Leo aún no domina el arte de ver con un ojo solo

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Seguía con la respiración acelerada. Daba vueltas sobre su eje observando el caos que había provocado en apenas unos minutos. Unos minutos de puro descontrol.

Habían pasado cuatro días desde que el Séptimo Círculo se marchó de Empíreo, dejando un rastro de absoluto caos tras ellos. No había perdido el control desde que les observó desde la ventana largarse, pero hoy se había hartado de no gritar. Se agotó de mantener sus emociones bajo control.

-Respira - se sobresaltó al escuchar la voz de Hazel, poniendo las manos en su espalda y hombro izquierdo tratando de transmitirle calma.

Escuchaba la propia respiración forzada de la chica, intentando que le imitase y hallase paz.

Paz.

Desde que Percy apareció resucitando de entre los muertos no había vuelto a sentir algo que se le asemejase.

-Apártate - Leo movió bruscamente su cuerpo, separándose de Hazel. - No necesito tu ayuda. Que esté solo no significa que quiera amigos.

-Eres un completo estúpido si piensas que trato de ser tu amiga. - Hazel se colocó delante de él para que pudiese verla. - Trataba de ayudarte solo porque te necesitamos, no nos vendrá bien que una mente inteligente se descontrole por la rabia.

-Solo he tirado algunas estanterías - señaló con sus brazos, soltando una seca risa. - No voy a pegarme un tiro.

-No eres tan valiente como para hacerlo - respondió imitando su agrio tono. - Solo son unas estanterías... ahora. En unos días puedes tirar a tus propios soldados.

-Mis soldados - saboreó. - Suena bien.

Había sido un don nadie esa parte de su vida donde escondía su privilegiado intelecto. Luego, seguía siendo una sombra de figuras destacables como Percy Jackson y Jason Grace, esperando su momento con paciencia y anhelo. Ahora, que podía presentarse como el más joven de los oficiales tras un recorrido ascendente de éxitos, estaba más que orgulloso de sí mismo.

Aunque el Séptimo Círculo tratase de desbaratar sus planes.

-¿No te quedas? - su pregunta hizo que Hazel frenase su paso antes de salir del laboratorio, girando para verle.

-Compañeros, no amigos - recalcó algo con lo que Leo estaba más que de acuerdo. - Ya pareces estable de nuevo. No tengo la obligación de hacerte compañía.

-Encantadora - ironizó Leo.

No comprendía por qué precisó la presencia de Hazel aunque la hubiese desechado menos de cinco minutos. No estaba para tratar de entenderse a sí mismo y tampoco perdería tiempo en intentarlo.

Del mismo modo que aborrecía pensar en formar nuevas amistades, había momentos donde incluso la mirada fría de Hazel lo encontraba agradable.

No era Hazel en específico, sino la compañía.

Aunque Leo sea un reconocido genio que suele trabajar solo y un gran traidor, hubo algo que no fingió en su época como un soldado normal: odiaba la soledad. Ya sea discutiendo o en silencio, le gustaba ver a personas a su lado.

Y desde que Percy se dio a la fuga, cada vez fue quedándose más solo sin notarlo.

Su habitual silla emitió un chirrido cuando se sentó de golpe. Todo su cuerpo ardía por el cabreo que había estado acallando durante días y el simple esfuerzo físico de destrozar algunas estanterías en su arranque de ira.

Su propio reflejo en un cristal sobre la ancha mesa le mostraba la parte más muerta de él mismo. Su ojo ciego y cicatriz se asemejaban a la de un mal cadáver. Debía recordar que, a pesar de su estado, aún existía una parte de él que se mantenía viva. Una parte que aún clamaba por venganza.

Danger: Contraataque por la humanidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora