Capítulo 5

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Capítulo 5

Nadir

Difícil de creer, pero de la noche a la mañana mi cuerpo había cambiado. Me había acostado siendo hombre y ahora estaba en el cuerpo de una mujer, difícil de creer lo sé, pero real.

Aún sentado en el mismo lugar y sin dejar de abrazar mis piernas, consulté el reloj del celular: las ocho treinta, apenas una hora había transcurrido desde que descubriera mi nueva realidad. Para mí se había tratado de una eternidad. Me sentía agitado, como si me faltara el aire. Empecé a respirar hondo y tratando calmar mis nervios, lo cual conseguí después de unos minutos de permanecer quieto en el mismo lugar.

Cuando logré tranquilizarme comencé a sentir unas fuertes ganas de orinar. Debido a la desesperación había salido corriendo de mi casa y no pasé por el baño. Descubrí que aguantar las ganas en este cuerpo era más complicado, y lo único que me quedaba era intentar cruzando las piernas Miré a un lado y a otro, vi un pequeño bar de medio pelo.

"Algo es algo" pensé.

Me puse de pie y me dirigí hacía allí. Ingresé y pregunté con mi mejor cara de "pobrecito" (o dadas las circunstancias de "pobrecita") a una moza si podía usar el baño. La mujer pareció apiadarse de mí y me señaló con su dedo índice una puerta no muy lejos. A paso apresurado llegué, pero antes de que pudiera alcanzar el picaporte escuché a la moza llamándome.

-Señorita, señorita –insistió al darse cuenta de que no me daba por aludido, cuando por fin me percaté que era a mí a quien llamaba, me volteé para mirarla –. La otra puerta.

-¿Qué?

-Ese es el baño de caballeros, el de al lado es el de damas.

Entendí mi error, acostumbrado me dirigía sin pensarlo al baño de varones. Esbocé una sonrisa boba intentando fingir una equivocación e ingresé por la otra puerta. Entré con temor y recaudo, sentía que en cualquier momento volvería a ser el de siempre y quedaría como un degenerado. Me miré en el amplio espejo que ocupaba toda la pared para asegurarme. La imagen que se reflejaba era la misma que la de esta mañana: todo en orden, o mejor dicho nada en orden.

Dos chicas se encontraban allí, mayores a mí, hablaban trivialidades mientras se miraban en el espejo y se acomodaban el cabello o se retocaban el maquillaje. Me miraron un par de veces extrañadas hasta que caí en la cuenta de que ello se debía a que yo mismo me había detenido para mirarlas ya que eran muy bonitas. Fingí acomodarme la ropa hasta que mi vejiga me recordó la urgencia.

No aguantaba más. Sin perder más tiempo entré a uno de los box, me paré al lado del inodoro e intenté encontrar algo que no había, mi segundo error. Debía hacer de otra forma, de una única forma en realidad. Como aún no me animaba a ver mi cuerpo desnudo, cerré los ojos me bajé los pantalones, me senté y liberé mi vejiga. Todo eso era algo nuevo para mí. Finalizado me incorporé y sentí unas gotas resbalar por mis piernas, volví a sentarme, otra cosa nueva a la que debía acostumbrarme, tomé un poco de papel higiénico y me sequé. Sentí cierto escalofrió al tocar aquella parte nueva de mi cuerpo, pero seguía sin mirar. Me levanté y recién abrí los ojos cuando tenía los pantalones arriba. Me lavé las manos y salí del bar, no sin antes agradecer a la moza su amabilidad.

Pensé que ahora iba a poder pensar mejor o quizás encontrar alguna solución o idea, pero después de volver a tomar asiento en la maceta de la calle, solo se me ocurrió pellizcarme por décima vez para comprobar que no estaba soñando. Nada, esta era la terrible realidad.

Estaba a punto de entrar en desesperación de nuevo, cuando vi a Ulises, que caminaba despreocupado mirando vidrieras y chicas, al parecer se había rateado porque traía el uniforme escolar y la mochila. Debo reconocer que en ese momento no pensé con claridad, pero deben entender la situación. Cuando me pasó por al lado, me paré y lo llamé por su nombre. Volteó, miró a un lado y a otro y por último se señaló a sí mismo.

-¿Nos conocemos?

-¡Sí! –dije con voz claramente alterada, guardé silencio unos segundos aún me impresionaba mi voz de mujer -¿Acaso no me reconoces? –pregunté con cierta desesperación.

-La verdad es que no... -se interrumpió y se quedó mirándome.

-¿Si?

-Bueno... la verdad te pareces a alguien que conozco, pero es imposible porque él es... bueno es él.

-Ulises soy yo.

-¡No puede ser!

-Soy Nadir.

-¿Nad? Pero ¿cuándo te las hiciste? –preguntó mirando mis pechos.

-¿Qué? ¿Es lo único que se te ocurre decir?

-No, claro que no, se me ocurren muchas preguntas ¿Qué te hiciste?

-No me hice nada... ahhh –Respiré hondo –. Escucha con atención.

Maia miaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora