Nico di Angelo, a un paso de ser un ególatra

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Cuando aceptas que no eres ni podrás ser un héroe, todo mejora. La presión desaparece.

Quizás en la historia hay más villanos que héroes por esa razón, porque todo era mucho más fácil. Una vez que aprendes a desligarte de la presión por hacer el bien y te enfocas en tus propios objetivos, todo mejora, tú mejoras.

Percy no estaba ciego, en todo momento fue consciente de la magnitud de sus actos y el mal que suponían, sobre todo a la población de Empíreo, a esa que no dudó en matar. Una vez fue parte de ellos, pero ya no, y eso era lo único que importaba.

No, no había que mirar atrás para recordar de dónde vienes. Eso solo sirve para encadenarte al pasado y no poder avanzar.

A base de sufrimiento había conseguido entender el significado de la vida. No era hacer el bien como Quirón y su madre le enseñaron. No, era sobrevivir, simplemente eso. En las afueras del Séptimo Círculo, donde vivía la población ajena al ejército, se respiraba vida y felicidad, eran la estampa ideal del lado bueno de la historia. Les había defendido por mucho tiempo, embaucándose en una peligrosa serie de acontecimientos en los que tenía que repetirse una y otra vez que matar el nombre del bien era lo correcto. Que él, junto a sus compañeros y amigos, junto a Annabeth, eran los buenos de esta historia. Quirón le había convencido de ello.

Si aquel anciano pudiese verles ahora, quizás huiría. O agacharía la cabeza, como hacían unos pocos.

¿Empíreo era el villano? Por supuesto. ¿El Séptimo Círculo era el héroe? Ya no. No puedes ser el héroe en una guerra, es imposible. En cualquier momento se deben efectuar acciones impropias de almas nobles.

Ahora solo eran dos civilizaciones que compartían la carencia de escrúpulos. Percy luchaba por su vida, no por el bien. No puedes luchar por algo que no existe.

Al contrario de los últimos tres días, no había tanto movimiento por el Séptimo Círculo como de costumbre. La zona militar, que había estado plagada de soldados entrenando como nunca y preparando los víveres y armas para la batalla, estaba prácticamente desierta.

Los capitanes habían concedido a los soldados el permiso de pasar el último día con sus familias, quienes las tuvieran. Mañana, muchos de ellos empezarían a ser simples recuerdos en la historia. No volverían.

Por los alrededores solo quedaban los soldados que una vez pertenecieron a Empíreo, quienes no tenían más familia que a sus propios compañeros. Ahora que se habían dividido, Percy podía apreciar con claridad el escaso número de ellos que provenían de Empíreo. Soldados que habían rescatado de las garras de Empíreo, como Frank o Clarisse, eran tan destacables que no pasaban tan desapercibidos como los nacidos en el Séptimo Círculo, aparentaban mucho más de lo que realmente fueron. Se preguntaba cuántos cientos de vidas habría sacrificado Empíreo y que no consiguieron llegar a ese lugar de ensueño escondido en un precioso valle.

Fue a cerrar la puerta de una de las salas de enfrentamiento subterráneas al ver que Annabeth tampoco estaba ahí, pero su atención recayó en Nico di Angelo.

El capitán y amigo estaba de pie frente a un espejo. No le consideraba una persona ególatra; ver a Nico observarse en un espejo no era lo mismo que encontrarse con Silena o Will Solace.

-Te queda bien - se acercó Percy tanteando su reacción, aunque sabía que le había visto por el reflejo del espejo.

Nico no le respondió al halago, ni siquiera hizo el amago de colocarse mejor la chaqueta de cuero que llevaba. Siempre le había visto con una chaqueta de aviador que parecía tres tallas más grandes de lo que debería llevar, como si quisiera ocultarse del mundo o estar siempre metido en un cálido abrazo protector. Aún le sorprendía que hubiese sido capaz de luchar con tanta ropa puesta.

Danger: Contraataque por la humanidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora