Piper aún deseaba que el Séptimo Círculo fuese una secta secreta que planeaba asesinarla o lavarle de tal manera el cerebro que comenzase a sonreír y repetir que eran felices como auténticas marionetas sin conciencia.
Para su desgracia, fuera de todo sentido, nada de eso pasó.
Que de verdad fuesen una gran organización, en todo el buen sentido, no ayudaba a mejorar el fuerte cargo de conciencia que aún le pesaba. Había pasado mucho tiempo odiándoles y deseándoles la muerte siendo una completa ignorante de la realidad, había dejado que Empíreo formase una idea del Séptimo Círculo tan alejada de la verdad y tan monstruosa que ni había tenido intenciones en conocer su historia.
Se quejó mucho tiempo de ellos, de esos crueles y violentos asesinos que solo mataban sin miramientos, cuando la verdad era que cada vez que trataban de entablar conversación - Percy por ejemplo, en sus innumerables intentos por hacerla entrar en razón - era ella quien usaba las amenazas físicas para esquivarles. No es para nada agradable conocer que uno siempre ha estado defendiendo a muerte el lado equivocado de la historia, menos aún cuando tus ideales estaban más allá de la frontera.
Esa frontera que cobardemente se negó a cruzar dos veces.
Si hubiese acompañado a Percy, Thalia y Nico desde el principio nada habría pasado. No tendrían que haber vuelto a por ellos, el padre de Hazel estaría vivo y esa chica que se rió en su cara de su ignorancia estaría feliz, Luke estaría vivo y Leo... Leo no habría manchado su futuro como un despiadado asesino.
Leo podría estar ahora con ellos.
A pesar de lo que había hecho, Piper no podía considerarle un asesino, como tampoco a Percy o Jason, quien ya se habían estrenado en el arte de la guerra en Empíreo. Posiblemente su percepción era demasiado infantil, tanto que ignoraba la propia definición de asesino transformándola a una suya propia para salvaguardar su salud mental. Ninguno de sus mejores amigos eran asesinos, no lo eran, solo chicos que mataron por obligación para sobrevivir.
Su pensamiento se identificaba con el de la gran mayoría en ese lugar, todos estaban al tanto de los sucesos de Empíreo y aún así veían a cada miembro del ejército como sus héroes. La única cuestión en la que discrepaban era en la naturaleza de Leo Valdez. No podía culparles, Leo había matado a Luke Castellan, un chico que por lo que había escuchado, era una de las perlas del ejército, no solo militarmente.
Su mejor amigo había matado a un ángel.
Piper jamás podría ver a Leo como el enemigo, no después de recordar lo mal que lo habían pasado el último año y, sobre todo, los últimos meses donde estuvieron solos y se protegía en el reconfortante abrazo del moreno. Ellos no conocían a Leo, no como Piper lo hacía. Leo nunca ha sido malvado, solo trató de sobrevivir por ellos.
Una de las ventanas del improvisado taller de la zona del ejército se abrió violentamente de par en par. Dos chicos con la cara llena de lo que parecía ser hollín cargaban algo similar a una caja de metal con cables. La lanzaron hacia fuera con prisas y con expresión nerviosa, antes de taparse los oídos y cubrirse la cara cuando aquel artefacto explotó en un estallido de chispas al tocar la hierba.
Piper sonrió con añoranza viéndoles, más aún cuando Charles Beckendorf, un compañero suyo en el equipo de Annabeth, salió por la puerta principal con un extintor consiguiendo disminuir la llama antes de que provocase un desastre aún mayor.
-¿Me tengo que preocupar porque siempre estés aquí mirando hacia el taller? - Piper pegó un pequeño brinco al escuchar una voz a su lado, encontrándose a una chica guapa que si bien ya conocía de haberse cruzado en Empíreo con ella, no recordaba su nombre. - Charlie es mi novio, pero tienes a unos treinta eruditos de la tecnología más para elegir.