Las personas no cambian la primera vez que matan a alguien, sino cuando vuelven a repetirlo. Ya no podía quedarse paralizada o lamentarse por una acción que cometía irrepetibles veces.
Matar había traído a Reyna a esta situación, donde, escondida a punto de entrar a una sala repleta de guardias con Nico di Angelo, elegía qué armas usar. Actuaba con tanta soltura eligiendo pequeñas pistolas y no su fusil por la velocidad de carga que realmente podía sentir asco de su mejor área de conocimiento. Conocía sus virtudes, impecable en el combate cuerpo a cuerpo y con armas. Impecable matando.
Su eterna tortura era ella misma y el no haber encontrado otra forma de definirse. Esta vez no tenía ganas de presumir sus habilidades. Esto era ella, armas y muerte.
-Quintus dio la orden de no atacarnos - dijo Nico, aunque seguía cargando al completo sus propia armas.
-También que nos largásemos y mira dónde estamos - Reyna apoyó la punta de su pistola sobre su boca, acercándose a la puerta con sigilo y volviendo a mirar a su interior. - Lo único que sabemos es que Hazel no mentía en que Frank morirá en nuestro nombre si no le sacamos de aquí.
-Pero sí en el número de guardias - masculló con rabia, - deberíamos haber venido más.
-Tú sobras aquí - Nico sonrió rodando los ojos ante la respuesta prepotente de Reyna. - Puedo con esto yo sola, será como un entrenamiento.
-Te cubriré, aunque no le haga falta, capitana - ironizó.
La expresión sorprendida de Frank Zang fue lo primero que vio Reyna cuando abrió la puerta de una patada, siendo Nico di Angelo quien comenzó a disparar antes que ella para darle ventaja.
Cada uno de sus disparos eran sumamente limpios. Trataba a cada enemigo como si fuesen las dianas que usaba en su entrenamiento, disparando en el centro de sus frentes gastando un único tiro, al menos lo primeros segundos antes de que el resto comenzase a reaccionar y ofrecerles resistencia.
Reyna soltó a tiempo la pistola en sus manos cuando un guardia se cernió sobre ella, obligándola a comenzar una pelea cuerpo a cuerpo y eliminar su ventaja en la distancia. Paró con su antebrazo un intento de apuñalamiento, viendo un cuchillo frenar muy cerca de su cara. Como siempre, cada soldado sea del nivel que sea eran anónimos para Reyna, pero no podía decir lo mismo al contrario. Aquel hombre que había tratado de apuñalarla, aún con el cuchillo bien sujeto en su puño, formó una cara de espanto al mirar a Reyna de cerca. La había reconocido, todos lo hacían.
-Mierda - le escucho susurrar.
Giró su cuerpo sin soltar su brazo, doblándole el brazo y consiguiendo que soltase un grito de dolor que le hizo perder la fuerza en el agarre soltando el cuchillo.
-¡Detrás tuya! - le gritó Frank, con una expresión aterrorizada.
Apresó el brazo del soldado a su espalda y giró junto a él, sintiendo las repetidas sacudidas del cuerpo de su enemigo cuando recibió tres balazos directos en su estómago provenientes de fuego amigo. Reyna acababa de aprender un nuevo significado de escudo humano.
Agachó la cabeza tras la del ahora cadáver que aún sostenía con fuerza para mantenerle de pie y avanzó a toda velocidad hacia el oficial que había tratado de dispararle por la espalda. Solo le permitió disparar una vez más, uniéndose esa bala al resto en el cuerpo inerte antes de que fuese arrollado por Reyna.
No vio miedo en sus ojos cuando le tuvo acorralado, solo resignación a su inminente muerte. Así era la guerra, lo contrario a la vida. Mientras en esta última puedes fallar y aprender de ello, en la guerra un fallo te costaba tu último aliento.