Alguna hebra de hierba más larga de lo normal le hacía cosquillas en sus brazos, pero nada conseguía desconcentrarla. Apretó el gatillo justo cuando otra diana al ras del filo de una roca apareció ante sus ojos, reventando la madera en un perfecto agujero central.
Otro cartucho más de bala cayó al pasto. Reyna no apartó la mirada, continuó tumbada en silencio en su zona de tiro, esa que cualquier persona con un mínimo de inteligencia no se atrevería a acercarse en su horario personal de entrenamiento. El único movimiento permitido era el mecanismo en cadena de dianas creado en uno de los talleres para su disfrute.
Jamás predecía dónde aparecería su siguiente objetivo, tampoco el tiempo de descanso entre cada uno, pero eso no le impedía dar en el blanco a tal ritmo que llevaba una puntuación perfecta.
-Es peligroso que estés aquí - murmuró tras disparar de nuevo, notando su rifle chocar contra su hombro por el retroceso.
-Ajá.
Ladeó brevemente la cabeza, viendo a Thalia acostada de lado ahora junto a ella usando una mano como soporte para su cabeza. Tenía una sonrisa algo pícara, pero la concentración de Reyna era tal que se esforzó en ignorarla y continuó con su entrenamiento, simulando que seguía en solitario.
Continuó disparando. Una, dos, tres y hasta cuatro veces de forma perfecta. La mirada de Thalia comenzaba a pesarle, la sentía. Su mente, en cambio, seguía resistiéndose al efecto de su esposa y continuaba imaginando rostros anónimos y aleatorios de soldados de Empíreo cayendo a cada disparo. Aún podía recordar esos días en los que la precisión de sus disparos no eran sumamente importantes por la gran superficie que ocupaban sus objetivos; desgraciadamente ese tiempo quedó atrás, habían sustituido a los monstruos por personas.
-Para de hacer eso - exigió.
-¿Hacer qué? - preguntó Thalia con un tono inocente, algo que jamás podría combinar con su personalidad.
-Tratar de distraerme - protestó, intentando no sonar ridícula al ver que Thalia no se había movido ni tampoco había hablado hasta que ella lo hizo. - Solo... deja de... lo que sea que estés haciendo. No vas a conseguir distraerme.
-Si de verdad quisiese distraerte no habrías acertado ni una.
Una diana apareció unos segundos, antes de volver a ocultarse sin haber sido disparada, la primera vez en mucho tiempo. No había fallado, ni siquiera intentó disparar, solo estaba mirando ahora con una expresión altamente indignada hacia Thalia que hacía sus mejores esfuerzos por aguantar la risa.
-Yo nunca fallo, Thalia Grace.
Lo único que acalló su pequeña molestia, esa que solo conseguía despertarle Thalia cuando muy a menudo trataba de sacarla de quicio, fue escucharla reír.
Últimamente una risa se había convertido en un pecado capital, los días se habían entristecido tanto como el corazón de cada soldado que conformaba el ejército y, momentos como estos, eran lo más parecido a un tesoro que obtendrían nunca.
El dolor seguía siendo palpable en ambas, sobre todo en Thalia, pero en ese círculo vicioso de rabia, dolor, frustración y venganza, habían conseguido salvaguardar una pequeña porción de felicidad que las mantenía vivas. Reyna no supo cómo lo había conseguido, a día de hoy no tenía explicación, pero su orgullo había ascendido a niveles estratosféricos al ver cómo en la intimidad de su matrimonio existía una sana burbuja que las alejaba de la dolorosa realidad.
El borde de uno de las dianas sufrió un pequeño roce que apenas astilló la madera, en cambio, una de las rocas recibió de lleno el impacto de la bala. Aún con los labios de Thalia sobre su mejilla, Reyna agachó la cabeza en vergüenza ante su patético disparo.
Había fallado, pero estaba feliz.