Capítulo 34. Estoy bien.

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Llegué a Sant Cugat muerta de cansancio, y me fui a ir directa a la cama después de saludar a mi madre. 

-¿A dónde vas? -me preguntó confusa. 

-A mi habitación -me encogí de hombros. 

-Están las chicas en la terraza -informó entonces. 

Yo fruncí el ceño y salí hacia allí al escuchar eso. 

-¡Tía! -saltó Inés de su asiento al verme. 

Me quedé paralizada en la puerta, mirándolas sin saber qué decir. 

-Has vuelto -sonrió Sonia. 

Entonces las lágrimas empezaron a caer en picado por mi rostro, sin yo poder controlarlo. 

-¿Qué te pasa? -se apresuró Andrea en levantarse. 

Todas lo hicieron después, viniendo a abrazarme y esperando a que me calmara un poco. 

Tardé en hacerlo, y eso me sorprendió mucho. Creo que nunca había llorado tanto en mi vida, ni siquiera cuando dejé a Jorge. 

-Venga, respira... -murmuró María. 

Eso intentaba, pero me ahogaba en mi propio llanto. 

Me alegraba de volver, pero no era como tenía pensado hacerlo. De hecho, había pensado en hacerlo con Gavi algún día. Qué ilusa. 

-Ven, siéntate -dijo Inés guiándome hacia el sofá pequeño que estaba en una esquina. 

Hice caso y fui hacia allí mientras me limpiaba las lágrimas con las mangas de la americana. 

-¿Qué ha pasado? -preguntó una vez estábamos todas sentadas. 

Tomé aire y empecé a contarles todo de principio a fin. Ellas no daban crédito, y tampoco yo al repasar todo. 

Parecía como si hubiera sido un sueño que acababa como una pesadilla, dejándote un sabor agridulce en la boca. 

Cuando terminé, casi ahogada, no supieron ni qué decir. 

-Lo siento, es que estoy flipando -murmuró Andrea. 

Negué con la cabeza y cogí un pañuelo que me tendía Sara. 

-Yo tampoco sé que decir, qué mal... -coincidió Sonia. 

-Todas estamos igual -aseguré. 

Se quedaron observándome durante unos minutos e Inés me pasó el brazo por los hombros. 

-Ay, Sof... -suspiró con pena. 

Me encogí de hombros y me quedé mirando a un punto fijo, sin sentir ni padecer. 

Mis amigas buscaron alguna forma de arreglarlo o al menos aclararlo, pero yo no podía tomar ninguna decisión. Ya había tomado la de irme, y no me arrepentía de haberlo hecho. 

Se quedaron conmigo a pasar la noche, para así no estar sola, ya que mi madre trabajaba en el hospital. Sin embargo, a las tres de la mañana o así, tuve que cambiarme de habitación porque no paraba de toser, y no quería ni molestarlas ni contagiarlas. 

Fui a la habitación de invitados, y nada más llegar, escuché cómo empezaba a llover fuera. 

-Genial -suspiré para mí misma. 

Me metí a la cama y me tapé con las mantas hasta arriba, intentando hacer una cueva para insonorizarme del ruido de las gotas. Aunque pronto desistí, porque me ahogaba con facilidad. 

Saqué la cabeza y me eché la bronca a mí misma por ser tan miedica. 

En ese momento desee algo que en realidad no debía, y creo que todos sabemos lo que es. 

El destino, supongo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora