Cada día aprendía a ser más capitán que el anterior. Su tarea no se resumía a mandar en una batalla o en los entrenamientos, sino a ser más valiente que el resto, a ser el que daba un paso al frente incluso al borde de un acantilado.
-¿Llevamos suficientes balas?
Reyna sonrió ante su pregunta, incluso escuchó un pequeño carraspeo a modo de risa. Su mejor amiga y compañera le ajustó la correa con fuerza, tirando dos veces con su mano izquierda para asegurarse de que el rifle que cargaba Nico no iba a moverse de su sitio.
Sí, después de varios meses ya era reconocido por todos como el capitán di Angelo, pero no había perdido la costumbre de que su mejor amiga revisase sus armas y le manejase como a un niño pequeño. Aunque no lo confesara, le gustaba que lo hiciera. Reyna le hacía sentir protegido, incluso ahora cuando sus posibilidades de morir eran casi totales.
-Estamos listos - Reyna apretó sus hombros a la vez en ánimo. - Aún me sorprende que hayas aceptado el plan de Annabeth.
-Imaginé una balanza. Aunque suene cruel, si llegase el caso de que... perdemos menos y ganamos más - confesó agrio, no gustándole sus limitadas, por no decir nulas, opciones. - El ataque directo que quería Annabeth nos habría matado a todos, ahora es algo ruin pero no acabamos muertos. Solo quiero vivir, que vivamos.
Ser capitán tampoco era únicamente salvar vidas y arrebatar las de tus enemigos, sino tener la suficiente cabeza fría como para dar la espalda a inocentes si puedes salvar a una gran mayoría. Estaba obligado a tomar decisiones difíciles en favor del futuro.
Solo esperaba no tener que presenciar los cadáveres que iría dejando, no le apetecía poner a fuego su resistencia y ver cómo había contribuido a quitar tantas vidas.
Los soldados de Empíreo, el resto de niveles al cero, también eran inocentes y había matado a un buen puñado, pero ellos tenían la preparación y armas para poder defenderse. La población, sin embargo, iba a morir por la supervivencia de personas que jamás conocerían. No era justo, pero iba a hacerlo.
-Me alegra escucharte, Nico.
De Reyna había aprendido, entre muchas otras enseñanzas, que no había amor sin egoísmo. Siempre serían términos complementarios, van de la mano por la primaria naturaleza de aferrarse a lo que más se desea. Nico amaba a muchas personas, quería vivir y que viviesen, por ello, debía matar.
-Charles y su equipo ya llevan un días de ventaja - informó Annabeth acercándose al pequeño grupo junto a un holograma con un amplio mapa. - Nos toca.
-Solo pido que este inútil no conduzca - bramó Clarisse poniéndose a un lado de Percy. - Si no, le ahorraremos el trabajo a esos desgraciados de matarnos.
-Vamos a pie, La Rue - reveló Annabeth.
-¿¡Disculpa!? - exclamó Silena tirando su mochila al suelo. - He visto una estupenda colección de coches, Chase. Mi novio apenas se ha llevado tres para tus juguetitos explosivos.
-Debemos darles ventaja, llegar después de que todos los explosivos estén instalados y hayan revisado la zona - respondió Annabeth sin mirarla, concentrada en el holograma. - Además, debemos cuidar los coches, habrá una guerra en cuestión de días, los necesitamos para trasladar heridos y soldados. No podemos gastarlos en nimiedades, y yendo a pie veremos cuántos monstruos hay además de usar nuevos caminos que Empíreo no tenga vigilados.
-Nimiedades, nuestra supervivencia es una nimiedad - Jason rodó los ojos sin borrar la sonrisa, algo irónico, pero por su expresión parecía estar de acuerdo con la capitana.
Nico escondió una risa ante la mueca de exasperación que formó Silena, más exagerada aún cuando le miró buscando apoyo pero este también aceptó el camino a pie.