Un desmayo que durará más de lo que pensaba

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Los monstruos ya no eran esas criaturas bestiales y tenebrosas que mataban fuera de los límites de cada organización. Lo eran ellos.

Durante unos instantes nadie reaccionó. El gran ventanal, que antes solo mostraba una amplia vista de la noche en la población de Empíreo con alguna que otra luz proveniente de las casas, ahora era una pantalla a un festival de luces. El fuego y sus llamas se reflejaba en los cristales y en los rostros de todos los presentes, que no paraban de mirar la escena.

Silena sujetó la muñeca de Nico, obligándole a apartar el pulgar sobre el botón naranja del interruptor. Agachó la vista viendo que no solo Annabeth había pulsado, él mismo lo había hecho cuando todas las armas les apuntaron y, viendo las repetidas explosiones, no habían sido los únicos.

-¿Qué habéis hecho? - susurró Quintus, acercándose al ventanal y apoyando una de sus manos sobre el cristal. - ¡¿Qué habéis hecho?!

Nico aún no conseguía moverse, solo observaba desde un segundo plano cómo Quintus lograba agarrar del cuello a Annabeth Chase. Nadie tuvo que moverse a socorrerla, ya Percy Jackson estaba con una pistola pegada a la nuca de Quintus, protegiendo a Annabeth de cualquier movimiento.

-Suéltala o disparo. Tienes un segundo - ordenó Percy. - Ya sabes de lo que somos capaces.

Quintus separó su mano del cuello de la capitana de forma lenta. Nico se había fijado que, pese a la amenaza de Quintus, Annabeth mantenía una sonrisa prepotente en su rostro. No era real, la lágrima que asomaba por el borde de su ojo izquierdo le aseguraba que pese a todo, seguía sintiendo.

Viendo a referencias de poder como Annabeth y Reyna, la duda sobre si tenía madera de capitán siempre se cernió sobre él, no fue una transición fácil viendo a dos personas de tal calibre. Su inseguridad duró bastante, hasta que logró comprender que nadie está hecho para esto, nadie quiere hacer esto. Lo único que les diferenciaba del resto no eran sus cualidades físicas, sino la resignación mezclada con la valentía de asumir un cargo y desempeñar unas acciones que nadie quería.

-Tenemos un equipo escondido en los alrededores, si no nos ven volver, detonarán el resto de bombas - anunció Reyna, su voz haciendo eco entre los gritos que comenzaban a aparecer a los pies de la base militar. - Saldremos todos vivos o vuestros... esclavos, serán el pago por nuestras cabezas.

Los oficiales de Empíreo no reaccionaban. Sus caras estaban contraídas en furia e impotencia. Nico sintió un pequeño empujón de un oficial, que le dio un codazo en las costillas solo para arrebatarle el interruptor de sus manos. Tenía una mirada desquiciada, buscaba apoyo en el resto de sus compañeros pero nadie le secundaba. Al contrario que el resto, seguía en negación a creer que los papeles habían cambiado y era ese pequeño grupo de chavales quienes tenían el control en su propio hogar.

Se agacharon de golpe cuando se escuchó otra explosión. Reyna había pulsado.

-¿Tengo que volver a repetir qué pasa si nos atacáis?

El oficial que le había golpeado tiró el interruptor al suelo como si quemase, o peor, como si él mismo fuese quien había pulsado. Retrocedió varios pasos hasta chocarse con una pared a su espalda. Les miraba a todos como si de verdad fuesen la caracterización de la muerte.

De alguna forma, ya lo eran.

-Lucharemos en tierra de nadie, cualquier terreno alejado en un radio de veinte kilómetros de cada territorio - exigió Jason. Su voz sonaba ahogada y, a pesar de estar hablando para todos, era incapaz de levantar la mirada. - Ambas poblaciones excluidas de la guerra, todo se decidirá entre los soldados que conforman ambos ejércitos.

-¿¡Excluidas!? ¿A eso le llamáis excluir? - Leo gritó, abriéndose paso de nuevo y encarando a Jason Grace. - ¡No puedes estar orgulloso de esto! ¡Mira lo que habéis hecho!

Danger: Contraataque por la humanidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora