Capítulo 4

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Capítulo 4

Nadir

No podía creer lo que estaba viendo, el espejo devolvía la imagen de una mujer. Creí que se trataba de un sueño o mejor dicho una pesadilla, pero luego de varios pellizcos me convencí de que estaba despierto.

Comencé a tocar las partes de mi cuerpo que veía reflejados. No cabía dudas de que era yo, no estaba en otro cuerpo, era como la versión femenina de mí mismo. Pasé dos dedos por mi rostro estaba más suave en la parte donde debía estar mi creciente barba, mi cabello castaño había crecido hasta los hombres. Toqué mi pecho, tenía senos. Me miré por detrás, mi trasero también había crecido bastante. Entonces enfrenté la prueba de fuego toqué mi entrepierna, allí no estaba... simplemente diré que no estaba lo que debía estar.

-¡¿Qué... qué fue lo que me pasó?! –exclamé aún atónito e incrédulo de lo que veía.

Sin perder un segundo más y sin tener una idea clara de que hacer me quité el pijama. Al ver mi torso desnudo no tuve dudas, tenía senos. Me quité el pantalón pero no tuve valor para hacer lo mismo con los calzones. Tomé unos jeans y me los coloqué y lo mismo hice con un buzo jersey con capucha. La ropa, mi ropa, ahora me resultaba extraña. Me apretaba en lugares que antes no lo hacía y me iba más suelto donde antes tampoco lo hacía. Me até el cabello desprolijamente y lo oculté todo bajo la capucha.

Bajé en forma apresurada las escaleras y me dirigí a la puerta, pero antes de que pudiera alcanzar el picaporte la voz de mi madre me detuvo.

-Hijo ¿te vas sin desayunar?

-Sí... -me interrumpí. Por primera vez me percaté que mi voz también se había modificado por una menos grave y más aflautada -... se me hizo tarde –intenté disimular el timbre de la voz, aunque no lo logré.

-Hijo... ¿estás mejor?

-Sí, bien –seguía disimulando mi voz, y no le mostraba mi rostro -. Ya me tengo que ir.

-¿Pero tu uniforme? ¿Por qué estás vestido así?

-Es que... hoy tengo clase de gimnasia, no tengo que llevar el uniforme.

-Aja y supongo que tenés también una buena explicación para no llevar mochila también. Date la vuelta y mírame –No había logrado convencerla.

-Mamá, se me hace tarde.

-Vos estas demorándote, mírame.

-Esta bien –suspiré resignado.

Fingí que lentamente iba a girar, sin embargo, cuando estuve bien posicionado, abrí la puerta y salí corriendo. Lo admito eso me inculpaba más, pero en ese momento fue lo único que se me ocurrió.

-¡Perdona mamá, se me hace tarde! –grité cuando ya estaba a suficiente distancia.

* * *

Corrí durante un par de minutos aunque no en una dirección concreta. Cuando me quedé sin aire me detuve e intenté ordenar mis ideas. Algo que, considerando la situación, era bastante complicado.

-¡¡¡¿Qué voy a hacer?!!! ¡¡¡¿Qué voy a hacer?!!! –me repetía a gritos mientras me golpeaba la cabeza para intentar que una idea se me caiga.

Agotado me senté en un cantero, abracé mis piernas y oculté mi cabeza entre las rodillas.

-¿Qué voy a hacer? –dije en voz baja.

-¿Estas... bien? –me preguntó una voz.

Levanté la vista, para cruzarme con la mirada de Florencia.

* * *

Mi corazón se aceleró y latía con increíble fuerza, pero no era similar a otras veces, no se debía a la presencia de Florencia sino al miedo que tenía de que me reconociera. Por ello disimuladamente dejé caer mi capucha de modo que quedara al descubierto mi nuevo largo cabello.

-Sí, estoy bien –en esta ocasión no necesité disimular mi voz. Aun así no podía mantener la vista en ella, es por eso que miraba a otro lugar.

Florencia no dijo nada y, a pesar de que no la miraba, no me quitaba la vista de encima. ¿Me habría reconocido o simplemente era preocupación por un desconocido? Incluso al día de hoy no lo sé.

Alcé mis ojos al notar un extraño movimiento en ella. Sacó un pañuelo y me lo ofreció.

-Para que te seques las lágrimas –me explicó con una tierna sonrisa –. No te quedan bien.

Agradecí su gentileza y recién ahí me di cuenta que mis ojos se habían humedecido. Cuando quise devolverle el pañuelo, lo rechazó.

-Quédatelo, por si las dudas, y si nos volvemos a ver entonces sí me lo das –volvió a esbozar la misma sonrisa.

Giró sobre sus talones y se marchó, llevaba el uniforme de la escuela por lo cual imaginé que allí se dirigía. La hermosa sonrisa que me había regalado fue la primera desde que nos conocimos y su calidez por un momento me hizo olvidar todos mis problemas.

Maia miaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora