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Sus ojos recobraron su labor cuando la luz naciente del sol impactó con sus sensibles pupilas, cegandolo por breves momentos, incómodo con la irritación trató de incorporarse, pero este acto fue imposibilitado por una mano justo en su pecho, aprisionandolo sin posibilidad a escaparse. Absorto por su reciente ida y vuelta al mundo onírico, cayó que estaba siendo abrazado por su Alfa, de pronto toda incomodidad tomó un segundo plano, se sentía seguro, a sus fosas nasales le invadió la mezcla natural de olores de la ribera que acompañaba a la reciente pareja. El escenario le daba más calma, pues aliviaba la necesidad de aire libre de su animal interno, que muchas veces necesitaba salir al exterior para no perder el toque de libertad que lo caracteriza, siendo un ser tan vivo y lleno de energía, que incluso su mismo portador no podía controlar a veces.

Entre tanto movimiento, fue suficiente para que el mayor de los dos se despierte, abriendo sus luceros de forma lenta, sin prisa, encontrándose y conectando con el de su Omega y admirando el brillo tan precioso alrededor de esos orbes oscuros. Sin duda aquel pequeño era su vida, después de tantos eventos que pudieron lastimarlo y que verdaderamente lo hicieron, éste no lo dejó a un lado, lo comprendió y le cedió el tiempo necesario para que las dudas sobre su romance se apaciguaran, que ambos sintieran que esa condición sellada por su diosa no los obligaba a estar juntos, incluso si no quisiesen, si no fuera por su voluntad la que buscaba enmarcar sus caminos emparejados. Por eso agradecía a su deidad, por darle la oportunidad de tener entre sus brazos a un compañero tan hermoso, valiente y poderoso, como lo era ese pequeño que correspondía sus actos con amor ferviente siempre, tan perfecto. Incluso quería recriminar a su yo del pasado por actuar de la forma en que lo hizo, por no tomar en cuenta que su destino lo guiaba a un Omega en especial, al cual nunca debió negar. Pero todos y cada uno de sus movimientos fueron los correctos, porque si ahora se encontraba besando los suaves belfos acolchonados de su Omega, entonces ¿A quién le importaba sus errores? Valía completamente la pena, si terminaron justo en este instante donde no sólo su corazón se sentía completo, también su alma.

-Tendré que haber sido alguien bondadoso en mi vida pasada, para tener semejante hermosura ahora, ¿Un sacerdote, quizás?- se cuestionó, entre ser serio y bromista, siendo respondido con la mirada confundida de su príncipe, sólo negó y volvió a probar los labios de su amado, saboreando la dulzura de estos en una sonrisa sincera.

-Alguien despertó más cariñoso de lo normal ¿Puedo saber porqué?- ahora era el más pequeño el que tomaba la iniciativa, acariciando el pecho firme contrario, acariciando con sus yemas la tela de la camisa, justo ahora odiaba que su mayor tuviese la oportunidad de ponerse ropa, cuando era tan perfecto estando con esa piel blanca y pura al descubierto.

Quizás era porque sus celo y rutina estaban cerca, pero ambos no ignoraron que en la mirada del otro nacía la llama de la lujuria, creciendo poco a poco, sigilosa para después aparecer como una bomba que desestabilizara todos sus sentidos racionales, dejando que se guíen por sus reflejos e instintos más animales. Lástima que no era el momento de que tal bomba haga su acto, por lo que ambos prefirieron mimarse, rozando zonas que daban calma y a la vez, si es que se buscaba, podrían despertar un problema en sus pantalones. Esos momentos en donde la calentura propia de sus edades, relación y animales, se congeniaba con el amor pacífico que ambos se tenían, eran de sus favoritos, pues ambos sabían que estaban listos para complacer en todo aspecto al otro, y que debían respetar sus voluntades, pero que aún con todas las ganas de vibrar en excitación, anhelaban sólo caricias y palabras suaves.

Nacido Para Un Min |YM|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora