Fueron cuatro explosiones, un número ínfimamente pequeño para el caos que había formado en sus filas.
En sus oídos, aún continuaba escuchando el crepitar del fuego y los gritos. En sus ojos, seguía viendo sus planes convertirse en cenizas.
Respiraba con dificultad, escuchando un pitido salir de sus labios a cada bocanada de aire, aún asfixiado del fuego. Estaba llorando en silencio, una mezcla de rabia y dolor. Debería estar muerto, pensó que su vida finalizaba al escuchar el grito de Annabeth Chase y verla con un arma apuntándole directamente.
Una explosión que debió haber acabado con su vida fue su salvación. Aunque, realmente, no encontraba la forma de entender cómo seguir vivo había sido una fortuna.
El cianuro, esa mezcla de monóxido de carbono y ácido cianhídrico iba a ser su jaque mate definitivo. Ahora mismo debería estar viendo a los cuatro capitanes arrodillados entre cadáveres presentando su rendición para que el Séptimo Círculo asumiese una total derrota a manos de Empíreo, en cambio, se encontraba sumergiendo sus brazos en agua con casi toda su piel quemada.
Seguía ensordecido por la explosión. Escuchó unos pasos tras él, encontrándose a Hazel Levesque, otra de las personas que, además de él, consideraba un fantasma. Habían estado demasiado cerca de la explosión como para no salir muertos. La chica siempre tuvo un rostro entrañable a pesar del deseo de venganza que la tenía consumida; uno que ya no poseía. Estaba magullada, al contrario de Leo, no lloraba, pero sus mejillas estaban cubiertas de polvo y mugre, mezclándose con la piel rasgada y quemada de su cara que hacía competencia al aspecto de Leo Valdez.
-Has perdido - pronunció.
No quiso responderla más que con un leve movimiento de cabeza. No entendía la necesidad de Hazel por recalcar su fracaso, tampoco veía una intención cargada de maldad. Simplemente parecía querer asegurarse de que Leo veía la realidad tal y como era.
Fue levantado del suelo con tanta brutalidad que notó cada quemadura de su cuerpo arder, provocándole un dolor más intenso que la paliza que le había suministrado Nico di Angelo meses atrás dejándole ciego de un ojo.
Antes del primer golpe, alcanzó a ver el rostro furibundo de Quintus.
No trató de defenderse, hace menos de tres horas había recibido una paliza a manos de más compañeros oficiales. El número cero que figuraba en su uniforme nunca se había sentido tan vacío. Ahí, sumiso a los golpes a modo de castigo, tenía el mismo valor que un nivel cuatro.
-Eres un farsante, Leo Valdez - Quintus volvió a golpear su mandíbula. Sus nudillos sangrando no mostraban signos de cansancio. - ¿¡Este era tu plan!?
Cayó al suelo, empapándolo con su sangre. Lloraba, tanto que su único ojo sano veía de forma borrosa a Hazel que le observaba a una distancia prudencial junto al resto de soldados.
-Nada de esto hubiese pasado si no fueses un puto débil - notó el frío metal de la pistola de Quintus apoyarse sobre su frente. Tenía al oficial arrodillado junto a él, con la expresión contraída por la furia. - Dime una sola razón para no atarte y lanzarte a los pies de Annabeth Chase ahora mismo. Déjame escucharte una mentira más.
No respondió, no tenía nada que responder. Cualquier dolor era menor a la sensación de abatimiento que le consumía. Había pasado los mejores y también los peores meses de su vida en soledad, pero convirtiéndose en un referente para Empíreo por su inteligente. Inteligencia que había sido borrada por cada paso del Séptimo Círculo.
Cerró los ojos esperando que Quintus disparase. Su destino y fracaso había sido sellado en el mismo momento en que vio a Annabeth Chase amenazar la vida de Piper McLean. Este gran asalto perdido había sido su responsabilidad, el Séptimo Círculo estaba inundado de fuerza por la debilidad que le suponía amar a Piper McLean.
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