La diosa del optimismo hecha capitana

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-Puta mierda.

Thalia vio a Reyna rodar los ojos al escucharla. No tenía nada más que decir al ver el arco de la entrada del Séptimo Círculo. Del lugar que había sido su hogar los últimos años.

No quería volver, aunque fuese lo correcto.

Había perdido el recuento de veces que estuvo tentada de girar tan de golpe el volante del coche y pisar a fondo que les sería imposible llegar al Séptimo Círculo. Quiso huir con Reyna, viajar tantos kilómetros que Empíreo en lo que les restaba de vidas a ambas, no fuese capaz de encontrarlas. No lo hizo porque personas a las que quería seguían luchando kilómetros atrás, sino mandaría a la mierda todo y se marcharía.

Thalia no tenía remordimientos, su conciencia no pesaba. Podría gritar a los cuatro vientos que no luchana por la humanidad, sino por la supervivencia de quienes les importaba verdaderamente.

Tanto sufrimiento terminó por pudrirle el corazón.

Reyna no dijo nada, pero Thalia vio la pequeña sonrisa adornar el rostro de su esposa cuando tomó la iniciativa de unir sus manos antes de pasar por el arco de piedra que conformaba la entrada. El tacto era suave, libre de heridas abiertas y costras de sangre seca.

Había olvidado cómo se sentía.

Las marcas de golpes y heridas aún eran visibles en la mayor parte de sus extremidades, tanto que aún les provocaba algo de dolor al moverse, pero se sentía relajada, descansada. No echaba ni una pizca de menos el tener un arma en sus manos.

La sensación de saber que tendría que volver a luchar le repudiaba. Su vida era un interminable tiroteo, pero al menos en cada uno de sus disparos Reyna estaba a su lado.

-Ni se te ocurra, Thalia - advirtió Reyna, apretando el agarre de su mano y clavando bien los pies en el suelo, usando esa postura para frenar a Thalia que ya había mostrado sus intenciones de girar hacia su casa. - Tenemos un atarea que realizar.

-Después de una larga siesta, en una cama, las dos - especificó. Quería sonar divertida, pero su tono salió suplicante. - Por favor.

Supo que Reyna no cedería, aún así la mirada de la capitana sobre ella se suavizó, incluso una sombra lastimera brillaba en sus ojos, anhelante también del descanso y la paz que reclamaba Thalia.

Habían dormido en su camino de regreso más que nunca desde que inicio la guerra, pero siempre turnándose y manteniendo esa inseguridad propia de la guerra, aunque estuvieran lejos de la batalla. Estaban descansadas físicamente, pero mentalmente seguían necesitando una cama y la seguridad de poder cerrar los ojos sabiendo que al día siguiente todo seguiría igual.

-No hay nadie - murmuró Reyna, mirando hacia todas las direcciones mientras avanzaban. - Jamás había visto esto tan solitario.

-Estarán con sus familiares.

-De ser así, no lograremos convencerles - respondió tajante. - Nadie quiere despedirse una segunda vez, menos cuando has vuelto vivo del infierno.

-Por abandono.

-No estamos para juzgar a nadie, Thalia.

-Sí, porque me estoy partiendo el lomo por unos imbéciles que no están ni en su puesto - refunfuñó. Pese a que Reyna no volvió a contestarle, sabía que se encontraba tan indignada como ella. - También me gustaría irme a una puta casa lejos de todo contigo, al final van a ser inteligentes.

-No, si Empíreo vence no tendrán escapatoria.

No compartía esa misma visión, para Thalia no sonaba tan mal pasar el resto de su vida huyendo, no quedándose siempre en un mismo lugar. Había aprendido a conformarse y, pese a todo, en esa ajetreada y temerosa vida podría hallar algo de felicidad. Estaba segura.

Danger: Contraataque por la humanidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora