Percy Jackson, juez del Inframundo

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Nunca fue un chico madrugador. Si Percy tuviese que decir su mayor miedo (imaginando que no estuviesen en guerra) sería madrugar. No había peor infierno que levantarse en contra de tu voluntad de la cama.

Esta vez se había despertado antes que todos, incluso antes que la mismísima Annabeth Chase, a quien había dejado descansando aún en la cama aferrando una almohada como si su vida dependiera de ello.

Podía ser el primer día que se levantaba por su propio pie y no sentía sueño, tampoco estaba eufórico, solo tan nervioso que apenas había pegado ojo.

No había gente paseando por el Séptimo Círculo, nadie estaba haciendo guardia, todos descansaban lo máximo que les permitían antes de partir hacia el enfrentamiento final contra Empíreo.

Había soñado con ese día incontables veces desde que supo toda la verdad, había aguardado impaciente el momento de su venganza y, ahora que ya podía acariciarla con la punta de sus dedos, sentía pavor. Había sido un completo necio, esperando un día que solo atraía más desgracias que alegrías, pero ya no valían los arrepentimientos.

El ejército, o al menos en su gran mayoría, iría a pie. Los jeeps y demás vehículos estarían cargados hasta rebosar de armas, provisiones y mucho material médico.

Percy no estaba preparado para ver riegos de sangre amiga.

No existía un lugar exacto donde la guerra acontecería. Había tantos kilómetros posibles y el ejército de Empíreo era tan numeroso que abarcaría al máximo. Les obligaría a moverse, a buscarlos.

A darles caza.

Algunas veces, cerraba los ojos y soñaba su panorama ideal de guerra. Una ilusionista estampa donde todo Empíreo caía y el Séptimo Círculo salía invicto, lo que siempre esperó al llegar y conocer toda la verdad de la mano de Quirón. En sus sueños, el detalle que nunca faltaba era que Leo Valdez se encontraba a su lado, junto a Piper y Jason, luchando en su bando.

Así debía ser, así esperó que fuese.

No podía decidir qué le dolía más, si descubrir que era el primer eslabón de un sinfín de muertes por ese suero que creaba, o el hecho de haber pasado prácticamente toda su vida creyendo que, entre ellos, solo existía una transparente amistad. Percy les había dejado ver todo de él, sus miedos, aspiraciones y más profundos deseos. Leo, en cambio, había creado un detallado personaje únicamente para ellos. Día y noche, una actuación sublime.

Se encontró de imprevisto con Gleeson Hedge, quien parecía ser el único además de Percy que estaba despierto. El ojiverde levantó la mano en saludo ante el viejo hombre, viendo cómo ya estaba armado como si la guerra fuese a disputarse en ese mismo momento.

Gleeson le miraba ahora entrecerrando sus arrugados párpados, no de forma muy amable, parecía estar pensando si de verdad Percy estaba preparado para luchar. Solía tomarse bien las críticas, pero consideraba que ya era un poco tarde considerando que estaban a pocas horas de partir a la batalla.

Con algo de actitud infantil y también oculta preocupación, Percy le devolvió la misma mirada. Una interminable pelea silenciosa donde el más joven aún no podía creer que el egocentrismo del hombre fuese tal como para marchar a una muerte segura.

-No me mires así, yogurín - habló Gleeson, la voz aún un poco inestable, posiblemente por acabar de despertar. - Soy más letal que tú.

Percy le repasó con la mirada, no queriendo ser desagradable y descortés, pero le fue imposible disimular su expresión. Era un anciano, como lo fue Quirón. Ya habían luchado una guerra, a no tanta gran escala, pero una guerra. Su tiempo ya había pasado.

Danger: Contraataque por la humanidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora