09 | Le planee una venganza a la vida

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09 | Le planee una venganza a la vida


Julia

Tres fuertes golpes en la puerta hicieron que me sobresaltara.

Camine de cuclillas hasta ella sin hacer ningún tipo de ruido. Mi intención era hacer pensar a la persona de fuera que la casa estaba vacía.

No me apetecía ver a nadie, ni que nadie me viera.

Tenía los ojos hinchados de tanto llorar, y la piel pálida. Estaba cansada y solo quería meterme a la cama a dormir.

Volvieron a tocar, esa vez, dos golpes.

Me arrimé a la ventana de al lado para ver quien era, sin ser yo vista.

— Julia, sé que estás en casa. Abre.

"Mierda, Diego" "¿Que hace tocándome a la puerta?", pensé.

Me quedé quieta, paralizada, sin mover ni un solo dedo. Tenía la esperanza de que dejara de insistir y se fuera. Que de verdad creyera que no estaba en casa.

Me di cuenta de que él era el único que sabía que no tenía coche. Y estaba segura de que bajaba del bar — donde yo no estaba —.

"Mierda, mierda, mierda y mierda".

No pensaba abrirle la puerta.

— Julia, por favor.

La urgencia en su voz hizo que mi corazón se ablandara un poco, pero mi decisión de no abrir se mantuvo firme.

No quería ver a nadie, pero a él el último. Más después del bochorno de esa mañana.

No recordaba el día en el que alguien me hubiera visto tan vulnerable. Después de haber actuado por un impulso y tras haber llevado la pena a cuestas.

Además, tirada en la carretera como una mendiga.

Que ni hablar, no pensaba abrir.

— Julia. Solo quiero saber como estas.

— Estoy bien, ya te puedes ir — salté por impulso.

Me tape la boca y maldecí mi propio nombre. Que bocazas, joder.

— No te cuesta nada abrir.

— Te he dicho que estoy bien.

— ¿En serio vamos a hablar a través de una puerta? — notó la decepción en su voz.

Agarré el pomo y por dos segundos — milisegundos —, pensé en abrir. En abrirle para que él me abriera sus brazos.

Tenía ganas de sentir cariño, calor. Necesitaba un abrazo, pero ni loca pensaba admitirlo.

Aparte con brusquedad la mano del pomo como si se quemara.

— No hay nada que hablar. Gracias por lo del coche, ya me dirás cuánto es — solté seca y con algo más de brusquedad.

Escuché como chistaba tras la puerta.

— Así es inútil hablar...

Escuché como arrastraba los pies sobre la piedra, cada vez el sonido estaba más lejos.

— Joder — susurré.

Me llevé las manos a la cabeza y me masajee la sien.

¿Por qué era así?

¿Qué me hubiera costado abrirle la puerta?

¿Qué necesidad tenía de hacer insistir a la gente por mi?

Haremos ruido desde la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora