quizás si hay un lugar en la ciudad para nosotros, aparte de acá.

—No hago mucho en la ciudad, —suspiro decidiendo que es mucho mejor contarle de mi vida en Rosario antes de hablar de una posibilidad para nosotros fuera de este pueblo— voy a la universidad, salgo con mis amigas, no mucho, la verdad.

—¿Ese es mi espacio? ¿Después de la universidad y de tus amigas? 

—También me gusta ir a clases de yoga en un gimnasio y nada más, los fines de semana, algunos, viajo a casa a ver a mis padres. 

—¿No vives con ellos en la semana? 

—No, en la universidad de mi ciudad no estaba lo que estudio, así que me mudé.

—¿Y dónde vives ahora? 

—No te lo diré —río mirando por la ventana. 

—¿Por qué no? 

—Estoy segura que si te digo dónde, llegarás allá, y es el único lugar que me queda para estar lejos de ti.

—Pajarito... —ríe y me mira hacia el lado— hay muchos lugares donde te puedes esconder, pero siempre, siempre te voy a encontrar. Me impresiona cómo prefieres hablarme de cosas que no querías hablar antes de tocar el tema de que existe un lugar para nosotros aparte de este pueblo. 

—Conozco mis límites —abro la puerta cuando se detiene frente a la playa.

—¿Y tu límite está en dejarme avanzar contigo? 

—No se trata de avanzar o no, se trata de que mantengamos los pies en la tierra mientras dejamos que nuestras cabezas vuelen acá.

—Bueno, al principio ni me hablabas así que supongo que puedo destruir tus nuevos límites también —bajo del auto y camino a la parte de atrás para bajar el canasto y la manta.

—¡Carlos! —exclamo llegando a su lado.

—Emilia, no querías ni hablarme y me acabas de montar en mi auto en medio de un bosque, tú tomaste la iniciativa esta vez, no puedo creer en tus límites si no los defiendes.

—Tampoco es como que me dejes alternativas.

—¿Te he obligado? 

—No —pongo mi sombrero mientras caminamos sobre la arena caliente, Carlos va delante de mí llevando los bolsos.

—¿Te chantajeé?

—No.

—Entonces tú decides salir conmigo, ¿Sabes por qué? 

—¿Por qué según tu? Deléitame, por favor. 

—Porque te encanta salir conmigo, pajarito, —murmura estirando la manta en el suelo debajo del árbol— lo único que hice fue esforzarme el mínimo por estar contigo y que te abrieras a mí... ¡No de esa forma, Emilia! 

—Tal vez tienes razón, —encojo mis hombros luego de quitar mi cara de enojo, de todas las palabras posibles dice "te abrieras a mí", a veces se explica tan mal— pero ya no importa, Carlos, ya me tienes aquí así que ¿Felicidades? No soy tan divertida.

—No pienso que sólo seas divertida, pienso que eres genial y hermosa, me gustan tus pecas, me gustan las ondas de tu pelo, me gustaría que mis hijas tuvieran tu pelo.

—Entonces deberías buscar una mamá que tenga el pelo así para tus hijas.

—Ya la encontré, sólo tengo que esperar un poco y quitarle un implante que dijo que tenía —sonríe quitando su camiseta.

—¿Se lo quitarás tú mismo? 

—Si, un pequeño corte y ya —responde ya recostado en la manta con una sonrisa.

—Eres un animal —cierro mis ojos.

—Dime dónde vives, sólo quiero saber, te prometo que no iré jamás si no me autorizas —murmura cerca de mi oído.

—De todas formas lo vas a averiguar, ¿Cierto? 

—Es lo más probable —se gira apoyando su cabeza en su mano.

—Vivo en Rosario y mis padres en Cayén —suspiro tapando mi cara con el sombrero.

—¡Mentira! ¡Yo también vivo en Rosario! —exclama levantando mi sombrero— ¿En qué universidad?

Como si fuera el destino, Carlos va a la universidad que está más cercana a mi facultad, por momentos pienso que puede ser mentira, pero sabe demasiado de los lugares alrededor como para que sea falso. Me cuenta que vive en un apartamento muy cerca del mío, con su gemelo, Arturo, y que terminan el año que viene. 

—No esperaba verte allá, pero estoy seguro que ahora que lo sé no tendré ni que buscarte, aparecerás en mi camino y no podrás escapar de mí.

Suspiro recostándome boca arriba en la manta, pensando en lo loco que es estar aquí, bajo la sombra de un árbol con Carlos a mi lado, que toma mi mano y acaricia mis nudillos, pela y pica mi fruta con su navaja, la misma que cada día me muestra lo filuda que es cortando diversas cosas que encuentra, es como si sólo quisiera tener mi completa atención, deja suaves besos en mi pelo, en mi cara, como si yo ya fuera suya, aún no lo soy Carlos. Aún no. 

Probablemente pase todo el verano con él, dejando el espacio para que Carlos no me haga sentir como que ganó en su conquista, aún no gana, pero ya me toca libremente y planea cosas conmigo, muchas cosas, planea llevarme con sus padres y su familia, planea ir a cenar con mi familia, planea vernos en la ciudad, planea quitar mi implante con su navaja, planea casarse conmigo en la capilla del pueblo y llenarme de hijos, uno tras otro... 

—Pajarito, —exclama caminando dentro del agua delante de mí— ¡Ven! Apúrate.

—¿Qué pasa? —pregunto llegando a su lado cuando las puntas de mi pelo ya se mojan con el agua que llega a mi cintura.

—Me gusta estar contigo —murmura rodeando mi cuello con sus brazos— me siento muy afortunado.

—Basta, ¡Qué exagerado eres! —río tirando agua mientras él me mira decepcionado.

—No lo digo de forma exagerada, sé que lo soy, pero realmente me siento muy afortunado de estar aquí contigo.

—Bueno —me quedo mirando mis pies bajo el agua.

—¿Bueno? ¿No me dirás nada?

—Quizás si me dejaras un poco de espacio para hablar podría decirte más cosas, Carlos.

—¿Qué me dirías?

—Creo que si notaras como te dejo entrar en mi vida, como te dejo empujarme fuera de mi zona de confort —apoyo mis manos en sus anchos hombros cuando ya no toco el fondo del mar—, podrías ver y entender que también me gusta estar contigo.

—¿Qué dices pajarito? ¿Me acabas de declarar tu amor? —sonríe afirmando mi cintura mientras el mar mueve suaves olas alrededor de nosotros.

—Tal vez, pero eso es todo lo que tendrás por ahora, animal.

—Me encantan tus migajas, me hacen querer ir a buscar el pan completo y no soltarlo jamás.

—Jamás es mucho tiempo —respondo mirando sus ojos.

—Es que contigo el tiempo siempre se me hace poco.

Lo Que Quede De Verano © [Disponible En Amazon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora