Los monstruos no le dejan ni tomar un descanso

132 21 65
                                    

Necio, estúpido o inocente, cualquiera de esos tres adjetivos le definían a la perfección.

Los cadáveres no paraban de llegar, las lágrimas al recibir la muerte no paraban de salir y, aún así, Percy estaba convencido de que conseguirían ganar.

No sabía cómo, pero lo harían. Tenían que hacerlo.

No había sufrido tanto para caer ahora. No perdería ningún miembro más de su familia, quien debía ser el próximo en morir se llamaba Leo Valdez.

Nadie más.

Sus labios se unieron a los de Annabeth en un demandante e incluso exigente beso. El sudor se mezclaba con la sangre que caía de la frente de Percy, ni siquiera sabía si le pertenecía, pero tampoco le importaba. Exigía, incluso ordenaba, su vuelta.

-Una vida juntos - aseguró sujetando entre sus manos el rostro de Annabeth, fijándose en la mirada ojigrís que derrochaba firmeza a pesar del cansancio. - Todos - añadió.

Habían momentos donde Annabeth dejaba su postura de capitana, y ese era uno de ellos. No volvió a besarle, pero sí le abrazó con toda la fuerza que tenía. Ambos estaban cubiertos de heridas y golpes, pero no les obligaron a menguar la intensidad de sus muestras de afecto. Cada abrazo de Annabeth se sentía como un nuevo comienzo, como el verdadero amanecer tras la tormenta.

Su amor por la capitana Chase traspasaba cualquier dolor más allá de la guerra. Respiraba futuro y sus besos sabían a esperanza.

-No bajes la guardia mientras yo no esté - Percy rió para sus adentros al escuchar la advertencia de Annabeth. - Lo digo en serio, eres capaz de quedarte dormido en cualquier claro a la vista de todo un ejército.

-Solo lo haría para burlarme de Empíreo.

Burlarse de Empíreo. Esas habían sido unas palabras muy osadas para la situación en la que se encontraban, a merced de cada ataque de Empíreo.

Si alguien era el objeto de burla, eran ellos. Empíreo había jugado su última carta y había sido tan efectivo que les había dejado sin forma de contraatacar. Esta vez, ni siquiera Annabeth podía armar un plan, los soldados que les quedaban seguían esperando algún milagro en forma de idea estratégica digna de la capitana, pero nunca llegaba, nada llegaba. No podían responder sin ejército, Empíreo les había inutilizado, les había arrebatado todas las cartas con las que podían jugar.

Se separó de Annabeth con la atención puesta en Thalia, que ya estaba armada esperando a su mejor amiga a una distancia considerable, dándoles algo de intimidad. Percy le hizo un pequeño gesto para que se acercase, tirando de su otra mejor amiga en un abrazo, mucho más corto que el que compartió con Annabeth, pero uno que guardaba la misma promesa para que se mantuviese a salvo.

-Nos cuidaremos ambas las espaldas, lo sabes - prometió Thalia. - Tú...

-No voy a dejar a Reyna sola mientras estéis en batalla - agarró a Thalia por la nuca, sellando su promesa con ese gesto, sosteniéndole la mirada. - No mates a demasiados, tengo que ganar el récord de la semana.

Sus ojos se encontraron una última vez con los de Annabeth antes de verlas marchar hacia el foco de la batalla.

Como Reyna, había terminado enfrentado con todos hasta aceptar que de verdad necesitaban ambos un descanso y que, no siempre podrían luchar al lado de sus respectivas parejas. Tenía su corazón siempre en vilo pero también sabía que había tenido la fortuna de amar a las personas más fuertes que conocía, todos sus amigos eran el orgullo de cualquier ejército.

Egoístamente sabía que su familia, la que le quedaba, era la que tenía más posibilidades de sobrevivir.

No estuvo conforme con tomar un descanso, pero en cuanto caminó de regreso al campamento base, notó la lentitud de sus movimientos, incluso para caminar. Sus huesos tronaban, recordándole cuán exhausto se encontraba, a pesar de que en unas horas debería volver a luchar.

Danger: Contraataque por la humanidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora